La
RAE define terror como aquella sensación de miedo intenso y al
parecer la clave radica en lo de intenso. O sea, que el terror se da
cuando esa perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o
imaginario que es el miedo, supera los controles cerebrales y
ocasiona que el sujeto no pueda pensar de forma racional, no
reaccionando o sí pero malamente que para el caso da lo mismo. Por
otra parte, la misma Academia establece que terror, en su acepción
adjetivada, sería aplicable a las obras cinematográficas o
literarias que buscan causar miedo o angustia en el espectador o en
el lector.
Se
podría afirmar que la insana atracción de los humanos por infundir
terror es más antigua que los rodapiés de las Cuevas de Altamira.
De ahí que las representaciones destinadas a eso mismo o los propios
cuentos de terror sean tan antiguos como el lenguaje, el pensamiento
humano o el jodido viento al que me refiero en el título de esta
entrada. Y es que, efectivamente, el asunto ya aparece como un
ingrediente del folclore más antiguo, cristalizando en las
narraciones orales, canciones, rezos y oraciones o textos sagrados
arcaicos. Vamos, que esto no comenzó con Browning, Lovecraft, Poe o
Tourneur y por supuesto tampoco con Carpenter, Craven, Ramsey
Campbell o el puto Alexandre Aja. Aunque supongo que gentes como Uwe
Boll, tan pagados de si mismos y de su obra perpetrada, opinarán de
forma diferente.
El
caso es que la emoción más antigua e intensa de la humanidad ha
dado mucho juego a escritores y cineastas. Especialmente a los más
malos de entre estos últimos y aún más de un tiempo a esta parte.
Y es que, hoy en día, buscar alguna cinta de terror que merezca la
pena equivale a aquello de encontrar una aguja en un pajar. No será
por falta de producciones, marededeusinyor!!! Rara es la semana que
entre los estrenos no se cuela algún reputado representante del
género presentándonos su nuevo zurullo. Y así andamos, con las
producciones del Boll de turno campando a sus anchas en las cada vez
más escasas salas de cine.
Pero
mira tu por donde que este año he hallado la aguja. O más bien me
he pinchado con ella y eso que hace ya mucho que no me revuelco en
ese tipo de pajares. La pelicullilla en cuestión se titula “It Follows” y la firma un tal David Robert Mitchell a quien no
tenía el gusto de conocer. El punto de partida, que no es la polla
Montoya y podría servir de arranque a cualquier film de terror al
uso, se inicia con una rubia adolescente pensando en cosas de
adolescentes rubias: En salir y follar con su novio guapetón. Lo que
acabará por concretarse en la parte trasera de un coche. El problema
es que por culpa del/los polvo/s a nuestra heroína le va a cambiar
la vida. Y no porque el noviete fuese un trasunto de Rocco Siffredi
con menos años y centímetros por allá abajo, sino porque el
intercambio de fluidos conlleva el traspaso de unos espíritus con
manía persecutoria a los que tan solo es posible ahuyentar
continuando con la cadena de polvos. Es decir, enganchando a algún
primo/a en alguna disco y haciéndole participar de esta versión
porno-macabra del juego del “tú la llevas”.
¿Os
hace risa? Pues nooooo... Ya os digo yo que no. Da muy mal rollito,
believe in me. Entre otras cosas porque, si bien no lo parece por
como lo he relatado, la historia es desagradable grado sumo. En ella
todo lo que parece una cosa es otra muy diferente y, en buena medida, ni
siquiera te lo esperas. Además es sumamente bella. Muy lírica. Algo
inusual en este tipo de producciones. Y es que en “It Follows” el como está rodado es casi tan importante como lo que se nos
cuenta. Con una mención especial a una serie de planos fijos en
los que vemos acercarse a los espíritus cabrones a velocidad tortuga, o aquellos maravillosos travellings circulares en los
que descubrimos muchas más cosas de las que los protagonistas
consiguen ver.
Podría
afirmarse que “It Follows” es una película de terror
poético en la que hasta las escenas más inquietas están filmadas
con un gusto exquisito. Una obra que va más allá del simple cine de género. Y eso a pesar de que no rehuye los
homenajes a exponentes del cine de terror -cuando el género no había
derivado en la mierdaca en la que se ha convertido hoy día- como “La noche de Halloween” de John Carpenter. En este sentido, la elección
de la música -que es genial- tampoco parece casual.
¿Estamos
ante una obra maestra? ¿Es Mitchell la nueva esperanza blanca? Solo
el tiempo lo dirá. Desde luego esta peli es una joyita que no
deberías dejar pasar. Una rara avis dentro de un mundillo
instalado en la mediocridad desde hace demasiado y cuyo fin último parece ser la venta de
palomitas y pepsicolas entre la muchachada.
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