Sobre estas líneas “América invertida”, icónica obra
del filósofo, educador, poeta, artista y teórico uruguayo Joaquín Torres García.
Un sencillo dibujo a pluma y tinta del año 1943, que surge de una premisa tan
básica como la de invertir el tablero global. Plantearse aquello de que pasaría
si el norte fuera el sur...
“No debe haber Norte para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro Norte.”
Lo cierto es que Torres García creó con un trazo
simple el imaginario de otra América posible. Y lo hizo en el marco del que fuera
su gran proyecto, la Escuela del Sur, un taller de trabajo, pero
sobre todo una suerte de institución de enseñanza colectiva, que tenía como
objetivo alterar el mapa conceptual de referencias para la producción de arte
moderno desde Latinoamérica. Tirando de las fórmulas artísticas en boga, la indigenista
o nacionalista pero también de la visión universalista. Eso sí, alejándose de
la mirada romántica o de reivindicación patriotera de muchos de sus coetáneos. Lo
importante era la consecución de un arte puramente latinoamericano que incluyese
elementos del arte abstracto tradicional precolombino junto a elementos del
arte de vanguardia.
Al final, el taller se convirtió en un movimiento con una destacadísima
identidad propia. Ahí nació lo que se ha venido en llamar el universalismo constructivo,
del que Torres García fue impulsor. Pero para llegar a eso el artista tuvo que pasar
por diferentes etapas. A finales del XIX arribó a Barcelona, lugar de
formación, inspiración y primeras influencias, donde participaría del noucentisme.
Conocería a Picasso y sobre todo a Gaudí, con quien colaboró en el diseño de
vitrales de la Catedral de Palma de Mallorca y en la Sagrada Familia. Más
adelante se empaparía de la vitalidad artística de una ciudad como Nueva York, entorno
más moderno para su propuesta pictórica y artística. Aunque lo más interesante allí
fue su creación juguetera. Al poco regresaría a Europa y en algún momento
acabaría instalándose en París, entrando en contacto con la vanguardia. De ahí
su relación con Piet Mondrian, quien con sus composiciones de figuras
geométricas en colores primarios ejerció una notable influencia en la obra posterior
de Torres García. En el advenimiento de ese universalismo
constructivo mencionado al comienzo.
Y todo eso es lo que puedes ver en la exposición “Torres
García. Obra Viva” del Centro Cultural la Moneda. Muestra con más de cien obras
de diversas materialidades -cartones, piezas de madera, óleos sobre tela y
pinturas sobre papel- además de fotos, ejemplares de revistas editadas por el
taller del artista, juguetes de su fábrica artesanal en los EEUU, teatritos
creados en un periplo italiano y hasta su escritorio personal, traído específicamente
desde el museo del artista en Montevideo.
No es una presentación despampanante, pero no está nada mal. Sobre todo resulta interesante. Como la reflexión que dio
origen al cuadro que ilustra esta entrada.
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