Venidos
desde algún recóndito lugar de la América más profunda y en
plenos años noventa, se colaron en el dial unos chicos que
respondían al nombre de Built to Spill. Unos tipos cuya música se
caracterizaba por el uso de melodías construidas a base de
guitarrazos, bases y ramalazos post, pero
sobretodo por la peculiarísima voz de su front-man, Mr. Doug
Martsch. Ofrecían un producto con poco de novedoso y mucho de
ecléctico, bien es cierto, aunque lo mismo podría decirse de
Pavement, Sebadoh, Dinosaur Jr o Superchunk, bandas con las que, de
alguna manera, se podría entroncar el sonido de este cuarteto de
Idaho. Sobra decir que todas ellas están incluidas dentro de ese
pelotón indie norteamericano que tanto nos impactó a los
desgreñados y losers de instituto público de principios de
los noventa.
Reconozco
que mi relación actual con Built to Spill es casi de reverencia
icónica. O sea, que antaño rallé sus discos de tanto escucharlos y hoy día como que no, pero aún así les profeso un respeto
ilimitado. Tampoco quiero decir con ello que ya no me gusten, más
bien al contrario, pero es que apenas les escucho. Es más, ¡no soy capaz de
recordar la última vez que puse a rodar el “Keep it like a
secret”! Y tiene delito porque hablamos de un auténtico discazo en el que se incluyen joyitas como
“Carry the zero”, “Else” o la maravillosa “Center of the
Universe” (lo más parecido a un hit single que nunca vayan
a tener estos tíos). Mi distanciamiento queda patente cuando me entero en pleno concierto de que están a punto de sacar nuevo disco. ¡No tenía ni puta idea! El octavo ya y quieren que salga antes de que finalice el año. Lo escucharemos.
El
caso es que por todo lo que os he explicado y también por el miedo a
perderme una actuación que podría constituir la última oportunidad
de un servidor para disfrutar de uno de sus referentes musicales,
pagué la mordida de rigor y me acerqué hasta la sala Wah Wah. Y eso
es exactamente lo que hice, disfrutar como un enano. Pasarlo bien. Tararear, canturrear y hasta hacer wachi wachi cual fan
quinceañero del enésimo producto surgido de la factoría OT. Incluso logré sobreponerme a las hordas venidas desde Mónguerland que, apostadas en las primeras filas como hacen siempre, se pasaron todo el puto show hablando, fotografiándose en posiciones absurdas y
haciendo todo tipo de monadas irrespetuosas para con los allí
presentes (incluidos los músicos, obviamente). Dio lo mismo. El
largo y guitarrero concierto me satisfizo como hacía tiempo no me
pasaba. Que bueno que vinieron y que bueno que yo fuera a verles.
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