"Cuando finalmente llegamos a la plaza donde se celebraba el espectáculo, vimos el cielo lleno de banderas y enseñas que ondeaban en mástiles que se alzaban por todas partes. La escena me recordaba a los torneos de sumo de Eko-in, y a los funerales budistas del templo Honmon-ji en Tokio. Sobre nuestras cabezas, centenares de cuerdas atravesaban las calles, con banderolas colgadas que representaban todos los países del mundo. En la esquina oriental de la plaza habían levantado un escenario provisional para los bailarines de Kochi. Sesenta metros a la derecha del escenario había casetas hechas con esteras en las que había una exhibición de ikebana. Todo el mundo se apelotonaba junto a las casetas para admirar los arreglos, y aquí y allá se escuchaban exclamaciones de asombro. No obstante, a mí me pareció que no valían nada. Conmoverse de ese modo por un manojo de ramas retorcidas y tallos resecos de bambú, me parecía comparable a emocionarse por tener una novia jorobada o un marido contrahecho."Para un japonés Botchan es la forma afectuosa y respetuosa de dirigirse a cualquier niño varón o de referirse a él ante otros miembros de su familia. Está formado por Bo (niño) y chan (sufijo que denota cariño y respeto). Pero también tiene un segundo sentido un poco menos amable y que se usa para referirse a un niño mimado o inmaduro. El Botchan de Natsume Soseki viene a ser una mezcla entre las dos acepciones. Un chaval que no se entera de nada, se ríe de todo, está en guerra con todo, al que todo molesta y ofende, pero al mismo tiempo a quien cualquiera es capaz de embaucar. Es como un niño que no comprende el valor real de las cosas ni puede valorar las implicaciones de lo que dice ni de lo que le dicen. Una suerte de Holden Caulfield mezclado con Huckleberry Finn, pero a la japonesa. Un personaje con una absoluta falta de astucia que hace las cosas sin pensar, juzga sin pensar, habla sin pensar, actúa sin pensar y luego sufre las consecuencias.
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La novela escrita hace más de cien años por Soseki, poeta, novelista y profesor descendiente de una familia de samurais venida a menos, es considerada como un clásico indiscutible de la literatura japonesa, siendo una de las novelas más celebradas por los lectores de aquel país. Narra las aventuras de Botchan, supuestamente alter ego del propio Soseki, al que mandan como profesor a una escuela rural situada en la remota isla de Shikoku. Allí se topará con una serie de extraños personajes y se verá obligado a hacer frente a una auténtica caterva de fieros alumnos asilvestrados, que se conjurarán para hacerle la vida imposible. Buenos mimbres para crear una historia divertida y tierna, de lectura sumamente agradable y fácil como se apunta en casi todas las críticas que sobre la misma he leído. Pero no es así del todo. Al menos en mi caso. Es fácil de leer, cierto, y no esta exenta de algún que otro pasaje bastante gracioso, pero poco más. No voy a decir que sea un mal libro, porque no lo creo y porque, no lo olvidemos, fue galardonado con el prestigioso Premi Llibreter 2008, pero desde luego no me parece la joyita que se me/nos ha querido vender. No sé si recomendarlo. Vosotros mismos.
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