Cuando ya ha pasado más de un mes desde que HBO
emitiera el último de los cinco capítulos de esta miniserie y, de alguna forma,
la ola de entusiasmo se ha disipado, es momento de que este menda os hable
sobre la última creación de Craig Mazin. “Chernobyl”, dirigida por el sueco Johan Renck, es un drama histórico que
recrea el desastre de la central nuclear ucraniana de abril de 1986, contando
las historias de aquellos que, supuestamente, lo causaron y de quienes pagaron
por ello. Según he leído, bebe de los recuerdos locales de Pripyat recogidos
por la premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich en su libro “Voces de Chernóbil”. Una obra literaria que descansa en mi estantería desde hace tiempo y
a la que no acabo de hincar el diente.
Antes de nada una anécdota de pre-adolescencia. Servidor
forma parte de esa generación de europeos que un 29 de abril de 1986, tres días
después del accidente, se desayunó con la noticia de que había una nube
radioactiva pululando por el viejo continente. Y que si no moríamos todos poco
iba a faltar. Bueno, esto último no sé si fue tan así. Seguro que estoy
exagerando. Pero os imaginareis lo sugestionada que estaba la mente de un niño
que, por aquel entonces, ya leía historias de Julio Verne, Boy Lornsen, los
tebeos de Dany Bub y los de Tintín. Recuerdo que el acojonamiento era más o
menos generalizado. Al menos en mi entorno pueblerino. Hasta el punto de dejar
apartadas el resto de preocupaciones. Que vaya, en ese momento y con esa edad
no pasarían de evitar las collejas del chulito del cole o que me partieran la
trompa jugando a el rogle. Bueno, también hinchar para que Duckadam, Belodedici, Balint,
Lacatus y Piturca se follaran al Barça en la final de Copa de Europa a disputar
en Sevilla, como finalmente ocurriría.
Así pues, como os podéis imaginar, no podría haber
recibido con mayor expectación un producto como este. Quien dice expectación
dice entusiasmo, por mucho que fuera consciente de que la fabulación iría más
allá de lo que realmente sucedió y que eso serviría a los productores, tan
occidentales ellos, para plantear una enmienda a la totalidad de aquel bonito
sueño que fue la URSS, con su economía planificada y el milagro de la
abundancia en cuatro sencillos pasos. Y no seré yo quien reivindique un
proyecto a todas luces fracasado, pero me carga que se niegue el pan y la sal a
cualquiera de los que creyeron sinceramente en aquello. Y sobre todo que se oculten
los logros de aquel modelo político y económico, que también los hubo.
Dicho lo cual, vamos al asunto: Las cuatro lecturas
dispares anunciadas al comienzo. Más que dispares contrapuestas. Lo cual deja a
este humilde bloguero al nivel de un Pdr Sncz diciendo una cosa hoy y
mañana la contraria, o al de un Alberto Carlos haciendo… Bueno, no, al nivel
del farlopero jamás.
La primera es que “Chernobyl” mola un puñao.
Por intensidad, por la fuerza de las imágenes ligadas a la música de Hildur Gudnadóttir y también a la no-música
de muchas escenas… Por la forma en que la cámara penetra en la historia,
aislándolos en los detalles más ínfimos… Porque nos transporta a un tiempo y un
lugar absolutamente conseguidos, a un escenario creíble… También porque el
elenco actoral es estupendo, en algún caso -como el de Jared Harris en el papel
de Valeri Legasov, el de Con O’Neill como director de la central, o en el del secundario
que hace de líder de los mineros-, absolutamente maravilloso. Por el sonido, los
diálogos, la iluminación, el montaje, los encuadres y movimientos de cámara,
los decorados… Por ese color desvaído que lo impregna todo… Lo cierto es que todo
brilla a gran altura. Dando lustre a una etiqueta como “HBO presents” que suele
asociarse a calidad, aún cuando a veces sea discutible. También por como esas imágenes
reproducen una realidad que conmueve. Dibujando un escenario en plan
“qué coño pasaría sí…” de forma tal que nos olvidamos de que todo
eso ya pasó. De verdad que pasó.
Peeeero… la serie está rodada en inglés. Y eso mola
menos. Hasta el punto que me cuestiono si realmente importa verla en versión
original. Y es que escuchar a Gorbachov, a los camaradas Briujanov, Shcherbina
o Pikalov interactuando en un inglés con acento de Londres, me recordó a aquellos
blockbusters ochenteros en los que los rusos siempre eran los malos y
hablaban entre sí en jerga de Kentucky pero con acento de Vladivostok. Vaya,
que los actores ingleses son cojonudos, no cabe duda. De hecho estoy bastante
de acuerdo en aquello que afirmaba Garci de que, junto a los argentinos, son
los mejores en lo suyo. Pero la cuestión idiomática chirría. La historia es
demasiado soviética como para pasar esta circunstancia por alto. Y esa es mi
segunda lectura.
Aún mola menos y esta es la tercera, por cómo
afronta la cuestión política de fondo. Más bien por lo maniqueo del
planteamiento. Todos sabemos que el cine es un lenguaje y por lo tanto es un medio
de llevar un relato y de vehiculizar ideas. Esto viene siendo así desde
Griffith hasta Ken Loach, pasando por Visconti y por supuestísimo por un Sergei
Eisenstein que siendo soviético viene bastante al caso. El cine es un medio de información
pero también de propaganda y esta serie, que incide especialmente en
el empeño de los soviéticos por impedir que se conociera la gravedad de lo
acontecido en Chernóbil, no escapa a esa premisa. No porque lo que cuente sea mentira,
supongo, sino por como lo cuenta y, sobre todo, por lo que decide no contar. Presentándonos
a un gran villano, el sistema soviético, pero eludiendo
que cuando se produjo el accidente ese sistema ya no existía. Eran tiempos de Perestroika,
el proceso de reestructuración y desmantelamiento del antiguo régimen
soviético capitaneado por Mijail Gorbachov. Alguien que también tiene su cuota
de pantalla en “Chernobyl”, presentado como un zote, o más bien un pelele preso
de los burócratas. Una retahíla de hijos de puta, viles y mentirosos, que simbolizan
el terrible funcionamiento de las cocinerías de la URSS. Como si estas cosas fueran
diferentes en el mundo libre de entonces y en el de ahora. Y a la actualidad
política de Españita o el Chilito lindo que tan bien me acoge, me remito. Con
todo, lo peor es el antagonismo de esos insobornables y abnegados científicos
que velan por el progreso compartido y el bien de la humanidad. Unos seres de
luz que al parecer nada tuvieron que ver con el merder que se les/nos
vino encima. A otro perro con ese hueso… Ai Marededeu si todo fuera tan sencillo…
Y ya para acabar mi cuarta lectura. Tiene que ver
con ese tonito moralizante e hipócrita que incide en los peligros de la energía
nuclear pero no para criticarla como fuente de energía, sino para cuestionar
que sus beneficios caigan en manos de los malosos. Vaya, lo mismo que hace
Trump señalando a Irán, Corea del Norte y demás miembros honoríficos del eje
del mal por desarrollar idénticas tecnologías a las que se exploran desde hace
décadas en el país de las barras y estrellas. Vamos, que está bien crear bombas atómicas capaces de arrasar ciudades enteras en cuestión
de segundos, siempre y cuando lo hagamos nosotros que somos los buenos, pero no
ellos. Todo muy olrait. Y es que, como vemos en un vergonzante pasaje
del penúltimo episodio de “Chernobyl”, ¿vamos a aprobar que tengan centrales
nucleares unos tipos que no dudan en matar perritos a sangre fría? Que más dará
si lo hacen para que la contaminación no se propague y que hayan muerto nosecuantos
ucranianos intentando reconducir la situación... Todo tiene un límite y este se
sitúa en cosas como el sacrificio de mascotas contaminadas. En serio, ¡¿Perritos?!
¿Qué hostias le pasa a esta peña?
Y esto es todo lo que tengo que decir sobre esta miniserie
que habla del principio del fin de la guerra fría y de alarmas nucleares. Un producto
televisivo de impecable factura y que, aunque ahora no os lo creáis, he
disfrutado bastante. Me ha gustado más de lo que me ha disgustado y de hecho le
he cascado un siete en el Filmaffinity. ¡Quién te entienda que te
compre, Sulo!
Ah! Y por cierto, acabo de
ver lo de las tropecientas nominaciones a los Emmys… Supongo que volverá
el entusiasmo que os comentaba al principio.
Eso y que si queréis ver fotos chulas de las
consecuencias del desastre, aquí os dejo esta entrada de hace ocho años… ¡Cómo
pasa el tiempo conchasumare!
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