En la última entrada, recordaba el día que me forcé a no escribir más sobre
política en este blog. El caso es que aquella decisión iba unida a dedicarle
más tiempo y espacio a temáticas algo más gratas. Darle un poco de vidilla a los
temas culturales e introducir cuestiones de tipo filosófico o hasta científico.
Cosa que, para ser honesto, no he cumplido. En mi descargo diré que no me
interesa demasiado la filosofía y que no tengo mucha idea sobre ciencia. Aristóteles
me la refanfinfla y por otro lado siempre fui
un analfabeto científico. Y digo esto último con pesar. Cuando era un crío se
supone que iba para químico. Al menos eso me cuentan.
No es cuestión baladí esta del analfabetismo
científico. Todo quisqui tiene una opinión sobre medicina, nutrición, cambio
climático o el origen del Universo, pero casi nadie tiene una base mínima para
opinar con propiedad. Y vale que esto no ocurre solo con la ciencia. Ese
ventilador de mierda que es la todología y el cuñadismo reinante lo
salpican prácticamente todo. Yo mismo me he topado con peña que me ha discutido
la eficacia de un acto administrativo, o la aplicación del régimen de mínimis
a una determinada subvención, y que no ha abierto un libro de derecho en su
puta vida. Tipos que creen que García de Enterría es una marca de quesos o que
el tal Mínimis es el enano que salía junto al Dr. Maligno en “Austin Powers”. Aunque tampoco consuela. Ya sabemos que mal de muchos…
El término analfabeto designa la condición de aquel
que no sabe leer y escribir. Luego están los analfabetos funcionales, que son quienes
aun sabiendo leer y escribir, no comprenden lo que leen o no tienen la
capacidad de poner por escrito una idea o aquello que quieren comunicar. De
forma análoga se designa como analfabeto científico a quien desconoce lo que es
la ciencia y sus métodos. Y es preocupante verificar como está de extendido ese
mal. Situación que debería alarmarnos, pues la ciencia no es sólo un atributo
ventajoso para la especie, sino que es un elemento indispensable para nuestra
supervivencia. Supongamos que la ciencia desapareciera mañana. Palmaríamos ipso
facto. Así pues, nos va la vida en ello.
Con todo tampoco es necesario
que todos nos doctoremos en química, física, biología o cualquier mandanga
similar. Bastaría con adquirir un conocimiento básico y mínimo, suficiente para
apreciar el mundo que nos rodea y a la vez tomar decisiones informadas. Comprender
los temas críticos con los que uno se topa a diario en las noticias o en los
debates públicos y apreciar como las leyes naturales afectan a nuestras vidas. Más
allá de eso, siempre se puede tirar de amiguetes profesionales del ramo, para a resolver las dudas. O de los divulgadores científicos. Los imprescindibles
Punsets de la vida (D.E.P.). Unos tipos que, guste más o menos,
son capaces de trasmitir conceptos e ideas complejas de forma sencilla y comprensible
hasta para un cenutrio como yo. Y aquí es cuando llegamos al librito de Mark
Miodownik.
Se titula “Cosas (y)
materiales. La magia de los objetos que nos rodean” y fue galardonado con el premio Winton
de la Royal Society al mejor libro de ciencias. Y no me extraña. Lo
que ha conseguido este ingeniero especializado en la ciencia de los materiales,
además de profesor e investigador del University College de Londres es tremendo. ¡Que nos interesemos por los materiales de
los objetos que nos rodean! Desde los más corrientes hasta los inventos más
punteros, porque todo está hecho de algún material que expresa, de manera
compleja, las necesidades y los deseos humanos. Para crearlos hay que hacer
algo extraordinario: investigar a fondo su estructura interna. Y de eso es de
lo que se ocupa la ciencia de los materiales, que tiene miles de años de
antigüedad y es igual de importante o más que las otras ciencias aunque sea
menos conocida. Y que la música, la pintura, el cine, la literatura...
Y es que todos somos, consciente o inconscientemente, sensibles a la importancia
de los materiales. En cada aspecto de nuestras vidas elegimos materiales que
reflejan nuestros valores, ya sean los azulejos de nuestro baño, los muebles
del comedor o las cortinas del dormitorio. Del mismo modo, otros nos imponen
sus valores en nuestros lugares de trabajo, ciudades o aeropuertos. El mundo
material vive una continua reflexión, absorción y expresión que constantemente
redibuja los significados de los materiales a nuestro alrededor. Porque al
final, los materiales son un reflejo de quienes somos y una expresión, a
diversas escalas, de nuestros deseos y necesidades.
El ensayo de Miodownik nos cuenta todo eso y mucho
más, desvelando los secretos y las historias que hay detrás del papel, el
cristal, la porcelana, el chocolate o el hormigón. Partiendo por una cuchilla
de afeitar, pasando a una taza de té, un billete de un dólar, el motor de un
avión supersónico, la cúpula del Panteón de Agripa, una tableta de chocolate
Fry’s, la suela de unas zapatillas, un rollo de película o un empaste dental... cada
uno relata una historia que inspira asombro ante la capacidad del ser humano
para crear.
Entretenidísimo libro sobre ciencia e inventos que arroja bastante luz sobre esta sociedad de merluzos.
Entretenidísimo libro sobre ciencia e inventos que arroja bastante luz sobre esta sociedad de merluzos.
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