miércoles, 6 de agosto de 2014

Hasta siempre Che Cornelius

Algo bastante característico de las novelas de Cormac McCarthy, es que están protagonizadas por personajes solitarios, víctimas -o más bien culpables- de un aislamiento social que uno no acaba de entender. En ocasiones son remedos de anti-héroe que rozan la hijoputez y cuya vida va dejando manchas indelebles en sus allegados sin que eso les quite el sueño. Sin embargo McCarthy consigue introducirnos en la mente de nuestro asocial héroe hasta el punto de vernos identificados con su situación, comprender sus anhelos (y sus no anhelos), la ausencia de compromisos y propósito, pero a la vez participando del origen de su fuerza vital. No estoy seguro de que todo esto defina a Cornelius Sutrree, el personaje protagonista de “Suttree” (C. McCarthy, 1979), pero más o menos es por ahí por donde van los tiros.

Suttree no es una novela fácil de leer. Es extensa y bastante compleja en las formas. A pesar de tener una estructura narrativa aparentemente simple - se construye a base de episodios más o menos conectados- no es para nada sencillo seguirla. La prosa es muy densa, las conexiones entre episodios no siempre son fáciles de hallar, y el juego entre ensoñaciones y realidades hace que a veces sea complejo ver en que punto nos encontramos. Sin embargo está tan maravillosamente escrita, su lenguaje es tan rico, sus reflexiones tan lúcidas, la lírica que contiene cada párrafo es tan impresionante, que su lectura se convierte en una auténtica delicia para cualquier lector avezado.

¿Y la historia? Pues ahí no hay mucho que contar. Sut es un hombre que vive al día. Sabemos que en algún momento decidió abandonar su vida acomodada, dejando mujer e hijo en el camino, para convertirse en un vagabundo. Se supone que se gana la vida como pescador de río a las afueras de Knoxville, Tennessee, aunque tampoco creo que ese sea su oficio. Porque su verdadero trabajo es el de superviviente. El propio de alguien que prefiere consumir sus días gozando de una vida mínima, completamente anónima, explorando su propia identidad y disfrutando de la total ausencia de aspiraciones.

Y eso es todo...

Lamento que ya no me queden más novelas de McCarthy por leer. Es una auténtica putada porque, dada la avanzada edad del susodicho y su repentina afición a escribir guiones, es posible y hasta probable que no hayan más novelas firmadas por este genio de las letras norteamericanas. Y aún es mayor la putada sabiendo, o mejor dicho dando fe de que cada uno de sus libros -e insisto: ¡todos y cada uno de ellos!- son auténticas obras maestras. Porque McCarthy, con Nobel o sin el, es un grande de la literatura universal desde ya. Un maestro que atesora una obra no muy extensa pero que a buen seguro lo convertirá en eterno cuando ya no se encuentre entre nosotros. Y si no tiempo al tiempo...
Nadie quiere morirse. 
Mierda, dijo el trapero. Pues yo ya estoy harto de vivir.
¿Daría usted todo cuanto tiene?
El trapero le miró con recelo, pero no sonrió. No faltará mucho, dijo. Los días de un anciano son horas. 
¿Y qué pasa después?
¿Cuándo?
Cuando uno se muere. 
No pasa nada. Te mueres y ya está. 
Una vez me dijo que creía en Dios.
El viejo hizo un gesto vago con la mano. Quizá, dijo. No tengo motivos para pensar que él crea en mí. Me gustaría verlo un ratito si pudiera, eso sí.
¿Qué le diría?
Pues me parece que le diría sencillamente: Espera. Espera un poco antes de cantarme las cuarenta. Antes de que digas nada, a mí me gustaría saber una cosa. Y él me diría: ¿Cuál? Y entonces le preguntaré: ¿Se puede saber por qué mierda me metiste en esa mierda de vida ahí en la tierra? No he conseguido entender nada de nada.
Suttree sonrió.
¿Qué cree que le dirá él?
El trapero escupió y se secó la boca. No creo que pueda responder nada, dijo. No creo que haya una respuesta.” 

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