miércoles, 24 de julio de 2013

Limónov, genio y figura (hasta la sepultura)

Fantástica biografía de este enfant terrible de las letras y la política rusa la que ha escrito Emmanuel Carrère -extraño a la par que poderoso cronista y guionista y realizador...-. Un tipo al que debemos esa maravillosa bizarrada titulada “La moustache” (2005) -de la que algún día os hablaré- y que también participa de una de las series más interesantes que nos ofrece el actual panorama televisivo -y de la que ya os hablé aquí mismo-.

Conocer a un nuevo autor a través de su vida, en lugar de su obra, no es la mejor forma. También es cierto que una buena biografía puede ser la puerta de entrada al universo del artista. Ese ha sido mi caso respecto a este Eduard/Eddie/Edichka Limónov -“bautizado” como Eduard Veniaminovich Savenko-. Un escritor, político, aventurero y vividor ruso, fundador y líder del ilegalizado Partido Nacional Bolchevique (los nazbol), de quien espero agenciarme en breve alguna de sus obras. Un tipo desmesurado, estrafalario e histriónico cuya biografía real parece una obra de ficción, la invención de un autor brillante e imaginativo como Carrère. Pero no. Lo que se cuenta en “Limónov” es real. La peripecia vital casi inverosímil de este personaje, lo cual también le da a Carrère para trazar el retrato de la caída de la URSS y el advenimiento de esta nueva Rusia manejada con puño de hierro por Vladimir Vladimirovich y todos sus hijos de Putin.

Eduard y Elena, ¿su gran amor?
El caso es que Edichka fue un poeta y un pendenciero en su juventud. Nacido cerca de Nizhny Nóvgorod en el seno de una familia militar de baja graduación que prontamente hubo de emigrar hasta un suburbio de Járkov. Allí, tras coquetear con la delincuencia de baja estofa, acabaría relacionándose con la disidencia y el artisteo de segundo nivel. Adquiriendo cierta fama como poeta underground primero en Ucrania y más tarde en Moscú. Al final se vería obligado a exiliarse a los EEUU, en donde malvivió como vagabundo, se prostituyó, fue mayordomo de un millonario y escribió un par de novelas autobiográficas. Siguió haciéndolo cuando se marchó a París y allí alcanzó cierta notoriedad con la aparición de una escandalosa novela sobre sus andanzas por el lado salvaje titulada “Al poeta ruso le gustan los negrazos”. Aprovechó su paso por Francia para relacionarse con los círculos literarios franceses, incluyendo a personajes de dudosa catadura moral como Jean-Edern Hallier o Jean Marie Le Pen. No sabemos muy bien ni como ni porqué, pero de allí saltó hasta los Balcanes en donde abrazó con fervor la causa serbia. De hecho colaboró activamente en el cerco al que los chetniks sometieron a la ciudad de Sarajevo. Tras la caída de la URSS regresó hasta su país, o mejor dicho a esa Rusia post-comunista que no era capaz de reconocer. Allí se dedicará principalmente a la política, fundando un partido que fue prohibido y una revista subversiva titulada “Limonka”. Se introdujo en el mundo de la meditación en Kazajstán y, finalmente acabó en la cárcel por tentativa de golpe de estado. Siguió escribiendo libros, alcanzó el nirvana y al salir se convirtió en opositor a Putin. Entre medias se cogió unas cuantas curdas, puso a parir a todo bicho viviente, se enamoró dos o tres veces, se casó otras tantas y folló todo lo que pudo y más.

Bandera del Partido Nacional
Bolchevique
Y estas son grosso modo las aventuras y desventuras de Eduard Limónov. Un tipo fascinante y detestable por partes iguales, mitad héroe romántico y mitad majadero, tan contradictorio y desconcertante que se convierte por derecho propio en carne de novela y en el protagonista de esta espléndida narración galardonada con un montón de premios en Francia.

Sueño con una insurrección violenta. Nunca seré un Nabokov, no correré nunca detrás de las mariposas por las praderas suizas, con piernas anglófonas y velludas. Que me den un millón y compraré armas y provocaré una sublevación en cualquier país”  
-Diario de un fracasado-

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