Fantástica biografía de este enfant
terrible
de las letras y la política rusa la que ha
escrito Emmanuel Carrère -extraño a la par que poderoso cronista y guionista y realizador...-. Un tipo
al que debemos esa maravillosa bizarrada titulada “La moustache” (2005) -de la que algún día os hablaré- y que también
participa
de una de las series más interesantes que nos ofrece el actual
panorama televisivo -y de la que ya os hablé aquí mismo-.
Conocer
a un nuevo autor a través de su vida, en lugar de su obra, no es la mejor forma. También
es cierto que una
buena biografía puede ser la
puerta de entrada al universo del
artista. Ese ha sido mi caso respecto a este Eduard/Eddie/Edichka Limónov -“bautizado” como Eduard Veniaminovich Savenko-. Un escritor,
político, aventurero y vividor ruso, fundador y líder del
ilegalizado Partido Nacional Bolchevique (los
nazbol), de
quien espero agenciarme en breve alguna de sus obras.
Un tipo desmesurado, estrafalario e histriónico cuya biografía real
parece
una
obra de ficción, la invención de un autor brillante e imaginativo
como Carrère. Pero no. Lo que se cuenta en “Limónov” es real. La peripecia vital casi inverosímil
de este personaje, lo cual también le da a Carrère para trazar el
retrato de la caída de la URSS y el advenimiento de esta nueva Rusia
manejada con puño de hierro por Vladimir Vladimirovich y todos sus
hijos de Putin.
Eduard y Elena, ¿su gran amor? |
El caso es que Edichka
fue un poeta
y un
pendenciero
en su juventud. Nacido
cerca de Nizhny Nóvgorod en
el seno de una familia militar
de
baja graduación que
prontamente
hubo de emigrar hasta
un
suburbio de Járkov.
Allí, tras coquetear con la delincuencia de baja estofa, acabaría relacionándose con la disidencia y
el artisteo de segundo nivel. Adquiriendo
cierta fama como poeta
underground
primero
en Ucrania y más tarde en Moscú. Al
final
se
vería obligado a exiliarse a
los EEUU,
en
donde
malvivió
como vagabundo, se
prostituyó, fue
mayordomo de un millonario y escribió un par de novelas autobiográficas.
Siguió haciéndolo cuando se marchó a París y allí alcanzó
cierta
notoriedad
con la
aparición de una
escandalosa novela sobre sus andanzas por el lado salvaje titulada
“Al poeta ruso le gustan los negrazos”.
Aprovechó
su paso por Francia para relacionarse con los círculos literarios
franceses, incluyendo a personajes de dudosa catadura moral como
Jean-Edern Hallier o Jean Marie Le Pen. No sabemos muy bien ni como
ni porqué, pero de allí saltó hasta los Balcanes en
donde abrazó
con fervor la causa serbia. De hecho colaboró activamente en el
cerco al que los
chetniks
sometieron a la ciudad de Sarajevo. Tras la caída de la URSS regresó
hasta su país, o mejor dicho a esa
Rusia post-comunista
que
no era capaz de reconocer. Allí se dedicará principalmente a la
política, fundando
un partido
que fue prohibido y una revista subversiva titulada “Limonka”.
Se
introdujo en el mundo de la meditación en Kazajstán y, finalmente
acabó
en la cárcel por
tentativa de golpe de estado.
Siguió
escribiendo
libros, alcanzó
el nirvana
y al salir se convirtió en opositor a Putin. Entre
medias se cogió unas cuantas curdas, puso a parir a todo
bicho viviente, se enamoró dos o tres veces, se casó otras tantas y folló todo lo que pudo y
más.
Bandera del Partido Nacional Bolchevique |
Y
estas son
grosso modo
las aventuras y desventuras de Eduard Limónov. Un tipo fascinante
y detestable por
partes iguales, mitad héroe romántico y mitad majadero, tan
contradictorio y desconcertante que se convierte por derecho propio
en carne de novela y en el protagonista de esta espléndida narración
galardonada con un
montón de premios en Francia.
“Sueño con una insurrección violenta. Nunca seré un Nabokov, no correré nunca detrás de las mariposas por las praderas suizas, con piernas anglófonas y velludas. Que me den un millón y compraré armas y provocaré una sublevación en cualquier país”
-Diario de un fracasado-
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