martes, 9 de junio de 2020

Las Ocho Montañas


Hay gente que aprendió a querer las montañas, al igual que se aprenden las letras. Vaya, cómo este menda ama la luz del Mediterráneo, o los reflejos de la Albufera, aunque no se diera cuenta de ello hasta dejar la terreta. El caso es que una de las primeras cosas que me confesó mi compañera de penas y alegrías, fue la añoranza por las vistas de la cordillera desde los esteros del Marga Marga. Lo entiendo. Y eso que no fui consciente de su belleza hasta hace un par de años, ya instalado en aquella parte del mundo.

Paolo Cognetti es milanés y su pasión, además de la escritura, es la montaña. En su caso los senderos, glaciares y bosques en el entorno de los Alpes italianos, donde habita en solitario durante varios meses al año y desde donde escribe. También es allí donde transcurre gran parte de esta maravillosa novela titulada “Las ocho montañas”, protagonizada por su álter ego, supongo. Un chaval solitario que veranea en la zona junto a sus padres. Allí conoce a otro chico de su edad, quien sabe todo sobre la vida en los montes y no necesita más. Con el transcurso de los años, verano tras verano, irá forjándose una profunda amistad, a la par que exploran las laderas del Monte Rosa, el Cervino o el Sassolungo. Eso hasta que sus caminos toman rumbos distintos...

Lo mejor del libro, más allá de la bonita historia o la fuerza de sus personajes -principales y secundarios-, es el empleo de un lenguaje aparentemente simple pero dotado de un magnetismo brutal. Construyendo un extenso poema con el que su autor nos embarca en un viaje íntimo y lleno de vitalidad, que explora lo robusto de las relaciones entre amigos, pero también entre padres e hijos.

Por cierto que, ahora veo como fue galardonada con el premio Strega y el Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia, deviniendo en una suerte de fenómeno literario europeo. El caso es que a mí me llegó a través del boca- oreja, en una charla informal con unos amigos. La verdad es que últimamente no me entero de casi nada. Si tú tampoco y accedes a “Las ocho montañas” por causa de esta reseña, ya estás tardando en agradecérmelo…

Una joyita, en serio.

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