Harry
Crews es un mito, un escritor
de culto, quizás -aunque tan
solo
quizás-
el más maldito de todos los autores de culto de las letras norteamericanas Sin embargo no encontrareis mención suya ni en las grandes enciclopedias, ni en la Historia Universal de la literatura,
ni
en los textos de
los principales eruditos. Es más, es bastante posible que ni
siquiera lo encontréis en la librería de vuestro barrio y mucho menos en la biblioteca municipal, más
que nada porque, hasta el momento, solo un par de sus
obras
han sido traducidas al castellano. Da lo mismo. Chuck Palahniuk,
Irvine Welsh, Donald Ray Pollock o más
cerca de (casi) todos nosotros Kiko
Amat, no pueden estar equivocados. El
señor Crews es Dios, ¡el fuckin'
master!
Nacido
en ese sur rural que tan extraño, violento y paleto nos resulta a los que vivimos atravesando el océano, su
historia comienza un 7 de junio de 1935 al final de un camino de tierra en el condado de Bacon, Georgia. Hijo de granjeros pobres incapaces de alimentar a su prole, su
infancia y la de sus hermanos estuvo marcada por las carencias, el infortunio y la miseria. Su padre murió de un ataque al corazón cuando tan solo tenía veintiún meses. Su madre volvió a casarse con un borracho violento y maltratador. El propio Crews describe la frágil situación familiar que le tocó padecer de la siguiente forma: “El
mundo que circunscribía a la gente de la que yo procedía contaba
con tan poco margen de error, tan poco margen para la mala suerte,
que cuando algo iba mal, casi siempre ocurría algo que empeoraba la
cosa aún más. Era un mundo en el que la supervivencia dependía de
un crudo valor, un coraje que nacía de la desesperación y mantenido
por la ausencia de alternativas”. Crews padeció
dos importantes reveses físicos siendo
aún un niño.
A los cinco años le acometió una extraña fiebre que le obligó a guardar cama durante más de seis
meses. Un
año después y en el curso de un juego infantil llamado “El
Látigo”, Crews fue arrojado -suponemos que accidentalmente- a una caldera
de hierro colado que se utilizaba para escaldar cerdos. Con
quemaduras que le cubrían más de dos terceras partes del cuerpo sobrevivió de puro milagro. Así lo recuerda el autor: “Entonces
sentí unas manos encima que me quitaban la ropa y el dolor dio paso
a algo que no se puede expresar con palabras, o al menos que yo no
puedo expresar con palabras. Yo no tengo forma de hablar de ello
porque cuando me quitaron la camisa mi espalda se fue con ella. Al
bajarme el peto, se deslizó también mi piel cocida y brillante”.
En 1953 Crews se
alistó en los marines y allí fue donde comenzó
a leer seriamente. El motivo, huir. Bueno, eso y que "como éramos buenos chicos sureños e ignorantes, hicimos lo que suele hacer la buena gente sureña e ignorante: nos alistamos tan rápido como pudimos, pues estábamos ansiosos de verter nuestra sangre al estilo bueno, sureño e ignorante". Al licenciarse se matriculó en la Universidad de
Florida, con la intención de convertirse en escritor: "No porque pensara que alguien pudiera enseñarme allí a escribir ficción, sino porque pensé que alguien podría enseñarme allí a ganarme la vida mientras yo me enseñaba a mí mismo a escribir ficción."
"Sin embargo, tras dos años ahogándome y agonizando entre la Verdad y la Belleza, dejé la Universidad por una moto Triumph. Me dirigí al oeste en una clara mañana de primavera con siete dólares y cincuenta y cinco centavos en el bolsillo y durante el año siguiente estuve en la cárcel de Glenrock, Wyoming; un indio blackfoot al que le faltaba una pierna me dio una paliza en una pelea justa en una reserva de Montana; fregué platos en Reno, Nevada; recolecté tomates en las afueras de San Francisco; un hombre que se creía Cristo me expulsó el demonio que llevaba dentro en un albergue el YMCA de Colorado Springs y en Chihuahua, México, me hice amigo de un piloto aéreo mexicano obsesionado con las alforjas de motocicleta. Volví a la Universidad de Florida, purificado y santificado, dispuesto a absorber todo lo que quedara de Verdad y Belleza.
Después de eso, el tipo se casó y se separó dos veces (¡de la misma mujer!), tuvo dos hijos (uno de los cuales murió ahogado), dio clases de inglés en un instituto, practicó karate, publicó varios relatos en revistas, le partieron la nariz por varios puntos, se emborrachó y dio taburetazos en unos cuantos bares, impartió algún que otro taller de literatura, se aficionó a la cetrería, escribió una veintena de novelas y, como mágica culminación a toda una vida, se tatuó en el cuerpo un verso de E.E. Cummings (How do you like your blue eyed boy, Mr.Death?).
El 28 de marzo de 2012 Harry Crews falleció en su casa de Florida. Tenía 76 años, que valen por dos (¡o por diez!) vista su odisea vital.
"Sin embargo, tras dos años ahogándome y agonizando entre la Verdad y la Belleza, dejé la Universidad por una moto Triumph. Me dirigí al oeste en una clara mañana de primavera con siete dólares y cincuenta y cinco centavos en el bolsillo y durante el año siguiente estuve en la cárcel de Glenrock, Wyoming; un indio blackfoot al que le faltaba una pierna me dio una paliza en una pelea justa en una reserva de Montana; fregué platos en Reno, Nevada; recolecté tomates en las afueras de San Francisco; un hombre que se creía Cristo me expulsó el demonio que llevaba dentro en un albergue el YMCA de Colorado Springs y en Chihuahua, México, me hice amigo de un piloto aéreo mexicano obsesionado con las alforjas de motocicleta. Volví a la Universidad de Florida, purificado y santificado, dispuesto a absorber todo lo que quedara de Verdad y Belleza.
Después de eso, el tipo se casó y se separó dos veces (¡de la misma mujer!), tuvo dos hijos (uno de los cuales murió ahogado), dio clases de inglés en un instituto, practicó karate, publicó varios relatos en revistas, le partieron la nariz por varios puntos, se emborrachó y dio taburetazos en unos cuantos bares, impartió algún que otro taller de literatura, se aficionó a la cetrería, escribió una veintena de novelas y, como mágica culminación a toda una vida, se tatuó en el cuerpo un verso de E.E. Cummings (How do you like your blue eyed boy, Mr.Death?).
El 28 de marzo de 2012 Harry Crews falleció en su casa de Florida. Tenía 76 años, que valen por dos (¡o por diez!) vista su odisea vital.
La
primera de sus novelas es del año 1968 y se titula “El
cantante de gospel”. Me la acabo de leer. Y es que como mandan los cánones, siempre se
debe empezar por el comienzo, ¿no? Pues eso. El
libro, que no me ha parecido maravilloso pero si bastante interesante, viene a
ser una suerte de gótico americano en el cual se
nos presenta a toda una galería de gente estropeada que vive, o más
bien malvive, en algún agujero ponzoñoso
de la América rural. La historia está
protagonizada por un afamado cantante de
voz
angelical
que después de mucho tiempo regresa
a su pueblo natal,
Enigma. Un
poblacho de mala muerte en el que, como os imaginaréis, abunda la
white
trash,
el alcoholismo, la violencia, el beaterio y el racismo. Aunque por
encima de todo el ciudadano medio de Enigma está afectado por el
mal de
la ignorancia. De ahí que idolatren
a
su ilustre vecino de
un modo absurdo e
insano, atribuyéndole unos poderes curativos que, evidentemente,
no
posee. Y
él,
que
es un prenda de cuidao pero en el fondo no es tan mal tipo, se
atormenta
por ello.
Aún así no ceja en la
dramatización de su farsa (que
ni
empieza ni acaba con
lo de sus
supuestos
poderes),
evitando
que
la verdad salga a la luz. Al
menos hasta que ponga los
pies
en polvorosa.
Como
comenta Kiko
Amat en el prólogo, “El
cantante de gospel” es
“un
libro sobre gente fracturada intentando recuperar su orgullo, hombres
y mujeres incompletos, quebrados, rebelándose contra el destino y la
mala fortuna. Los feos, abandonados, extraviados, deformes del mundo:
sus anhelos y dolores, sus culpas y sus venganzas, su deseo de
escapar de esa mala pata. Ese es el gran tema Crews, ni más ni
menos. Gente haciéndolo lo mejor que pueden con el material que les
ha tocado en suerte. Sin moralina ni regañinas éticas (aunque sus
libros están llenos de moralidad; una moralidad superior)”.
Y eso es lo que hay.
Y eso es lo que hay.
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