domingo, 21 de julio de 2019

José Tomás Molina en El Farol


El viernes por la tarde y casi de casualidad, nos topamos con el bolo que el sello independiente LeRockPsicophonique había montado en la Sala Rubén Darío de Valparaíso, en el marco del ciclo itinerante que lleva por todo Chile el trabajo de sus bandas y artistas. Algún día tendré que dedicar una entrada a la maravillosa labor de un sello capaz de extraer tamaña cantidad de talentos de debajo de las piedras y aquí, en este remoto y apartado rinconcito del mundo. Sería interesante ver la incidencia de esta peña en el chiringuito musical, si se cumpliera la premisa de aquella otra América posible esbozada por Torres García.

El caso es que José Tomás Molina es un brillante compositor y multiinstrumentista, responsable de piezas para orquesta y grupos de cámara. Además forma parte como guitarrista, teclista y bataca del trío de math rock Sistemas Inestables, de quienes ya os hablé en otra entrada. También integra el combo de rock alternativo Inverness, conocidos por aquí tras participar en la banda sonora original de “La memoria del agua” y “La vida de los peces”, ambas películas dirigidas por Matías Bize. Venía a la ciudad de los colores para presentar un adelanto del que será su tercer trabajo en solitario tras “La Orquesta Errante”, de 2014, y el fantástico “Bilanciare” –equilibrio- del año pasado.

Lo que ofrece el músico santiaguino es una suerte de neoclasicismo o clásico moerno muy en línea con el trabajo de artistas internacionales, coetáneos pero un tanto más curtidos y desde luego más reconocidos que él, como Joep Beving o hasta Max Richter. Eso y una suerte de experimentación en base a secuenciadores y algún que otro repiqueteo jazzístico más presente en el directo que en los discos publicados por Molina hasta la fecha. De hecho esto último funcionó anteayer como una especie de homenaje a su banda matriz, a quienes vi en otra ocasión sin que me gustaran tanto. Al menos eso me pareció a mí.
El show, ni muy largo ni muy corto, solo lo justo y necesario, transitó entre lo novedoso y lo reciente, mostrando a un José Tomás Molina un tanto más experimental y menos grandilocuente que en su versión enlatada. Dibujando atmósferas que iban entre lo ambiental y lo esotérico y que podrían venir firmadas por el puto Brian Eno si este se dedicase a reinterpretar las “Gymnopédies” de Satie. Todo ello sin eludir otros aspectos más propios de la música instrumental de guitarras y programitas. Vaya, que forzando un tanto la comparación, hubo momentos en los que me vinieron a la cabeza esas fases más espaciales y vaporosas en la música de Mogwai. En todo caso, si algo quedó demostrado este viernes, es que José Tomás es un tipo talentosísimo. Al piano, por supuesto, pero también con la programación, dándole a las baquetas, rasgando la guitarra o soplando el clarinete. También sus dos acompañantes, un violinista y un violonchelista que tocaron como Dios. Y vaya, que no sé si os interesan demasiado estos sonidos, pero si es el caso, dadle una oportunidad al zagal. Presenciar el concierto aquí en Valpo, en petit comité y a resguardo de los rigores del invierno austral, fue un gustazo. Si puedo, repetiré. Aquí, allá o acullá.

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