Cuenta la Biblia, en el Antiguo
Testamento, el episodio en el que la joven y bella Judith salvó a su pueblo del
asedio de Holofernes. El tal Holofernes era un general asirio a las órdenes del
rey de Babilonia, el infame Nabuconodosor, encargado de castigar a los pueblos
que no les habían apoyado en la guerra contra los medos, entre ellos los
hebreos. El general puso sitio a la población de Betulia, algún enclave a los pies
de las montañas de la actual Cisjordania. Si bien, cuando la ciudad estaba próxima
a caer se produjo un acontecimiento que evitó la conquista y salvó a su
población. Judith -la judía, en
hebreo- consiguió introducirse en el campamento de los asirios y sedujo a su
general. Después de hacer lo que tuviera que hacer, aprovechó que Holofernes dormía
a pierna suelta para decapitarlo. La joven regresó a Betulia con la cabeza
de Holofernes como trofeo. Y los judíos vencieron a las huestes del rey de
Babilonia, incapaces de mostrar resistencia al estar descabezadas no solo en el
sentido literal.
El mito de Judith y Holofernes tuvo
una gran importancia en la formación del ideario cristiano desde la Edad Media.
“El libro de Judith” mostraba el modo en que
Dios puede utilizar un instrumento humano para obtener el resultado perseguido. Conscientes de su fuerza simbólica, la Iglesia triunfante no escatimó
gastos en patrocinar obras pictóricas y escultóricas alusivas al mito que serían
ejecutadas por algunos de los más grandes artistas de su tiempo. Desde
Donatello a Caravaggio, pasando por Lukas Cranach o Mantegna. Más adelante
también se aprovechó toda esa fuerza simbólica pero en clave patriótica, en la
lucha frente al invasor extranjero. O incluso en la lucha de clases, frente a las
élites extractivas y opresoras.
Estas son algunas
de las más interesantes representaciones del mito:
Piazzeta
Goya
J. Massys
Klimt
Miguel Ángel
Rubens
Tintoretto
A. Gentilleschi
Botticelli
Caravaggio
A. Allori
L. Cranach
Donatello
Mantegna
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