No sé
donde escuché eso de que cuando un escritor muere, su obra ingresa
en una suerte de limbo que dura en torno a diez años transcurridos
los cuales, unos pocos elegidos regresan y sus libros toman un nuevo
impulso. Los libros se reeditan, el público los lee y la crítica
los comenta. Deduzco que algo de eso es lo que pasó con Jorge Mario
Varlotta Levrero en torno al 2014, justo cuando se cumplían diez
años de su muerte.
Tampoco
recuerdo donde leí que Mario Levrero se decidió a firmar con su
segundo nombre y su segundo apellido para diferenciarse de ese Jorge
Varlotta, tal como era conocido en la vida civil y
familiar. Ilustre uruguayo como lo fueran Quiroga, Benedetti,
Felisberto o Galeano en su propio gremio y Francescoli, Artigas o
Mujica en otros. Su vida transcurrió mayormente en la tierra que le
vio nacer, donde se desempeñó como fotógrafo, librero,
historetista, columnista y hasta creador de crucigramas. Si bien
donde destapó el tarro de las esencias fue a la hora de componer sus
historias, creando esos universos singulares que han elevado su obra
literaria a la categoría de culto.
“La
ciudad”, obra que ha supuesto mi primer acercamiento a Levrero, es
uno de sus libros más conocidos y celebrados. Una novelita corta que
los críticos engloban dentro de una especie de trilogía que se
completa con “El lugar” y “París”, obras que no he leído
pero seguramente leeré.
El
innombrado protagonista se muda a una casa en un lugar indeterminado,
del que nada sabemos porque nada se nos dice. En un momento dado sale
a buscar provisiones a un almacén que recuerda haber visitado tiempo
atrás, pero sin tener una noción clara de por donde queda. Como no
podía ser de otra forma se pierde, cae la noche y queda a merced de
la oscuridad, el silencio y la lluvia torrencial. Como no sabe como
regresar hasta la casa y se haya calado hasta los huesos resuelve
salir del laberinto en el que se ha metido haciendo autoestop. Es
ahí, a bordo de un camión conducido por un personaje desagradable,
acompañado de una misteriosa señorita, cuando llega hasta un
extraño poblacho al que, no sé si irónicamente, identificaremos
como “la ciudad”. Durante el resto de la novela, el protagonista
intentará escapar de ese lugar pequeño, feo y desolado.
La
historia es extraña y muy cercana a los postulados que hicieron
reconocible a autores como Franz Kafka, pero también y aunque pueda
resultar extraño al Camus de “El Extranjero”. Onírica y
desasosegante por partes iguales. Incluso absurda por momentos.
Aunque
lo más destacado es lo bien narrada que está.
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