A ver… ayer,
en mí entrada sobre el mágico concierto que los Dry the River regalaron a la ciudad
de Valencia, me excusaba por la tardanza en colgar la crónica haciendo referencia a unas justas
y necesarias mini-vacaciones. Okay, pues ese
tiempo de relax lo destiné cual moderno de medio pelo a hacer “turismo
cultural”. Ya sabéis a que me refiero, aquello de visitar museos, exposiciones,
galerías de aaaaarte…
…que no,
que noooo, que todavía no soy tan shuuuper… las gafas de pasta aún no me han
sorbido todo el (escaso) cerebro del que me proveyó el Creador… pero dadme
tiempo y veréis.
Lo que
sí hice es aprovechar mi estadía en la capital del Reino para ver un par de
exposiciones de dos de mis artistas favoritos: Edward Hopper y William Blake. A
la de Hopper en el Thyssen iba de cabeza, con reserva de hora y demás, sin
embargo la de Blake me la encontré casi por casualidad en el Caixa Forum y tan
solo puedo decir ¡benditas casualidades! Prometo reseña de ambas a lo largo de la semana.
Pero Madrid
dio para más. Por ejemplo para ver una interesante retrospectiva sobre los
grabados arquitectónicos de Piranesi y, aprovechando que lo de Hopper era en el
Museo Thyssen-Bornemisza, darme una vuelta por las salas en las que se expone su interesantísima exposición permanente. Obviamente para no morir
de una sobredosis de arte, seleccioné las cosas que quería ver y entre ellas no
podía faltar uno de mis cuadros favoritos, “Metrópolis (la ciudad)” de George
Grosz, obra con la que ilustro esta entrada.
Y es que
el berlinés George Grosz es otro de mis artistas de cabecera. Sobretodo desde
que, hace unos años, viera una maravillosa exposición organizada por el MuVIM
(Museu Valencià de la Il.lustració i de la Modernitat) en la cual se comparaba
la labor como caricaturista del susodicho, con la del británico William Hogart y la del catalán Lluís Bagaria. Caricatura política, porque Grosz fue un artista de
los que hicieron política de verdad.
Según cuentan los que saben de esto, ya desde los primeros momentos, la obra de Grosz refleja un profundo disgusto por la vida. Un disgusto que se convirtió en indignación tras la Primera Guerra Mundial. Y aunque no llegó a batallar en ella, su rebeldía innata contra toda autoridad y su condición exquisita de dandy le hicieron rechazar violentamente esta situación y sentirse asqueado. Todo eso se plasma en esta maravillosa pintura de gran formato. Una feroz crítica a la sociedad alemana, a sus clases dirigentes, militares, burócratas, burgueses e Iglesia, a través de escenas llenas de violencia y sexo con las que el artista pretende expresar su odio y desesperación. En esta obra Grosz transforma el paisaje urbano en una aglomeración frenética, una composición con tintes apocalípticos. Los personajes tienen el rostro desfigurado por el espanto, perdiendo su condición humana para sugerir su condición de espectros (algo que, lastimosamente, cobra mucha significado hoy día). Como espectadores vemos la escena desde arriba, desde donde acecha el peligro sobre la metrópolis, porque quizás nosotros somos ese peligro… La preponderancia de la gama de rojos anuncia la inminencia del desastre en ese lugar que no es ningún lugar en concreto, si bien, las construcciones evocan al Berlín de la época (aunque se atisbe el ondear de una bandera norteamericana). Genialidad, no digo más.
Según cuentan los que saben de esto, ya desde los primeros momentos, la obra de Grosz refleja un profundo disgusto por la vida. Un disgusto que se convirtió en indignación tras la Primera Guerra Mundial. Y aunque no llegó a batallar en ella, su rebeldía innata contra toda autoridad y su condición exquisita de dandy le hicieron rechazar violentamente esta situación y sentirse asqueado. Todo eso se plasma en esta maravillosa pintura de gran formato. Una feroz crítica a la sociedad alemana, a sus clases dirigentes, militares, burócratas, burgueses e Iglesia, a través de escenas llenas de violencia y sexo con las que el artista pretende expresar su odio y desesperación. En esta obra Grosz transforma el paisaje urbano en una aglomeración frenética, una composición con tintes apocalípticos. Los personajes tienen el rostro desfigurado por el espanto, perdiendo su condición humana para sugerir su condición de espectros (algo que, lastimosamente, cobra mucha significado hoy día). Como espectadores vemos la escena desde arriba, desde donde acecha el peligro sobre la metrópolis, porque quizás nosotros somos ese peligro… La preponderancia de la gama de rojos anuncia la inminencia del desastre en ese lugar que no es ningún lugar en concreto, si bien, las construcciones evocan al Berlín de la época (aunque se atisbe el ondear de una bandera norteamericana). Genialidad, no digo más.
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