martes, 29 de mayo de 2012
Vidas de Hojalata
Supongo que ganar el Pulitzer no debe ser fácil para nadie, pero aún menos hacerlo con una primera novela que, para más inri, fue publicada por una editorial pequeñita después de ser rechazada por otras tantas. Eso es lo que ha conseguido el norteamericano Paul Harding con sus “Vidas de hojalata”, de temática tradicional – enésima obra sobre la América rural-, pero ciertamente innovadora en cuanto al modo de expresión elegido para contarlo. Y es que lo sorprendente de la obra de Harding es como nos cuenta esas últimas horas de vida de George Washington Crosby, hojalatero aficionado a componer relojes postrado en una cama víctima de un cáncer, y las de Howard, su padre, también hojalatero y vendedor ambulante de mercancías aquejado de una epilepsia que le condena a sufrir continuos ataques.
El autor nos coloca en la habitación de un George Crosby que, encamado, espera una muerte que se aproxima de forma inexorable. Con ello nos hace testigos de su “dulce” agonía, trufada de recuerdos que emergen de entre las alucinaciones que la enfermedad le causa. Un planteamiento que evoca al de la maravillosa “Mientras agonizo” de William Faulkner o, porque no, “La muerte de Artemio Cruz” del recientemente fallecido Carlos Fuentes. Esos retazos, que surgen prescindiendo de todo tipo de linealidad temporal, son en gran parte fantabulosas ensoñaciones, pasajes oníricos repletos de objetos, sensaciones y lugares de una belleza perturbadora.
Volviendo la vista setenta años atrás, George revive su dura infancia en los hermosos parajes de Nueva Inglaterra, dándonos a conocer la esquiva relación existente con un huidizo padre que abandonaría a su familia siendo él todavía un chiquillo. En este sentido, en una reciente entrevista, leí a Paul Harding reconocer que esta situación bebe de su propia historia familiar. Creó la trama basándose libremente en los relatos que su abuelo materno solía contarle sobre su infancia en Maine en la que, como en el libro, fue abandonado por un padre vendedor ambulante y epiléptico.
Harding, además, le da voz a Howard Crosby -el padre de George-, gracias a lo cual podemos intuir las motivaciones de su espantada. Pero sobretodo eso le sirve para dedicarle varias páginas a la epilepsia o “el relámpago”, como le gusta denominarlo al propio autor. En ellas se evita cualquier descripción de tipo patológico o clínico y tan sólo se preocupa de poner el foco en el aspecto subjetivo de la enfermedad, o sea, la experiencia personal del enfermo. He de decir que, junto a las recreaciones mágicas del George moribundo a las que me he referido antes, estas visiones de paz y claridad del epiléptico me parecen, con mucho, lo mejor del libro.
Y esto es “Vidas de hojalata”, una novelita corta pero intensa y no especialmente fácil de leer por la forma en que está escrita. Obra para releer y deleitarse con su prosa, aún siendo de los que huís de la relecturas como es mi caso. Pieza deliciosa y por momentos -¡muchos!- mágica. Repleta de humanidad y de amor por la vida y la naturaleza. En definitiva, una magnífica novela muy necesaria en los tiempos que corren. No es cualquier cosa. No en vano su éxito rememora el obtenido en 1983 por un genio de las letras, el ilustre John Kennedy Toole. Y es que, desde aquella imprescindible “Conjura de los necios”, nadie había conseguido ganar el Pulitzer por su ópera prima.
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