Parece ser que fue a finales del XVII cuando un médico suizo, de nombre Johannes Hofer, compuso una extraña palabra de
apariencia griega en la que se reunían dos términos –el regreso (nóstos) y el dolor (álgos)- para describir una condición que afligía a los soldados
destacados lejos de su patria. Los síntomas incluían melancolía, anorexia e incluso suicidio. Y todo ello por la añoranza del hogar. De ahí que la primera acepción de nostalgia en
el diccionario de la RAE sea la “pena de verse ausente de la patria o de los
deudos o amigos”.
David Robert Mitchell, realizador
estadounidense nacido en Clawson, sufre de nostalgia crónica. Al menos eso es lo que
demuestra con su cine. La añoranza de las cosas de esa “patria” que no es sino
un momento y un lugar que, como tal, nunca más volverá. Sus primeras películas
como director y guionista -“El Mito de la Adolescencia (The Myth of the
American Sleepover - 2010)”, “Te sigue (It Follows
- 2014)” y
la más reciente, “Lo que esconde Silver Lake (Under the Silver Lake - 2018)”-
así lo atestiguan. Nos muestran a un realizador prodigioso que tira de vivencias,
prejuicios, recuerdos, gustos y hasta mitos de juventud para crear su particular
universo cinematográfico. Tres obras bien diferentes y personalísimas en las que no
es difícil apreciar un hilo conductor - especialmente acuciada en el caso de las
dos primeras-. Y es que Mitchell ha construido una suerte de tríptico sobre la
adolescencia - o post-adolescencia-, suponemos que basada en la propia, luchando
contra las implicaciones del amor, el sexo y las siempre complejas relaciones paterno filiales.
Cronológicamente, “El
mito de la adolescencia” es la primera cinta firmada por el
director de Michigan. Si bien, con anterioridad ya había escrito y dirigido un
corto titulado “Virgin” (2002) que no he sido capaz de encontrar. La cinta nos
presenta la historia de un puñado de jóvenes de
barrio bien, que buscan desesperadamente el amor o hasta algún sucedáneo, durante
el último fin de semana del verano. Asistimos aquí al espectáculo de las míticas Pijama-Party
de los gringos, repletas de alcohol y confidencias. Una suerte de Høstblót simpático o no tanto y que actúa a modo de ritual de tránsito a esa edad
adulta repleta de temores e incertidumbres, pero también de expectativas. Y
ahí es donde radica el encanto de esta historia. En el desfase de quienes aún se sienten niños y se
resisten a abandonar esa Arcadia feliz, frente al de los que ya se sienten mayores
y prestos a comerse el mundo. Si bien, es claro que todos se arrastran de
mejor o peor manera hacia esa Terra
Ignota.
Años después apareció “It Follows”, que trata
con bastante más contundencia la temática mencionada. Siendo con seguridad su
obra más conocida y hasta reconocida merced al exitoso paso por festivales. De ella
ya os hablé por aquí, así que no me extenderé. Digamos que el punto de partida
podría servir de arranque a cualquier film de terror al uso, pero ná
que ver. Se inicia con una rubia adolescente pensando en cosas de adolescentes
rubias. La concreción de esos planteamientos le llevará a formar parte de una versión
porno-macabra del juego del "tú la llevas". Se trata de una cinta
de terror adolescente que se aleja del común de este tipo de producciones.
Sumamente poética y filmada con un gusto exquisito. Y con un mensaje muy en línea del de su predecesora.
La última película de Mitchell hasta el momento es
la maravillosa “Lo que
esconde Silver Lake” - mencionada con honores en mi lista
de lo milloret de lo milloret 2018-. Una suerte de neo-noir trufado
de elementos provenientes de la cultura pop y con guiños al cine de
Hitchcock, al universo David Lynch, a los cómics de Charles Burns o Daniel
Clowes, a lo que esconde el “What’s the Frequency, Kenneth?” de R.E.M. y hasta
al puto Kurt Cobain. Hete aquí con otro lugar en donde habita la pena de este ya
cuarentón. Que tampoco se aleja mucho de la de un servidor,
transitando de peor forma por la misma década, vaya. Y es que en esta, a un David
Robert Mitchell nacido en el año 74, la nostalgia le viene por el grunge,
los cómics y la cultura pop en general con la que creció y, suponemos, se
formó. Como a otros tantos. Si bien, a él, más talentoso y seguramente con más medios, le dio para labrarse un camino en el séptimo arte.
Y es que, con tan solo tres películas a la espalda, ya podemos afirmar que
estamos ante alguien que, no solo tiene cosas que contar, sino que sabe cómo
contarlas. Uno de los más interesantes nuevos realizadores, sin ningún género
de dudas. ¿La nueva esperanza blanca? Solo el tiempo nos lo dirá. Pero por
ahora pinta bien…
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