lunes, 14 de diciembre de 2020

John Le Carré, in memoriam

Ha muerto John Le Carré a los ochenta y nueve años. Lo cual es terrible per sé, si bien, a efectos de este blog, supone algo más… La gota que colma... Y es que en las últimas semanas han fallecido unas cuantas figuras de la farándula y el artisteo a los que este menda debe mucho, sin que este espacio se haya hecho eco (Bueno, ni de esto, ni de nada y es que el TresCagallons está más muerto…). Me refiero a gente como el inimitable Richard Corben, ilustrador del Creepy y de innumerables posters de pelis de terror. Responsable directo de definir una estética que aun perdura. O la del cineasta coreano Kim Ki-duk, quien pese a esa deriva beata que me llevó a distanciarme de su última obra, es responsable de un par de joyitas como “Hierro 3”, o “Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera” que todos deberíamos haber visto. Además de su importancia a la hora de poner al cine de aquel país en el candelero, antes que aparecieran en escena Bong Joon-ho, Park Chan-wook o Na Hong-jin. ¿Y qué decir de Diego Armando Maradona? El mago del fútbol mundial. ¡Barrilete cósmico! Posiblemente el mejor futbolista de la historia y desde luego el más icónico. Un personaje que, para bien o para mal, trasciende el ámbito deportivo. O en ese mismo terreno, el entrañable Paolo Rossi. La estrella del Mundial 82 y con el que algunos nos aficionamos al deporte rey. En mi caso, en la más tierna infancia.

Pero es que antes y también dentro de este fatídico 2020, nos dejaron personalidades como Juan Marsé, Olivia de Havilland, el gran Michael Robinson, Rado Antic, Lucia Bosé, Kobe, José Luís Cuerda, el loco de Limónov, Kirk Douglas, Sean Connery… O músicos talentosos a los que he seguido en mayor o menor medida en diferentes etapas de mi vida, como Eddie Van Halen, Juliette Gréco, Jota Mayúscula, Ennio Morricone, Justin Townes Earle, Little Richard, Florian Schneider, Lee Konitz, John Prine, Rafael Berrio, Bill Withers, Aute, Adam Schlesinger, Víctor Nubla, Manu Dibango, Eduardo Bort, el bataca de Rush, Mike Noga, Gabi Delgado-López, Genesis P-Orridge… El caso es que, exceptuando a estos dos últimos, tampoco me referí a ninguno más cuando tocaba… Más allá de vagas referencias derramadas en las redes. Penitenziagite.

Pues bien. Aunque con esto no voy a reparar todo lo anterior, sí me apetece homenajear aquí y ahora a Mr. John Le Carré. Aunque solo fuera por el número de horas de goce y disfrute que le debo a este escritor, antes diplomático y en algún momento espía. Que sí, que no es mito. David Cornwell, más conocido por su pseudónimo, antes de convertirse en un gran novelista con millones de lectores en todo el mundo, fue reclutado en Oxford por el MI6 británico, abandonando el servicio a principios de los años sesenta. Después se especializaría en movidas de espías ambientadas durante la Guerra Fría. Si bien, cuando cayó el telón de acero, fue capaz de adaptarse y desarrollar otros temas más o menos relacionados con aquel, como el terrorismo internacional. El caso es que, durante mi adolescencia, fui muy fan de este subgénero literario. Bueno, realmente de quien fui fan es de George Smiley, aquel espía algo descuidado, leal y escéptico, magistralmente dibujado por Le Carré en sus novelas más celebradas. No estoy seguro del orden exacto de lectura, aunque, supongo, comenzaría por “Llamada para el muerto”, que además fue su debut literario. Un libro bastante ameno que recuerdo con simpatía, pese a ser una novela negra ad hoc y no tanto una de espías que es por donde discurrió la cosa a posteriori. Como sí es el caso de la fantástica “El espía que surgió del frío”, donde el autor comienza su retrato de ese mundo turbio y enigmático al otro lado del muro. Y que es “la mejor novela de espías jamás escrita”, según Graham Greene. Y si lo dice él, ¿quién somos los demás para contradecirle? También me leí “El espejo de los espías”, obra posterior de la que guardo un recuerdo más vago. Y, como no, la sacrosanta gran trilogía en la que Le Carré desarrolla con maestría el meollo y el final de la Guerra Fría. O la muerte de las ilusiones, en palabras suyas. Estoy hablando, por supuesto, de “El topo” –mi favorita de entre todas sus novelas- “El honorable colegial” y “La gente de Smiley”. Tiempo después me acabé “El peregrino secreto” y “La casa Rusia”, y ya fuera de la serie Smiley, “El Sastre de Panamá”. Las dos últimas sin mucho entusiasmo, la verdad. De hecho, las reconozco más tras su paso por la gran pantalla.

Y esa es otra característica de la obra de John Le Carré: Su adaptabilidad al universo del celuloide. Esas tramas tan bien construidas, que se comprenden y siguen con suma facilidad pese a la densidad de las temáticas y lo complejo de las situaciones, hacen que las historias sean carne de adaptación. De ahí la gran cantidad de films basados en sus novelas. Comenzando por “El espía que surgió del frío”, dirigida por Martin Ritt allá por 1965 y con Richard Burton al frente del elenco actoral. Película que ha resistido divinamente el paso del tiempo. Un año después se estrenaría “Llamada para el muerto”, con factura de, ni más ni menos, Sidney Lumet. ¡Y con James Mason como Smiley! “El espejo de los espías” fue dirigida por Frank Pierson en 1969 y aquí al protagonista le pone cara un jovencísimo Anthony Hopkins. Después se rodarían “La chica del tambor”, dirigida por George Roy Hill (1984), “La casa Rusia” por Fred Schepisi (1990) y con la participación de Sean Connery, “El sastre de Panamá” de John Boorman (2001), la estimable “El jardinero fiel”, dirigida por Fernando Meirelles (2005), “El topo”de Tomas Alfredson (2011) … Y así hasta llegar a “El hombre más buscado” de Anton Corbijn. Cinta del año 2014 que, como curiosidad, supone la última interpretación de Philip Seymour Hoffman antes de su fallecimiento. Bueno, más recientemente se estrenó “Un traidor como los nuestros” (2016), bajo la rúbrica de Susanna White. Película que aún no he visto y en la que aparece, según veo, Ewan McGregor. Tampoco he podido ver las producciones de la BBC sobre el agente Smiley, alguna de ellas protagonizada por el mismísimo Alec Guinness.

Así pues, descanse en paz John Le Carré, que se lo ha ganao. Por ser positivos, el hombre se va a ahorrar el capítulo final del Brexit. Triste episodio en la historia de Gran Bretaña con el que siempre se mostró crítico.

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