Hozando cual chancho entre las matas… Encontrar
algún olvidado manjar, saborearlo y después gruñir mientras chapoteo en la
charca. En esta fase me hallo, en pleno chapoteo y emitiendo refunfuños
que no son tal, ya que estos veinte descubrimientos me producen alborozo y
júbilo. Y vale que algunos son más obvios que el jacolarismo de Albert o
que a Pdr esto del gobierno de coalición no le va nada bien. Pero oye, lo mismo
me da que me da lo mismo. Pa’ mí solo está fantabulosa mid-season
harvest, a ver si me atoro.
‘enga vaaaaaaaaa... la comparto con tós vosotros.
Ahí va això:
Fews,
“Into Red”
Para comenzar el último trabajo de los sueco-americanos.
Segundo en su corta trayectoria tras “Means”, con el que debutaran a comienzos
del 2016. Lo de ponerlo en primer lugar no es porque lo considere el mejor de
todos, sino para remediar un olvido. Juraba y hasta perjuraba que ya había
hablado de “Into Red” en el anterior listado de gozos y recomendaciones. Se ve
que no. Cosa del señor alemán ese, que no perdona a nadie. Lo cierto es que, si
aquel primer álbum ya les colocaba en cabeza en la carrera de aspirantes a
llenar el hueco dejado por Interpol, este lo confirma. Desde Malmö a San Francisco
y pasando por Londres, la banda liderada por Frederick Rundquist continúa propagando
su mensaje kraut-post-punk. Nada en “Into Red” se aleja de esa lógica
a base de ritmos mecánicos, guitarras angulares y bajo machacón. Del gusto por
la oscuridad, la sobriedad o la contención. Si bien, en esta segunda entrega y
merced a la producción, hay ciertas concesiones a un alma más pop. Con melodías
un tanto más luminosas que antaño. En todo caso ahí siguen, para bien y sin
desviarse demasiado del camino emprendido hace apenas cinco años.
Better Oblivion Community Center, s/t
Artefacto musical confeccionado a cuatro manos: Las
de la jovencita Phoebe Bridgers y las del más veterano Conor Oberst -Bright Eyes, Desaparecidos…-, quienes ya
habían colaborado en el debut de la cantautora californiana. Disco íntimo y
reposado, decantado hacia la cosa folkie pero con algún ramalazo
guitarrero. Con papel estelar para los juegos de voces. De hecho es en torno a
estos que gravita todo el álbum y en donde el proyecto encuentra su sentido. Bueno
en eso y en una química más que evidente entre las partes. Lo cual les ha dado
para componer un puñado de canciones trufadas de microhistorias que rezuman melancolía
y algo de tristeza. Al final son diez y no cambiarán el curso de la historia de
la música, pero todas juntitas componen un más que interesante debut. Si es que
el proyecto goza de continuidad, que está por ver.
Desperate Journalist, “In Search of the
Miraculous”
El cuarteto británico sigue allí donde lo dejó hace menos de un año,
cuando publicaran “You Get Used to It”. Abundando en esa fórmula que tan bien
se mueve entre la escuela The Cure y el pop con tintes melancólicos al estilo
Smiths. Incluyendo esos fraseos a lo Morrisey tan habituales en Jo Bevan. Esta
búsqueda de lo milagroso refleja la continuidad de un sonido, el de un bonito
proyecto musical que no parece destinado a llenar estadios. Ni falta que hace. No
se hizo la miel para la boca del asno. El tercer largo en la trayectoria de
Desperate Journalist también destaca por sus guitarras, por esos momentitos de
oscuridad tenue y, sobre todo, por esa poética que los fanáticos reconocemos al
instante. Creo que a estas cosas las llaman obra de madurez. ¿Y qué disco de los
londinenses no lo es?
Fontaines
D.C., “Dogrel”
No exagero si afirmo que este trabajo, junto a otro
que aún no se ha publicado y que no desvelaré por aquello de no mentar la
bicha, están en mi top de los más esperados 2019. ¡Hete aquí con el depositario
de gran parte de mis esperanzas musicales presto a defraudarlas! Pero ni atisbo
de ello, vaya. El debut del quinteto dublinés es magnífico. Rutilante. No solo
no decepciona, sino que ofrece mucho más de lo prometido con aquellos anticipos
en forma de canción que fueron colgando en redes. Lo que ofrecen Fontaines D.C.
es una suerte de post punk de taberna, repleto de amargura pero también
con un halo de romanticismo beodo. Ese que te puede citar un verso de Joyce,
Beckett o Yeats entre eructos cerveceros y al acabar se pide otra pinta. Un post
punk o lo que cojones sea esto, que navega entre la influencia de The
Pogues y Joy Division. Vaya, que de tan sui generis no sé si habría que
llamarlo de cualquier otra forma. Y con unas letras de tal calidad literaria
que harían sentirse orgullosos a cualquiera de esos grandes de la poesía
irlandesa arriba mencionados. No sé si merece la pena añadir mucho más. ¿Qué “Dogrel”
es simplemente uno de los mejores discos de este 2019? Sí. Va a serlo.
Aldous
Harding, “Designer”
La señorita Hannah Harding nos regala una tercera entrega de ese pop amable
y aparentemente sencillo, también cabaretero, donde el principal protagonismo
recae en la parte vocal. En esa voz dulce y arrulladora que la madre naturaleza
le otorgó. Con una preciosa dicción y una variedad de registros, que ya
quisieran para sí otras cantautoras con guitarrita. Fantástica herramienta a la
que saca todo su potencial, dibujando metáforas, alegorías y metonimias en el
marco de unas letras que de tan crípticas se tornan indescifrables. Lo cual me
parece una puta maravilla. En la poesía y esto lo es, siempre es preferible la
sugerencia a la literalidad. Además están esos complicados juegos de palabras que
ya son marca de la casa. Un conjunto de nueve temas que, en lo instrumental, prescinden de adornos innecesarios. Aun así
consigue sumergirnos hacia las profundidades al igual que pasaba en “Party”. Si
bien y a diferencia de aquel, “Designer” presenta diferencias en el apartado rítmico.
Vaya, que es un tanto más animado y menos oscuro. Y a aquella receta que en
ocasiones recordaba a Cat Power, ahora le ha añadido algo del folk tradicional escuela
Van Morrison. Hay que reconocer que este giro le sienta como un guante a la
neozelandesa.
Vampire
Weekend, “Father of the Bride”
La banda de Ezra Koenig, ya sin Rostam como contrapeso
compositivo salvo en un par de temas de este álbum, es uno de mis placeres
culpables desde que debutaran a comienzos del 2008. Es por eso que siempre
recibo como agua de mayo cualquier material con su rúbrica. Incluyendo un disco
como este, a priori excesivo por mor de los dieciocho cortes que lo integran. Y
en algún caso, para más inri, abusando del autotune. El caso es que me
da igual, yo estoy encantado con el padre de la novia. Y no solo eso, es que el
disco me parece estupendo. Lleno de ideas locas, cierto, a veces mezclando el agua
con el aceite, también. Pero sobre todo alejándose de su zona de confort hasta
mucho más allá de lo que sus (tali)fans estaban dispuestos a permitir. E
insisto, a mí todo esto me parece fenomenal. Y lo digo no tanto como fan,
que lo soy, sino como pringao que lleva ya unas décadas consumiendo
tiempo y dinero en estos menesteres. Por cierto que, digan lo que digan “Sunflower”y la guitarrita de Steve Lacy molan un huevo. ¡Ea! De hecho hasta la
participación de la sosaina de Danielle Haim, quién colaboradora no
sólo cantando en tres de los cortes, sino en todo el álbum con guitarritas y
coros, me parece positiva. Vaya, que nunca pensé que alguien así pudiese sumar a
este proyecto.
Drahla,
“Useless Coordinates”
Uff. A ver cómo presento a estos… Voy a probar va… Sin
ser exactamente lo mismo y siendo evidentes las diferencias con FRIGS, este álbum me genera idéntica sensación de incomodidad y claustrofobia que aquel “Basic Behaviour”, el largo con el que se dieron a conocer las huestes de Bria
Salmena. Estos Drahla son una banda originaria de Leeds con una fórmula art-rock,
por definirla de alguna forma, tan particular como fascinante. Iba decir
original, pero no sé si tanto, ya que tienen ese toque entre ominoso y sexy de
los primeros Kills (“Keep on your Meanside”) y un enfoque similar en lo rítmico,
a gentes como Ought. Resultando mucho más densos que estos últimos, obviamente.
También parece evidente la similar forma de cantar de Lucien Brown, a la sazón
responsable de las letras, con la de Kim Gordon. Con unas letras bien chulas, muy
poéticas, que recrean una serie de imágenes fragmentadas harto inquietantes. En
lo musical destacan por las siempre dominantes líneas de bajo, por unas
guitarras a lo Gang Of Four y también, cómo no, por ese saxofón casi esotérico
que aparece y desaparece a lo largo del álbum. De hecho este último, junto al spoken
word, es lo que convierte a la propuesta musical de Drahla en algo tan
especial. Al final “Useless Coordinates” resulta un trabajo excitante y feroz,
como ese estímulo para vivir que da título a uno de sus mejores temas.
Sasami,
s/t
El primer proyecto propio de Sasami Asworth -
anteriormente había colaborado en discos de Curtis Harding, Hand Habits o Wild
Nothing, además de formar parte de Cherry Glazerr- contiene diez temas de pop
ecléctico de tendencia atmosférica. Interesante propuesta en tonos cálidos e
introspectivos que destaca por unos pasajes marcadamente shoegaze. Sonado
debut en el cual la artista californiana es responsable de casi todo y del cual
participan gentes como Devendra Banhart o Dustin Payseur de los Beach Fossils. Añadir
que en algunos momentos y sé que fuerzo un poco la cosa, me recuerda un tanto a
lo que hacía Laetitia Sadier con Stereolab. Poca broma. Y algo de exageración I
know.
Yawners,
“Just Calm Down”
La primera vez que escuché a Yawners, creí que eran
la nueva propuesta millennial guitarrera proveniente de algún rincón de Gringolandia.
Y resulta que no, que son de Madrid, o al menos es por donde andan
habitualmente. Leo por ahí que “Just Calm Down” era uno de los discos más anhelados
para este 2019. Al menos en lo que al panorama nacional se refiere. No es mi
caso, como deduciréis. Encima se me pasó en su momento el escueto “Dizzy”, su
anterior referencia publicada en el 2015, así que… El asunto es que suenan de
coña. Y no dan vergüenza ajena cuando cantan en inglés como la mayoría de
grupos españoles que recurren a la lengua de Shakespeare -y del doctor Greg Graffin-. Incluso molan –mucho- cuando utilizan el castellano en “La Escalera”.
Único tema en lengua indígena incluido en el álbum y que espero no sea el último. Una propuesta
fácil y ruidosa de indie rock súpervitaminado que bebe del espíritu
noventero y más aún del punk rock que hizo fortuna en los primeros años de este
siglo.
The Get Up Kids, “Problems”
Esto de los Get Up Kids, volviendo tras ocho años de silencio, vendría
a ser como en “El retorno del Jedi”, cuando Luke decide abandonar su formación
junto a Yoda para acudir a rescatar a su amigo Han, prisionero de Jabba en
Tatooine. Aquí los Jedis, viejunos y gordacos pero Jedis a fin de
cuentas, serían Matt Pryor & Co mientras que Han Solo somos tós nosotros.
¿Y Jabba the Hutt? Yo que sé tíos… ¿Bad Bunny? ¿Los 40 Principales? ¿Radio:3?
La verdad es que la comparación se me ha ido de las manos… En todo caso y
retomando la cuestión, decir que estoy muy satisfecho con este regreso. No
esperaba ya demasiado del quinteto de Kansas. Sin embargo, lo que me he
encontrado en “Problems”, son doce píldoras de rock vibrante y emocional que
para nada desmerecen todo lo bueno que nos habían regalado con anterioridad.
Con mención especial al mítico “Something to write home about” de 1999, que de
solo mencionarlo ya se me ponen los pelillos de punta. Y es que “Satellite”, “The problem is me”, “Salina”, “Lou Barlow”, “Common
Ground”, “Waking up Alone”, “Brakelines”… suenan a otra época. A
esa en la que la despreocupación y el despiporre eran mi modus vivendi. Tiempo
de litronas a media tarde, bocatas en cualquier parte y resacas de dos
minutos. Si acaso las había. Y de comerse una y contar veinte como en el
Parchís y sin que nadie cuestionara nada, en una suerte de machirulismo
naif muy de aquel siglo. “Gioventù, divino tesoro, te ne vai per non tornare mai più!”
Continua
Continua
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