No sé dónde
leí que la prueba de grandeza de Richard Brautigan reside, justamente, en las
pasiones encontradas que despierta su obra. Pues bien, no sé cuan beligerante
me mostraré a partir de ahora con la legión de fans que atesora este autor –¡los tiene a puñaos!-. Lo que sí puedo decir
desde ya, es que “La pesca de la trucha en América” me ha parecido un libro
bastante vulgar. Y prescindiendo de la finezza
que nunca caracterizó a este blog, afirmaré que es un ñordo catedralicio. Con muy
buena prensa, eso sí.
Y es que
el librito de marras supuso un tremendo éxito de crítica, también de público, a
finales de los sesenta. De hecho, puso al frikazo
de Brautigan en el mapa. Sus escritos llegarían a ser considerados un símbolo
de la contracultura y el hipismo. Es más, hay quienes incluso le compararon con
Dylan y Ginsberg (wtf!?). Y en lo que hace a su inclasificable estilo, los hay quienes
ven en su obra referencias al estilo humorístico de Mark Twain y un halo de trascendentalismo
a lo Thoreau (wtf!? bis).
Por lo
que a mí respecta, existen muchas posibilidades de que esta sea la última
incursión en el universo sin gracia de este miembro de la Generación Beat. Si este extraño viaje a una época idealizada en forma de microrelatos
- la mayoría relacionados de una forma u otra con la pesca fluvial-,
es lo mejor que escribió este hombre, no quiero saber cómo será lo peor. Vaya,
que no me ha gustado nada de nada y supongo que ha quedado claro. Es más,
cuando leo que se refieren al libro como poético, melancólico y absurdo, yo lo que
interpreto es que “La pesca de la trucha en América” es a la poesía lo que
Raphael de la Guetto, es melancólico como un cuarentón alcoholizado rememorando conquistas de Instituto que nunca acontecieron, y
es absurdo como el futuro postapocalíptico de “Zardoz”. Y eso es todo lo que
tengo que decir sobre mi última lectura.
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