lunes, 15 de junio de 2015

Viejo es el viento y todavía sopla

La RAE define terror como aquella sensación de miedo intenso y al parecer la clave radica en lo de intenso. O sea, que el terror se da cuando esa perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario que es el miedo, supera los controles cerebrales y ocasiona que el sujeto no pueda pensar de forma racional, no reaccionando o sí pero malamente que para el caso da lo mismo. Por otra parte, la misma Academia establece que terror, en su acepción adjetivada, sería aplicable a las obras cinematográficas o literarias que buscan causar miedo o angustia en el espectador o en el lector.

Se podría afirmar que la insana atracción de los humanos por infundir terror es más antigua que los rodapiés de las Cuevas de Altamira. De ahí que las representaciones destinadas a eso mismo o los propios cuentos de terror sean tan antiguos como el lenguaje, el pensamiento humano o el jodido viento al que me refiero en el título de esta entrada. Y es que, efectivamente, el asunto ya aparece como un ingrediente del folclore más antiguo, cristalizando en las narraciones orales, canciones, rezos y oraciones o textos sagrados arcaicos. Vamos, que esto no comenzó con Browning, Lovecraft, Poe o Tourneur y por supuesto tampoco con Carpenter, Craven, Ramsey Campbell o el puto Alexandre Aja. Aunque supongo que gentes como Uwe Boll, tan pagados de si mismos y de su obra perpetrada, opinarán de forma diferente.

El caso es que la emoción más antigua e intensa de la humanidad ha dado mucho juego a escritores y cineastas. Especialmente a los más malos de entre estos últimos y aún más de un tiempo a esta parte. Y es que, hoy en día, buscar alguna cinta de terror que merezca la pena equivale a aquello de encontrar una aguja en un pajar. No será por falta de producciones, marededeusinyor!!! Rara es la semana que entre los estrenos no se cuela algún reputado representante del género presentándonos su nuevo zurullo. Y así andamos, con las producciones del Boll de turno campando a sus anchas en las cada vez más escasas salas de cine.
Pero mira tu por donde que este año he hallado la aguja. O más bien me he pinchado con ella y eso que hace ya mucho que no me revuelco en ese tipo de pajares. La pelicullilla en cuestión se titula “It Follows” y la firma un tal David Robert Mitchell a quien no tenía el gusto de conocer. El punto de partida, que no es la polla Montoya y podría servir de arranque a cualquier film de terror al uso, se inicia con una rubia adolescente pensando en cosas de adolescentes rubias: En salir y follar con su novio guapetón. Lo que acabará por concretarse en la parte trasera de un coche. El problema es que por culpa del/los polvo/s a nuestra heroína le va a cambiar la vida. Y no porque el noviete fuese un trasunto de Rocco Siffredi con menos años y centímetros por allá abajo, sino porque el intercambio de fluidos conlleva el traspaso de unos espíritus con manía persecutoria a los que tan solo es posible ahuyentar continuando con la cadena de polvos. Es decir, enganchando a algún primo/a en alguna disco y haciéndole participar de esta versión porno-macabra del juego del tú la llevas.
¿Os hace risa? Pues nooooo... Ya os digo yo que no. Da muy mal rollito, believe in me. Entre otras cosas porque, si bien no lo parece por como lo he relatado, la historia es desagradable grado sumo. En ella todo lo que parece una cosa es otra muy diferente y, en buena medida, ni siquiera te lo esperas. Además es sumamente bella. Muy lírica. Algo inusual en este tipo de producciones. Y es que en “It Follows” el como está rodado es casi tan importante como lo que se nos cuenta. Con una mención especial a una serie de planos fijos en los que vemos acercarse a los espíritus cabrones a velocidad tortuga, o aquellos maravillosos travellings circulares en los que descubrimos muchas más cosas de las que los protagonistas consiguen ver.

Podría afirmarse que “It Follows” es una película de terror poético en la que hasta las escenas más inquietas están filmadas con un gusto exquisito. Una obra que va más allá del simple cine de género. Y eso a pesar de que no rehuye los homenajes a exponentes del cine de terror -cuando el género no había derivado en la mierdaca en la que se ha convertido hoy día- como “La noche de Halloween de John Carpenter. En este sentido, la elección de la música -que es genial- tampoco parece casual.

¿Estamos ante una obra maestra? ¿Es Mitchell la nueva esperanza blanca? Solo el tiempo lo dirá. Desde luego esta peli es una joyita que no deberías dejar pasar. Una rara avis dentro de un mundillo instalado en la mediocridad desde hace demasiado y cuyo fin último parece ser la venta de palomitas y pepsicolas entre la muchachada. 

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