Quien
me iba a decir a mí que esta pieza de rock setentero llegaría
a convertirse en mi fiel escudero cuando salgo a trotar por entre los campos de chufa de Alboraya. Y sí, he dicho trotar y no correr.
Porque correr, lo que se dice correr, no sé si se corresponde con la
realidad de mi relajada práctica deportiva. Desde luego nada hacía
prever este amor tardío cuando, después de que alguien me regalase
el cedé, lo colocara en alguna parte y allí quedase criando polvo hasta hace cuatro días. Pero mira tú por
donde que, un domingo en el que hacía limpieza general, algo cayó desde las
baldas altas de una estanterías para cedés y, tras impactar en
mi hombro, se despatarró sobre el parqué. Ahí estaba el “Last
autumn's dream” de los Jade Warrior reclamando su oportunidad.
Así, agresivamente, derribando la puerta como aquellos cracks surgidos desde la cantera de los grandes del fútbol que pretendan ganarse un
sitio en la élite. Obviamente, con semejante carta de presentación, lo
menos que podía hacer era escucharlo. Y esto es lo que me encontré:
Eso...
¡y esto otro!:
...y es que es imposible resistirse a este temazo.
Hablamos
de los Jade Warrior, banda británica de rock progresivo que
comenzó a funcionar a principios de los setenta. Unos tipos que
con sus dos primeros discos no se comieron un torrao.
También os digo que, una
vez oídos, ni ellos mismos se imaginarían estar alguna vez en otra tesitura. Probablemente tampoco lo
buscaban cuando trabajaron sobre los diez cortes que integran el “Last autumn's dream”, su tercer álbum de
estudio. Pero con la publicación de este disco en 1972, todo cambió. Según cuentan las crónicas, el álbum tuvo una muy buena
acogida entre el público, recibiendo un puñado de buenas críticas
que no llegaron a oídos de este melómano de medio
pelo. En mi descargo os diré que por aquel entonces, aún no había
visto salir el Sol. Además tengo mis dudas de que ni siquiera mis padres se
conocieran. En fin, a lo que iba, que el disco es una gozada y la
escucha -trotando o no- se convierte en un viaje lisérgico a través
del sueño -el último sueño de otoño- de tres tipos con aspiración
de trascender. Una travesía trufada de extraños solos de flauta y
complicados compases cuya ejecución demuestra el talento innato de
estos, por aquel entonces, jóvenes músicos surgidos de entre las
brumas de la pérfida Albión.
Si
pueden agencienselo, pero sobretodo disfrútenlo -trotando, corriendo o criando bartola, lo dejo a su gusto-.
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