miércoles, 22 de mayo de 2013

Última salida para Brooklyn


“Última salida para Brooklyn” es uno de esos libros a los que la etiqueta “de culto” le viene que ni pintada. Vamos, que si no fuese por novelas como ésta podría afirmarse que lo del culto no es más que otro señuelo creado por la industria, para que los lectores adictos al postureo (y otras aves del universo mónguer) nos sintiéramos diferentes y hasta malotes leyendo los productos así etiquetados. Y es que la aparición de “Última salida para Brooklyn” en los escaparates de las librerías de mediados de los sesenta, causó un terremoto cercano a los temidos diez grados Richter. En torno al libro y a la figura de su autor, se agolparon un inmenso caudal de reacciones contradictorias y viscerales que irían desde la más rendida admiración (las menos), hasta el furor ciego (las más). Hasta el punto de que la novela fuese prohibida en Italia o que en el Reino Unido se le condenara por obscenidad, tras un sonado proceso del cual participaron literatos de prestigio como Frank Kermode, John Arden o Anthony Burgess. Ese veredicto fue finalmente revocado en una histórica sentencia que alineó “Última salida para Brooklyn” con “El amante de Lady Chatterley” de D.H. Lawrence y el “Ulises” de James Joyce, víctimas también de la censura de su época.

¿Y a qué tanta historia por un libro? Pues porque es un libro muy burraco sobre maricas, yonquis, prostitutas, travestis y sobretodo mala gente que habita y se siente cómoda en la sordidez, por la que al final llegamos a sentir lástima. Curioso. Y porque “Última salida para Brooklyn” es un libro consagrado esencialmente a la violencia. Pero no a cualquier tipo de violencia, sino a una que nos resulta familiar a todos, la violencia de proximidad, aquella que desgarra a una sociedad carente de amor. A lo largo de seis historias (más la Coda), Hubert Selby Jr desgrana las causas de esa violencia, los motivos de quienes la imponen y la absoluta tragedia de quienes la sufren.

De ahí surgen con violencia –valga la redundancia- varios personajes absolutamente memorables que ejemplifican toda esta miseria. Desde Harry Black, un líder sindical de dudosa moral que en el transcurso de una huelga descubre su homosexualidad, hasta la joven Tralala, la chica con el mejor pechamen de occidente, que rechaza el único amor que se le ofrece para hundirse en la prostitución más chusca -dejándose violar hasta morir por medio centenar de repulsivos personajes de la noche-. También están Sal, Vinnie y el resto de los chicos, matones de poca monta que consagran sus días a trapichear, prostituirse a cambio de alcohol y/o anfetas y, de tanto en tanto, a desplumar algún soldado borracho de paso por la ciudad. O Georgette, el travesti de conmovedoras aspiraciones culturales y su colla de semi-chaperos en caza y captura de algún malote para que les dé lo suyo. Y Tommy y su moto y su boda de penalti y su suegro polaco y el resto de su familia política de mierda que se sustenta gracias a los miserables sueldos que paga la fábrica del barrio. Por último el negro Abe con su enorme Cadillac, su enorme labia y su enorme polla, elementos que lo convierten en una especie de terror de las nenas versión barrio marginal, que no duda en pasar las noches en cama ajena mientras su desarrapada prole se repantiga en un piso de mierda dentro de un complejo de mierda de un barrio de mierda en una ciudad de mierda.

Impresionante obra. Documento atroz de la vida en la zona más salvaje de la jungla de asfalto. Allí en donde se dan cita todos los desechos de la civilización norteamericana.

Por cierto que toda la campaña puritana contra el libro tuvo como resultado el que se vendiera la mar de bien: ¡más de dos millones de ejemplares! Esa condición de clásico instantáneo llevó a que el mundo del cine se interesara, dando como fruto una irregular adaptación dirigida por el alemán Uli Edel en 1989. No es mala y tiene alguna que otra escena de impacto, pero no le hace justicia a este viaje al fin de la noche americana, despojado de grasa”.

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