Anoche asistí al show de
The Howe Gelb Piano Trio en la Rambleta y no me acabó de gustar. Y sí, ya sé
que 99’9% de los allí presentes salieron encantados a la vista de la efusiva
despedida que le dedicaron al cantautor de Tucson y todavía más si atendemos a las peticiones de bises, trises y más allá. Así que debe ser cosa mía y mira que lo
lamento. Y es que para este menda, como para buena parte de la humanidad, el líder
de los imprescindibles Giant Sand es un auténtico jefazo. Alguien capaz de
sacar un par de álbumes por año sin que el nivel medio se resienta. Gracias
sobretodo a su inmenso talento, aunque también a lo esforzado de un personaje
ya sesentón pero con alma de jovenzuelo. Si a eso le unimos la sencillez,
simpatía, calidez y ese increíble magnetismo que desprende en vivo, hete aquí
con el cóctel perfecto. Pero ni por esas, tú. Me fue imposible entrar en su
rollo de anoche.
Vale que a su último
álbum, “Future Standards” (2016), no le he dedicado todas las horas de escucha que seguramente merece. Por no hablar del “nuevo” material firmado como The Arizona Amp
Alternator e incluido en el reciente “The Open Road” (2017). Una suerte de baúl
de recuerdos – a lo Karina - repleto de cosas variopintas, al que apenas si le
he hincado el diente. Disco que, en teoría, es el que justifica la gira que lo ha traído, de nuevo, hasta Valencia. Eso y
que la deriva jazzística experimentada por su sonido de un tiempo a esta parte,
como que no me apasiona. Aunque bueno, en lo que al bolo concierne, apenas si sonó
algún corte de esos plásticos. Y cuando lo hizo, caso de la tremenda “Terrible
So”, fue de lo mejorcito de la noche junto a las escasas dosis de
country-rock con guitarrita cuando tiró de clásicos de Giant Sand.
Con todo, lo que menos me
gustó fue la sensación generalizada de improvisación. Pareciera que todo fluía
a base de ocurrencias, por impulsos, incluso a trompicones, por no hablar de las veces en las que el
hombre decidió pararse a mitad de interpretación para explicarnos que mejor
cambiaba de tema porque creía que no era el apropiado en ese momento, o no se acordaba de
parte de la letra, o era material nuevo y estaba inacabado, o simplemente porque
entendía que algún otro le vendría mejor a esta velada de jazz que no es
exactamente jazz. Ahondando en la última cuestión, he de decir que me pareció inadecuado
el espacio para este tipo de concierto. De entrada no sonó especialmente bien.
Bueno, al principio sonó directamente como el culo, si bien no parece que fuese
por culpa de Howe Gelb y su banda. Una vez solventados los problemas de
sonoridad la cosa mejoró, pero aún así me siguió pareciendo como que algo no
encajaba. Vamos, que el espacio adecuado para esta surrealista versión
alternativa de Sinatra con sombrero Stanton y botas de cowboy hubiese
sido un teatro y no una sala para conciertos de música pop.
Cierto que el danés del
contrabajo es un músico cojonudo y así lo demostró, pero me pareció que a
veces iba un poco por libre. Al otro nórdico, el sueco de la batería, se le puede
achacar justo lo contrario y que en demasiados momentos participara del show
como un elemento de atrezzo. Y la maravillosa voz arenosa del sr. Gelb sin
poder exhibirse ya que quedaba constantemente sepultaba por el piano y también
por la mencionada mala sonoridad.
Así pues… ¿el concierto
fue un cagarro? Hombre, tampoco es eso. El talento suele salir a flote e incluso
con los condicionantes expuestos hubo cosas que se salvaron de la quema. El
carisma del genio de Arizona, envuelto al piano y acompañado por un par de virtuosos
escandinavos, dio para producir varios momentos brillantes. Si bien no todos
los temas se adaptaron por igual a la fórmula musical escogida. La cadencia fue, en general, demasiado suave y hasta relajante,
casi de club de jazz pero sin el club y hasta sin el jazz… Ni los butacones, ni
las copas de bourbon... Y por desgracia sin ese marcado carácter fronterizo que caracteriza las
mejores composiciones de Howe Gelb en cualquiera de sus versiones y formatos. Lo
dicho… Y que otra vez será.
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