Voy
a contar una batallita que me ocurrió allá por el Pleistoceno Medio. Una
anécdota de juventud que viene protagonizada por un sujeto llamado Wilson,
amigo de un amigo de la hermana de un buen amigo, o sea un auténtico
desconocido para mí, al que me tocó soportar durante toda una noche. Sucedió en
Navidad o en fechas próximas, aunque no estoy seguro, el caso es que hacia un
frío del carajo. En el punto de reunión habitual de la cuadrilla se presentó la
hermana de nuestro amigo con el tipo en cuestión, al que no habíamos visto
nunca. No recuerdo cual era su nombre, tan sólo que venía de León a pasar unos
días a mi pueblo. El caso es que fue presentarse y comenzar a soltar bolas a
diestro y siniestro. Y es que sus historias sobre el tal Wilson, su compañero
de correrías, son dignas del peor guionista de Hollywood, ¡o del mejor Ozores!
Una especie de McGyver castellano
capaz de juntar tres televisores estropeados en uno sólo ¡y conseguir que la
cosa funcione! O de pasarse por la piedra a todas las hermanas de un convento
de clausura próximo a su domicilio, salvo a la Madre Superiora “porque era demasiado mayor”. El tipo se
creería que nos chupábamos el dedo y nos tragaríamos cualquier cosa que nos
contara, por lo que se fue creciendo y, consiguientemente, incrementando el
grosor de sus fantasías. En fin… El caso es que, a pesar de conocerlo sólo de
esa noche, me acuerdo mucho de él. De él y de su amigo (invisible) Wilson. Pobre
diablo… ¿ande andará?
Bueno. Lo mismo me da, que me da lo mismo. Si he introducido a este sujeto es para hablar de otro Wilson, el sociópata y malasombra protagonista de la última gran obra de Daniel Clowes, genial historetista norteamericano. Para los que no estéis demasiado familiarizados con el mundo del cómic, el señor Clowes es también autor de “Ghost World” o “El arte de estrangular (Art School Confidencial)”, cuyas adaptaciones cinematográficas fueron dirigidas por Terry Zwigoff en los años 2001 y 2006 respectivamente. Aunque posiblemente, a no mucho tardar, os sonará este señor Wilson ya que, según he leído en algunos blogs, se está forjando su salto a la gran pantalla de la mano de Alexander Payne. El propio Clones presenta a este Wilson como “un vago con un gran corazón, un solitario marido y padre devoto, un idiota, un sociópata, un fantasma y un engreído, una flor delicada, o no… Wilson en 100% wilsoniano”. Según lo veo yo, esto último es lo más acertado de todo. Hete aquí con un neologismo que con el tiempo podría hacer fortuna, como lo hizo kafkiano o brechtoniano.
Bueno. Lo mismo me da, que me da lo mismo. Si he introducido a este sujeto es para hablar de otro Wilson, el sociópata y malasombra protagonista de la última gran obra de Daniel Clowes, genial historetista norteamericano. Para los que no estéis demasiado familiarizados con el mundo del cómic, el señor Clowes es también autor de “Ghost World” o “El arte de estrangular (Art School Confidencial)”, cuyas adaptaciones cinematográficas fueron dirigidas por Terry Zwigoff en los años 2001 y 2006 respectivamente. Aunque posiblemente, a no mucho tardar, os sonará este señor Wilson ya que, según he leído en algunos blogs, se está forjando su salto a la gran pantalla de la mano de Alexander Payne. El propio Clones presenta a este Wilson como “un vago con un gran corazón, un solitario marido y padre devoto, un idiota, un sociópata, un fantasma y un engreído, una flor delicada, o no… Wilson en 100% wilsoniano”. Según lo veo yo, esto último es lo más acertado de todo. Hete aquí con un neologismo que con el tiempo podría hacer fortuna, como lo hizo kafkiano o brechtoniano.
Bueno,
dejo de flipar. Lo que quería decir es que Wilson es uno de los mejores tebeos que
me he leído. Una lucida reflexión sobre muchísimas cosas, pero escrita con mu mala leche, en la que Daniel Clowes
esconde tras una serie de gags más o
menos cómicos, la historia de un marginado y su triste cotidianidad. La
verdad es que este Wilson guarda ciertas similitudes con Ignatius J. Reilly,
inolvidable protagonista de “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole,
pero a diferencia de con éste último, por Wilson es imposible sentir empatía. Por
eso, tal vez sea mejor compararle con el triste y turbio señor Allen de
“Happiness”, película que dio a conocer en todo el mundo al peculiar director
Todd Solondz.
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