La
lectura de “El festín del amor” ha supuesto una gratísima
sorpresa para alguien como yo, bastante escéptico en las cuestiones
estudiadas por la ciencia de Cupido. La más agradable de las
sorpresas, apostillaría. Y eso que, a priori, me cuesta concebir
como me he podido entusiasmar con algo que no es más que la
recreación contemporánea del archiconocido “Sueño de una noche
de verano” de William Shakespeare. Gran parte de la culpa reside en
la magnífica pluma de su autor, Charles Baxter, de quien ya os hablé
aquí (y muy bien, por cierto) a propósito de sus relatos.
Estamos
ante una
historia
coral
en la que un personaje escucha las voces de hombres y mujeres, viejos
y jóvenes, heterosexuales y homosexuales, matrimonios y amantes,
que le cuentan sus cuitas amorosas, los días estupendos y no tan
estupendos de sus más
o menos complejas relaciones.
Cada
uno de ellos tiene un ideal amoroso diferente, más simplista e
inocente en el caso de Chloé y Oscar, la joven y alocada pareja de
trabajadores de la cafetería, en otras más intelectualizado como
es el caso del dueño de esa misma cafetería. Incluso los hay
escépticos que, por la fuerza de los hechos, acabarán modificando
su visión sobre la importancia del asunto. En todo caso, sea cual
fuere el ideal representado, todos acabarán desembocando en una
única verdad, que el amor es el único motivo por el cual merece la pena soportar el día a día en este páramo de desolación en el cual
algún cachondo nos dejó caer. Charlie Baxter, que así se llama
nuestro narrador (y nuestro escritor), nos muestra como el amor mistifica, devasta, inspira
y modela la vida de todos los que le rodean y hasta la suya propia.
Repleta
de escenas cómicas, viñetas sensuales (a veces tirando a porno) y alguna que otra situación trágica que Baxter desdramatiza con maestría, “El festín del
amor” es una novelilla deliciosa. No me extraña que en el 2002 fuera galardonada con el
III
Premi Llibreter que otorga el Gremio de Libreros de Barcelona y Cataluña. Ni
que Robert Benton decidiese filmar una adaptación que, si bien no
está a la altura de la grandeza del libro, se contempla con cierta
simpatía.
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