Cerveceando la otra noche con unos amigos
y tras agotar todos los temas relacionados con la Selección nacional y su
periplo mundialista, salió a la palestra la película Aaltra , producción franco-belga dirigida e
interpretada por Benoit Delépine y Gustave Kervern en el año 2004. Joder y me
alegró la noche, ¡m’a que soy fácil
de contentar! Y es que, no sé porque extraño motivo, mis recuerdos sobre esta maravillosa
bizarrada se mantenían ocultos en
algún rincón oscuro de mi quijotera.
¡Con lo que me gustó en su momento! Y eso que la vi casi por casualidad, sin
esperar nada y únicamente por que estaba apadrinada por el gran Aki Kaurismäki.
Pero ya desde las primeras escenas sabía que me iba a gustar.
Se trata de una road
movie protagonizada por dos vecinos, que viven en algún paraje rural al
norte de Francia y que no se pueden ni ver. Su odio es tal que reducen su vida
a buscar la confrontación, viendo como
pueden joder más a su “queridísimo” vecino. Hasta tal punto que un día, en el
transcurso de una violenta discusión, un remolque agrícola los atropella y les deja
parapléjicos. Ahí comenzará su particular reconciliación. Tras abandonar el
cuarto que comparten en el hospital y desechar, cada uno por su cuenta, la idea
de suicidio, coincidirán en la misma estación de ferrocarril. Allí convendrán
realizar un viaje hasta Finlandia, para cantarle las cuarenta a los fabricantes
de la maquinaria agrícola responsable de su accidente y además obtener una
compensación económica. A partir de aquí es cuando se inicia la odisea, un largo
viaje que los llevará por varios países, a bordo de sus sillitas de ruedas. Como
imaginaréis, en esas condiciones el trayecto se tornará en algo sumamente complicado.
Aunque lo mejor aún está por venir y me refiero al cúmulo de situaciones esperpénticas,
cuando no directamente marcianas, que se van a dar.
Muy
valorada por la crítica de los diferentes certámenes a los que se presentó,
pero con una escasísima distribución en cines, la película supuso para mí un
grandísimo descubrimiento. Y es que ese par de mimos, malcarados y
desagradables, destilan mala leche en cantidades industriales, ¡pero hacen
gracia! Todo lo que vemos en la película es muy triste en el fondo, pero te ríes
un huevo. Y es que sus co-directores (y co-protagonistas) han sabido sacar
humor de situaciones que en principio no parecen favorables a ello. Eso sí, humor
negro, ¡negrísimo!... capaz de alquitranar toda la red de carreteras del Estado.
Y
ese final…
Sí, señor. Yo era uno de esos cerveceros y me reafirmo: ¡peliculón! Humos más negro que la muerte, es decir: humor de verdad.
ResponderEliminarGran peli sí señor, gracias por recordármela... A sus pies.
ResponderEliminarOlus Semser