Anoche
vi “Trainspotting” por segunda vez. No la había vuelto a ver
entera desde su estreno, allá por el pleistoceno medio. Fue en una multisala de un gran centro comercial sito a las afueras de esta
ciudad y en compañía de este tío (vamos que él estaba y yo también, juntos pero no revueltos). Y
joer, que me gustó un huevo. Tanto o más que aquella primera vez. Es que no ha perdido nada de frescura, a pesar
de que ya hayan pasado la friolera de diecisiete años desde que se estrenó.
¡Casi dos décadas, maedeusinyor! Aunque bien
mirado, qué bien que hayan pasado. Porque como diría
el otro, pa'bernos matao.
Y sí, el tal Renton tenía más razón que un Santo. O más bien Diane, la “novia” adolescente: “…el mundo está cambiando, la música está cambiando, las drogas están cambiando... incluso los hombres y las mujeres están cambiando. Dentro de mil años ya no habrá tíos ni tías, sólo gilipollas.”
Vaya
que sí... aunque se equivocó en lo de los mil años. Esto ya está plagado de gilipollas.
Por
cierto que no recordaba al puto Peter Mullan participando en el film como Swanney “la madre superiora”. Ni tampoco el cameo del
mismísimo Irvine Welsh, autor de la novela en la que se
basa "Trainspotting", haciendo de traficante pringao.
Gran
peli, sí señor.
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