- Sabes Lilly, Apollo se lastimó... Y tuvimos que sacrificarlo.
- No... Noo...
- No es justo para el caballo. No puede correr y jugar y hacer todo lo que quiere hacer.
- No va a seguir...
- Sabes… Yo me lastimé como Apollo. Pero soy una persona. Así que puedo vivir.
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El otro día y a través de una conocida red social,
elogié esta joyita del cine independiente norteamericano, que ha pasado medio
desapercibida por la cartelera. Y eso a pesar del buen puñado de críticas
recogidas tras su participación en el Festival Cannes. Pero es que han pasado
casi dos semanas de aquello y aún sigo pegándole vueltas a esta hermosísima
película sobre lazos, bridas, camisas con botones nacarados y sombreros
Stetson. Fundamentalmente por la belleza de sus planos y ese ritmo parsimonioso
que le va que ni pintado al relato. El de una de las jóvenes estrellas
del rodeo en Dakota del Sur y, suponemos, en todos los EEUU. Quien tras sufrir
un accidente y romperse literalmente la cabeza, se ve incapacitado para volver
a montar. El problema es que eso es lo único que sabe hacer, montar y domar caballos,
amén de participar en rodeos. Y así se va trazando esta
historia minúscula sobre aquello de aguantar arriba sin caerse y en caso
contrario volverse a levantar. Todas las veces que haga falta y más. Lírica y conmovedora fábula sobre la superación y también la aceptación.
Sorprendente ficción que a la vez no lo es, dotada de una preciosa
fotografía crepuscular que recuerda las “Malas Tierras” (“Badlands” - 1973) de Terrence
Malick y con un elenco actoral fantabuloso. Especialmente en lo
que respecta a su personaje principal, que es digno de la
"Trilogía de la frontera" de Cormac McCarthy. Dotado de un verismo
desgarrador. Mucho tendrá que ver que sea el propio Brady Jandreau quien se
interprete a sí mismo. También el que su padre y hermana, o algunos de sus
amigos/profesionales del rodeo, también lo sean en la vida real.
En definitiva, creo que su directora -¡que es china!- ha dibujado uno
de los retratos más genuinos y sensibles de lo que debe ser el mundo de los
rodeos y por extensión, del Far West actual. Nada que envidiar a “Hombres
errantes” (“The Lusty Men”, Nicholas Ray, 1952) o a “El rey del rodeo” (“Junior
Bonner”, Sam Peckinpah -1972), como referentes
indudables de este sub-género. O a “Dallas Buyers Club” (Jean-Marc
Vallée - 2013), que ahora que lo pienso también tenía el asunto este de los rodeos
de trasfondo.
Por cierto que la música de “El Jinete” también es una pasada. Y eso
que la banda sonora no tiene ná que ver con el tipo de música que estáis
imaginando. Poco o nada de música country. Si bien, os reconozco que no
me hubiese importado escuchar alguna de las últimas de Ryan Bingham.
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