martes, 20 de enero de 2009

Bicentenario del nacimiento de Poe


Tal día como ayer, hace doscientos años, nació en Boston uno de los escritores más influyentes de la historia, Míster Edgar Allan Poe. A pesar de una tumultuosa vida, llena de decepciones, borracheras, problemas económicos y de salud -originando su muerte temprana con apenas cuarenta años- logró escribir lo suficiente como para marcar la literatura de su país y puede decirse que la de todo el mundo.

El asunto es que su legado es incomparable. Con una mención especial a esos maravillosos cuentos que para un servidor supusieron vibrantes tardes y noches de goce literario y, porque no decirlo, el motivo de que me aficionase a esto de la literatura. Y es que todavía recuerdo la primera vez que le hinqué el diente a las “Narraciones Extraordinarias”, con ese maravilloso prólogo de Baudelaire. Maravillosa recopilación de cuentos que incluye “Los crímenes de la rúe Morgue”, “El pozo y el péndulo”, “La barrica del amontillado”, “La caída de la casa Usher”, “El hombre de la multitud”, “La caja oblonga” y tantas otras historias inolvidables. A ver qué libro de cualquier época supera eso.

Desde entonces la referencia fue, es y será, Don Edgardo. Lo más grande que ha parío América.
¿No lo oyes? Sí, yo lo oigo y lo he oído. Mucho, mucho, mucho tiempo… muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he oído, pero no me atrevía… ¡Ah, compadéceme, mísero de mí, desventurado! ¡No me atrevía… no me atrevía a hablar! ¡La encerramos viva en la tumba! ¿No dije que mis sentidos eran agudos? Ahora te digo que oí sus primeros movimientos, débiles, en el fondo del ataúd. Los oí hace muchos, muchos días, y no me atreví, ¡no me atrevía hablar! ¡Y ahora, esta noche, Ethelred, ja, ja! ¡La puerta rota del eremita, y el grito de muerte del dragón, y el estruendo del escudo!… ¡Di, mejor, el ruido del ataúd al rajarse, y el chirriar de los férreos goznes de su prisión, y sus luchas dentro de la cripta, por el pasillo abovedado, revestido de cobre! ¡Oh! ¿Adónde huiré? ¿No estará aquí pronto? ¿No se precipita a reprocharme mi prisa? ¿No he oído sus pasos en la escalera? ¿No distingo el pesado y horrible latido de su corazón? ¡INSENSATO! -y aquí, furioso, de un salto, se puso de pie y gritó estas palabras, como si en ese esfuerzo entregara su alma-: ¡INSENSATO! ¡TE DIGO QUE ESTÁ DEL OTRO LADO DE LA PUERTA!

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