El
pasado sábado, se supone que huyendo del caloruzo impropio que
afecta a esta terreta que me vio nacer, marché hasta los Madriles
con la idea de empaparme de cultura. Sobra decir que escaparse de
Valencia a Madrid con la pretensión de apartar los rigores del estío
es un ejercicio de poc trellat difícil de defender. Y es que
empaparme, lo que se dice empaparme, pues sí que lo conseguí pero
de sudor.
Eso
no quita que disfrutara sobremanera de la visita al Museo del Prado y
a la magnífica muestra "El Bosco, exposición del V Centenario"
con las obras de don Jheronimus Bosch. Y es que no podía faltar a la
expo más completa que de la obra del pintor brabanzón se ha hecho
hasta el momento. Veintitantas obras atribuidas, también otras
anónimas o adscritas al Taller de El Bosco, a Alaert du Hameel,
Adriaen Van Wesel o Felipe de Guevara que nos permite entender el
ambiente en el que se gestaron las pinturas del genio.
Entre
las pinturas expuestas estaban, cómo no, las ocho que se conservan
en España. Y entre ellas destacando el fastuoso Tríptico del Jardín
de las Delicias, su creación más compleja y enigmática. Repleto de
memorables escenas e icónicas figuras, próximas a los postulados
del surrealismo, que giran de alguna u otra forma en torno al
concepto del pecado. Unas tablas con un mensaje enormemente
pesimista, el de la fragilidad y el carácter efímero de la
felicidad o goce de los placeres pecaminosos. Un cuadro que, por
muchas veces que lo haya visto, no deja de impresionarme y
emocionarme cada vez que me vuelvo a plantar ante el.
Aprovechando
que ya estaba por allí y que no tenía programada la vuelta al cap i
casal hasta la noche, me acerqué hasta la Thyssen para darme un
garbeo por la exhibición titulada por las huestes de doña Carmen
como "Caravaggio y los pintores del norte". Exposición que
pensaba molaría mucho más de lo que me moló. Y es que, pese a
estar centrada en la figura de Michelangelo Merisi del Caravaggio y
en su influencia en el círculo de pintores del norte de Europa que,
fascinados por su obra, difundieron su estilo, tan solo unas pocas de
las obras suscitaron mi interés. Concretamente las cinco o seis
atribuidas al pendenciero pintor milanés, curiosamente conocido como
"el más famoso pintor de Roma", entre las que destacaban
"La buenaventura", "Chico mordido por una lagartija"
o "Santa Catalina de Alejandría". No así las de los
caravaggistas holandeses, flamencos o franceses expuestos. Y es que,
lo reconozco, ni Van Baburen, ni Ter Brugghen, Van Honthorst, tampoco
Nicolas Regnier o Claude Vignon, ni ninguno de los demás con representación en la muestra me generan el más mínimo interés.
Cosa distinta hubiera sido si en la exposición hubiesen tenido
cabida obras de los Gentileschi o Manfredi. Pero bueno, eso ya es
cosa mía.
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