“Nix” es
el nombre germánico de un espíritu al cual en Noruega en realidad llaman
“Nokk”. Se supone que vive en el agua y tiene la capacidad de transformarse en
cosas distintas, como por ejemplo en un caballo blanco. Y lo hace, bien para tentar
a las personas y que estas se sometan, bien para ahogarlas. Me cuenta un
pajarito que el bicho en cuestión casi se carga a la prota de la saga “Frozen”,
arrastrándola hacia el fondo del mar. Esto último lo apuntaré en mi libreta de
cosas que me importan una mierda…
“-El Nix solía aparecerse en forma de caballo –dijo-, pero eso era en los viejos tiempos.
- ¿Y qué aspecto tiene ahora?
-Es distinto para cada uno. Pero generalmente se aparece en forma de persona. Generalmente es alguien a quien crees querer-
Samuel seguía sin entender.
-Las personas se quieren por muchos motivos, no siempre buenos –explicó su madre-. Se quieren porque es fácil. O porque se han acostumbrado. O porque se han rendido. O porque tienen miedo. Una persona puede ser un Nix para otra persona.”
Pues
bien, en esta primera novela firmada por Nathan Hill, el Nix es una suerte de presencia
intangible que le recuerda a sus protagonistas aquel momento crucial en el que todo
se fue al carajo y ya nunca fueron capaces de recuperarse. Aquello de lo que
pudo haber sido, pero ya nunca será. Porque de eso va el libro, de vidas
truncadas por culpa de situaciones que escapan al control de quienes las
protagonizan y decisiones que no dependen de la voluntad de quienes las
terminan tomando. Y de la imposibilidad del olvido.
“-Lo que solemos entender como olvido no lo es del todo, en realidad –dijo ella-. No estrictamente. Nunca olvidamos las cosas, sólo perdemos el camino para volver a encontrarlas.”
“El Nix” se publicó aquí propulsado por la
enormidad de las críticas recibidas en los EEUU. Estas nos hablan –again- de aquello de la “gran novela
americana”, comparando al autor con el puto David Foster Wallace. Cosa seria.
Que hombre, quizás resulte arriesgado comparar la obra de un primerizo como
Hill, con el inmenso legado del autor de “La broma infinita”. Pero vaya que,
por lo menos en lo que respecta a este debut, sí transmite algo que puede recordar a las maneras del escritor neoyorquino. Por lo que entiendo que la comparativa
resulta oportuna y, supongo, muy tentadora.
“-Me encantaría saber que le pasó -dijo Samuel-. En Chicago, digo. En la universidad. ¿Por qué la dejó tan pronto?
- Ni idea, nunca habló de ello.
- ¿Y tú no se lo preguntaste?
- Me alegré tanto de que volviera que preferí no llamar al mal tiempo. A caballo regalado no le mires los dientes, ¿no? Lo dejé correr. Me pareció una actitud muy moderna y empática.
- Tengo que averiguar que le sucedió.
- Oye, necesito tu opinión. Vamos a lanzar una línea nueva. ¿Qué logo prefieres?
- Henry le acercó dos hojas impresas por encima de la mesa. En una ponía CONGELADOS FRESCOS DE GRANJA, y en la otra CONGELADOS DE GRANJA FRESCOS.
- Me alegro de que te preocupes tanto por el bienestar de tu hijo –dijo Samuel -
-En serio, ¿cuál te gusta más?
- Me alegro de que le des tanta importancia a mi crisis personal.
- No seas tan dramático y elige un logo, anda.
- Samuel los estudió un momento. Supongo que voto por CONGELADOS FRESCOS DE GRANJA. En caso de duda, ordena las palabras correctamente, ¿no?
- ¡Eso digo yo! Pero según los de publicidad, el otro orden le da más personalidad a la marca. Bueno, ellos lo llaman branding.
- Qué ganas de usar palabras que no existen.
- Cómo se nota que eres profesor. Siempre hacen lo mismo. Dicen que hace treinta años era posible anunciarse usando frases sencillas y enunciativas como ¡Sabe delicioso! o ¡Vive feliz!. Hoy en día, en cambio, los consumidores son más sofisticados y eso te obliga a ser más creativo con el lenguaje: ¡El sabor de los que saben!, ¡Paladea tu felicidad!
- Oye, una pregunta –dijo Samuel-. ¡Cómo es posible que algo sea fresco de granja y, al mismo tiempo, congelado?
- Eso es algo que se plantea mucha menos gente de la que imaginarías.”
La novela, que alterna el drama y la sátira,
viene protagonizada por un treintañero que es a la vez un escritor bloqueado, un
profesor hastiado y un adicto a los videojuegos. Abandonado por su madre con apenas
once años y, tras más de dos décadas sin saber de ella, se la topará de la
forma más insospechada. Por culpa de un incidente con un
político que, por obra y gracia del periodismo de sucesos y el merder de las redes sociales, acaba
transformándose en una especie de acto terrorista. El caso es que los
medios presentan una visión de la señora que su hijo no reconoce, por lo que se
ve abocado a indagar. Y ahí será cuando descubra una historia familiar que
encierra más secretos que la alcoba de Julio Iglesias.
“-Tu madre te buscó en internet y descubrió que era escritor –dice Periwinkle-. O que querías serlo. Me llamó y me pidió un favor. Me pareció que se lo debía.
-Por Dios.
- Qué chasco, ¿no?
- Y yo que creía que me había hecho famoso por méritos propios.
- Los únicos que se hacen famoso por méritos propios son los asesinos en serie. Todos los demás necesitan a alguien como yo.”
La
historia nos desplaza de década en década y nos ubica en contextos diversos. Desde el
Medio Oeste rural en la década de los sesenta, hasta el Nueva York del Occupy Wall Street, pasando por el
Chicago de la contracultura. Saltando el charco incluso, en un vuelo hacia las escarpadas
costas noruegas que se repite en dos momentos históricos, uno más próximo y el
anterior durante la Segunda Guerra Mundial.
Todo esto define este gran libro que lo es no
solo por extensión. Lo cual tampoco conviene pasar por alto, ya que constituye su principal
hándicap. De hecho, de no ser por la situación de confinamiento, disponiendo de todo el tiempo del mundo, no me hubiese enfrascado en la lectura de tamaño mamotreto. Bien por el
coronavirus, pues. Eso sí, a toro pasado, pienso que, tal vez, el autor se podría haber ahorrado algún capítulo. Me refiero a aquellos que se centran en la obra y milagros de una alumna no tan tonta como aparenta,
ni tan lista como ella cree.
“Y es verdad. Ha sido un buen hombre. Tan buen padre como podía serlo. Sólo que Faye nunca se había dado cuenta. A veces estamos tan sumergidos en nuestra propia historia que no nos damos cuenta de que solo somos actores secundarios en la historia de otra persona.”
¿Recomendable?
Sí, mucho. Y en los tiempos que corren, aún más.
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