jueves, 2 de mayo de 2013
Primero de mayo
Ayer fue 1 de mayo, día internacional del trabajo, una celebración que arranca de unos incidentes ocurridos en los Estados Unidos hace más de un siglo. En mayo de 1886, en Chicago, se produjeron una serie de protestas pacíficas en respaldo a los obreros en huelga que reivindicaban una jornada laboral de ocho horas. Durante una de las manifestaciones alguien lanzó una bomba a la policía que intentaba disolver el acto de forma violenta. Eso desembocó en una serie de detenciones y un juicio sumario -años después calificado como ilegítimo- contra ocho trabajadores, cinco de los cuales serían ahorcados.
Es por ello el que yo y otros 40.000 manifestantes marcháramos ayer por las calles de Valencia, conmemorando la efeméride y protestando contra las nefastas políticas del Gobierno en materia de empleo, educación, I+D y nosecuantas cosas más. Con todo y con eso hay que intentar no perder la perspectiva y ser consciente de que reclamar un pacto nacional contra el desempleo no significa que podamos desentendernos de otras cosas ocurridas en este mundo cada vez más global y que tienen mucho que ver con lo que conmemoramos cada primero de mayo. Porque da la puñetera casualidad que ese mismo día y a un millón de kilómetros de distancia, cuatrocientos trabajadores del textil han perdido la vida por culpa de las malas condiciones en las que desarrollaban su trabajo. Os hablo de Bangladesh, claro está.
Si os hablo de ese pobrísimo país es porque parte de lo que allí ha ocurrido es responsabilidad nuestra. Vale que la responsabilidad directa es de su gobierno por ser incapaz de imponer una legislación laboral que garantice unos mínimos, pero eso no exime a las empresas y a los gobiernos europeos (incluido el de España), que se benefician directamente de los salarios bajísimos y las jornadas interminables de los trabajadores bangladeshíes. Ni a los consumidores, que también tenemos nuestra parte de responsabilidad consumiendo los productos obtenidos en esas inhumanas condiciones.
Como comentaba Sol Gallego-Díaz en la mañana de la SER, ante ese panorama los consumidores occidentales somos los únicos que tenemos en nuestra mano defender a aquellos trabajadores. ¿Cómo? Pues exigiendo a nuestras empresas que garanticen unas mínimas condiciones laborales en los enormes talleres que tienen por aquellos pagos. Que lo de las 8 horas o el tema de la seguridad e higiene en el trabajo es un derecho nuestro, pero también de ellos. Que el derecho se genera por ser trabajadores, no por haber nacido en Almussafes o en Francfort. Y esa es nuestra responsabilidad de la que nada nos exime. Si nos desentendemos, ¿qué sentido tiene conmemorar el primero de mayo?
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Addenda
Por cierto, que no quiero que se me olvide. En Valencia éramos 40.000 en la marcha. Había gente convocada por los sindicatos, partidos políticos, asociaciones en defensa de la educación, dependientes, colectivos profesionales, asociaciones culturales, inmigrantes, desempleados, gentes sin filiación ni participación en colectivo alguno… Sí, sí, pero 40.000 manifestantes en una comunidad con casi 800.000 parados. Que sí, que sí, que ya lo sé... que excusas podemos poner mil y una e incluso algunas serán súper razonables, ¡pero 40.000 vs 800.000! Me debato entre el sarna con gusto no pica y el que cada palo aguante su vela, pero como diría un buen amigo: “a dormir a casa valent”.
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