viernes, 6 de septiembre de 2013

Un regreso a los 90's de la mano de Built to Spill

Venidos desde algún recóndito lugar de la América más profunda y en plenos años noventa, se colaron en el dial unos chicos que respondían al nombre de Built to Spill. Unos tipos cuya música se caracterizaba por el uso de melodías construidas a base de guitarrazos, bases y ramalazos post, pero sobretodo por la peculiarísima voz de su front-man, Mr. Doug Martsch. Ofrecían un producto con poco de novedoso y mucho de ecléctico, bien es cierto, aunque lo mismo podría decirse de Pavement, Sebadoh, Dinosaur Jr o Superchunk, bandas con las que, de alguna manera, se podría entroncar el sonido de este cuarteto de Idaho. Sobra decir que todas ellas están incluidas dentro de ese pelotón indie norteamericano que tanto nos impactó a los desgreñados y losers de instituto público de principios de los noventa.

Reconozco que mi relación actual con Built to Spill es casi de reverencia icónica. O sea, que antaño rallé sus discos de tanto escucharlos y hoy día como que no, pero aún así les profeso un respeto ilimitado. Tampoco quiero decir con ello que ya no me gusten, más bien al contrario, pero es que apenas les escucho. Es más, ¡no soy capaz de recordar la última vez que puse a rodar el “Keep it like a secret”! Y tiene delito porque hablamos de un auténtico discazo en el que se incluyen joyitas como “Carry the zero”, “Else” o la maravillosa “Center of the Universe” (lo más parecido a un hit single que nunca vayan a tener estos tíos). Mi distanciamiento queda patente cuando me entero en pleno concierto de que están a punto de sacar nuevo disco. ¡No tenía ni puta idea! El octavo ya y quieren que salga antes de que finalice el año. Lo escucharemos. 

El caso es que por todo lo que os he explicado y también por el miedo a perderme una actuación que podría constituir la última oportunidad de un servidor para disfrutar de uno de sus referentes musicales, pagué la mordida de rigor y me acerqué hasta la sala Wah Wah. Y eso es exactamente lo que hice, disfrutar como un enano. Pasarlo bien. Tararear, canturrear y hasta hacer wachi wachi cual fan quinceañero del enésimo producto surgido de la factoría OT. Incluso logré sobreponerme a las hordas venidas desde Mónguerland que, apostadas en las primeras filas como hacen siempre, se pasaron todo el puto show hablando, fotografiándose en posiciones absurdas y haciendo todo tipo de monadas irrespetuosas para con los allí presentes (incluidos los músicos, obviamente). Dio lo mismo. El largo y guitarrero concierto me satisfizo como hacía tiempo no me pasaba. Que bueno que vinieron y que bueno que yo fuera a verles.

En fin, que aquí lo dejo. Queda ya todo dicho. Bueno eso y que antes que los de Idaho sonaron Disco Doom, ruidoso cuarteto suizo que, en sus mejores momentos, me recordaron a los Cobolt del “Spirit on Parole” (¡¡¡más noventas que es la guerra!!!). Con todo y con eso he de deciros que su actuación no le hace justicia a la impresión que de ellos me había labrado gracias a su bandcamp, en donde su propuesta suena infinitamente más interesante. Que se le va a hacer. 

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