Bill Ryder-Jones “Yawn”
Cuarto álbum de estudio para quien
fuera guitarrista principal en The Coral. Continuación de aquel maravilloso
“West Kirby County Primary” con el que nos sorprendió ya hace un par de años. En
“Yawn”, que así se llama la cosa, el músico de Mersey ahonda en su particular manera
de entender el indie-rock. Lo hace a
través de diez canciones que incluyen sus buenas dosis de nostalgia noventera.
Destacando por encima de todo el aspecto vocal, aunque también por esas distorsiones
tan chulas marca de la casa. La parte lírica y aún más la dicción
resultan fundamentales. Y es que, gracias a esa sugerente voz que Dios le ha
dado al británico, nos alejamos del bostezo con que titula su último álbum. Por
cierto que, ya me gustaría que mi auto diagnosticada casmodia sonara como estas
canciones. Tremebundo es poco.
Kaelan Mikla “Nott Eftir Nott”
Tercer disco de esta joven e
interesante girl band islandesa. La
mejor noticia que nos ha llegado desde aquellas frías tierras tras la
reaparición de Sigur Rós o, años atrás, el fichaje de Gudjohnsen por el Barça.
También la retahíla de memes surgidos a raíz de la erupción de aquel volcán con
nombre impronunciable. El trío de Reikiavik ahonda en la senda emprendida hace
poco más de tres años y que les lleva a transitar, solventemente, entre los sonidos
y las texturas propias de la darkwave.
Sintetizadores etéreos, voces tenues y toneladas de
oscuridad es lo que ofrece este “Nott eftir nott” –“Noche tras noche” en lengua
vikinga-. Nueve temas más a añadir al currículum de este proyecto de synth-punk, tal como ellas lo definen.
Tremenda producción, que mejora con mucho la de anteriores álbumes. Si bien, mi
favorito sigue siendo el disco homónimo de 2016 con el que las conocí.
Atmósferas tan hermosas como misteriosas, que remiten tanto a los primeros The
Cure como también a la EBM practicada por bandas como Apotygma Berzerk. Algo más que evidente en cortes
como “Skuggadans” o “Andvakka”. El inicio a lo Dead Can Dance también tiene su
aquel.
Flasher “Constant Image”
Lo que más me mola de este disco
es la onda Devo que se respira en temas como “Material” o “XYZ”. Ese coqueteo con los sintetizadores tan peculiar que se gastaba la banda de los
hermanos Mothersbaugh y Casale. Pero la cosa
no se queda ahí. También tenemos líneas de bajo que recuerdan a los mismísimos Pixies
y hasta devaneos propios de aquellos Pavement más lánguidos. Todo ello sin
prescindir de los buenos momentos guitarreros y sin alejarse –al menos no del
todo- de esas cadencias un tanto más gélidas con las que se presentaron allá
por el 2016. Interesante –y yo diría que sorprendente- álbum de este particular
trío de Washington D.C. Con un “nuevo” sonido marcado por el viraje hacia la
claridad y por un alejamiento respecto al post-punk iniciático. Lo cual les ha
sentado la mar de bien, la verdad. Gran disco. Disfrutable de principio a fin.
Si bien, in my opinión, un tanto
sobreestimado por parte de la crítica.
Rosalía “El Mal Querer”
Tanto se ha hablado de la gachona y de su mal
querer, que no sé si merece la pena que yo me explaye. Que si es o no flamenco…
Que si es una falta de respeto al pueblo gitano… Que si estamos ante un ejemplo
de apropiacionismo cultural… Que si pollas en vinagre... Debates propios de un
país en el que la merma campa a sus anchas y en el cual la envidia es deporte
nacional. A ver, yo no sé si “El Mal Querer” es flamenco y otras cosas, o solo
es esas otras cosas. Personalmente, me da igual. Porque estamos ante un disco
fabuloso. Con una pulsión hacia lo comercial, tal cual lo entienden los
gringos, como pocas veces se ha visto en este país. Cierto. ¿Pero es eso malo? ¿Es
bueno? Nada. En cualquier caso no le resta un mérito a la propuesta de la
artista catalana. Que mejora lo presente con este, su segundo álbum hasta la fecha.
Un trabajo más complejo, rico en matices y emocionante que aquel fantástico
“Los Ángeles”. Álbum conceptual desarrollado a
través de once canciones/capítulos que nos hablan del amor de mierda. El
que termina por destrozarnos la autoestima y hasta querer morir. Según parece
se inspira “Flamenca”, novela occitana del siglo XIII. Y te podrá gustar más o
menos. Ok. Pero tendrás que asumir
que estamos ante un disco valiente y rupturista. Situando a esta cría de veintipocos en una dimensión propia. La
suya. En un espacio que integra tanto elementos del flamenco, como del pop
contemporáneo, el R’n’B y hasta del trap. ¿Qué le vamos a hacer?
Cloud Nothings “Last Building Burning”
Nada nuevo bajo el sol y bien que
me parece. ¡Y no hay más que disir! O
bueno sí. Que si no existiera Dylan Baldi tendríamos que inventarlo. Y es que
el sexto álbum en la trayectoria del cuarteto de Cleveland –contando la gloriosa
colaboración con Wavves-, redunda en aquellos esquemas que les han otorgado fama
y fortuna around da’ world. Siguen resultando
muy directos y viscerales, a la vez que melódicos. ¿Qué qué? Et pareix poc? Todo ello ejemplificado en cortes como “In
Shame”, “Leave Him Now” o “Another Way of Life”, que golpean con fuerza en el
estómago. O en la chola. Tal como hicieran antaño con “I’m not part of me”,
“Psychic Trauma” o “Enter Entirely”. No creo que con “Last Building Burning” capten
nuevos adeptos a la causa. No pasa nada. ¡A los convencidos nos tiene encandilados!
Le pongo entre un 8 y un 9 sobre 10. ¡Ea!
Courtney Barnett “Tell me How You Really Feel”
Me costó entrarle bien a este
trabajo. Lo reconozco. Y es que, con honrosas excepciones como con la
fantástica “Charity”, echo en falta algo de colmillo. También es verdad que la
australiana nunca se mostró como una guitar
hero de época y su onda dista bastante del rock más agitado. Aún siendo plenamente
consciente de eso, “Tell Me How You
Really Feel” me resultó fome de
primeras. Luego ya y tras varias sesiones non-stop,
capté ese toque de sofisticación en el sonido que tiene el álbum. Y fui pillándole la vibra. Parece evidente que está más trabajado y es más complejo que su disco
anterior. Para que vaya creciendo con las escuchas. Además y centrándonos en lo lírico, parece como que la Barnett decidió abrirse en canal y contarnos sus cosas. Sus intimidades, se entiende. De
ahí que las diez canciones sean tan introspectivas y personales. Más que
cualquiera de las compuestas para sus trabajos anteriores. El caso es que al final
–si bien, no tan al final- la Barnett me ha conquistado por segunda vez. He disfrutado
muchísimo de este, su regreso a la arena. En solitario. Y es que, en su caso, aplicaría aquello de más vale solo... Pese a lo dicho con anterioridad, la propuesta
sigue resultando divertida y por momentos hasta juguetona. Y los referentes
al mejor indie siguen presentes. Así que…
Whispering Sons “Image”
Fantástico elepé de debut el
facturado por esta joven banda, surgida de entre los ambientes más oscuros de
la Bélgica flamenca -¡No queráis ver aquí también apropiación cultural ‘josdeputa!-. Algo que ya anticipábamos quienes
les seguíamos la pista a través de los adelantos que, en forma de single, habían ido presentándonos. Lo
más destacado de este trabajo son sus atmósferas. Opresivas hasta límites insospechados. Angustiosas hasta decir basta. Cómo logran
construir tamaños pozos de desolación a base de ritmos repetitivos y riffs nerviosos de guitarra... Eso y una
deliciosa deriva hacia el dramatismo que está presente en todas las
composiciones. Con papel protagónico para la profunda voz de Fenne Kuppens. Aunque
lo cierto es que no inventan nada. Las referencias a bandas como Sisters of
Mercy, Joy Division o hasta a The Soft Moon, son harto evidentes. Pero es que suenan
de cojones. Mostrando una consistencia anómala para lo poco que llevan en este
negocio. El caso es que “Image” es un perfecto decálogo de presentación para
una banda capaz de componer temazos como “No Time”, “Alone”, “Waste” o “Dense”,
incluidos aquí. O “White Noise”, que es una pena que la hayan dejado fuera.
Carolina Otero and Mike Grau “Superfruit”
La verdad es que me he quedado flipao
con este disco, surgido de las entrañas de la terreta que me vio nacer. He tenido que descubrirlo justo aquí y
ahora, ubicado en el quinto coño. ¿Qué le vamos a hacer? Porque “Superfruit” es
un tremendo artefacto colaborativo elaborado a cuatro manos por la polifacética
Carolina Otero y don Mike Grau. Quienes, por cierto, ya venían trabajando juntos en
el seno de los paiportins Mad Robot. Se
trata de un álbum compuesto por siete cortes, en general cañeros, con un sonido
muy logrado que evoca a lo mejorcito del rock guitarrero de los noventa. Influencias
que van desde Pavement hasta los Pixies, pasando por las Breeders o hasta Veruca
Salt. Mel de romer, que diriem al meu poble.
Gener “Cante el Cos Elèctric”
Del terruño también provienen
Gener. Banda capitaneada por Carles Chiner, junto a Enric Alepuz, Vicent Todolí,
Pasqu Rodrigo y César Castillo. Los tipos han apurado el año para presentarnos
este “Cante el Cos Elèctric”, así de sopetón y antes de que nos pegue mal la fartà de turrones. Su tercer trabajo
discográfico supone otra vuelta de tuerca a un sonido que, ahora sí que sí, se
aleja definitivamente de aquel blues-rock con
raíces mediterráneas con el que se dieron a conocer. Inspirándose en un poema
de Walt Whitman, han despachado un álbum conceptual que nos habla sobre las relaciones
humanas en la era de la hiperconectividad. Interesting.
Bonito collage de doce canciones de pop-rock, con sus escarceos psicodélicos
y ciertos aires soul que se
benefician del poderoso timbre de voz del sr. Chiner.
Snail Mail – “Lush”
Snail Mail es el seudónimo tras el cual
se esconde una jovencita que debuta a lo grande con este “Lush”. Diez cortes
perfectamente pulidos para reformular aquel sonido de Boston surgido a
principios de los noventa. Es decir, lo que hacían Juliana Haffield y sus Blake
Babies. Bueno, las comparaciones no se agotan aquí. Cabría extenderlas a varios
de los principales exponentes del indie
de por aquel entonces. Bandas lideradas por chicas, tales como Bettie Serveert, Throwing Muses o hasta Liz Phair.
“Lush” es un álbum que, salvo por algún titubeo, parece facturado
por una artista veterana. Y por titubeo me refiero a que, en ocasiones, puede
pecar de monocorde. Pero coño… Se le perdona. ¡Que solo cuenta con 19 primaveras
y recién empieza en esto! Destacando por sus letras -¡bien bonitas!-, pero
también por como las interpreta con esa voz que parece más frágil de lo que
realmente es. Es cierto que siempre logra equilibrarse con las estructuras de
guitarras y la base rítmica. Ahora que lo pienso, la fórmula no
anda tan lejos de lo ofrecido por Katie Crutchfield en Waxahatchee,
o el dúo californiano Girlpool.
Iceage “Beyondless”
Buena recepción la obtenida por el
cuarto álbum de esta banda danesa de post-punk
y alguna cosita más. Y es que, ya desde su álbum anterior, parecen empeñados en
desarrollar una suerte de mezcla loca entre el post-punk más clásico y cualquier cosa que les venga en gana. Ahora
van de dark big band y de orquestilla
ritual de cámara. Y es que en “Beyondless” les ha dado por incluir vientos
metálicos y arreglos de instrumentación orquestal, en un delirio quasi-jazzístico acojonante. Bueno, en “Under the Sun” o “Plead the Fifth” hay
hasta devaneos goth-country. O sin la parte gótica pero sí el country en “Thieves like us”. “¿Cómo no te voy a quereeeeer? ¿Cómo no te
voy a quereeeeer? …si eres campeón de Europa por cuaaarta vez…” Por lo
demás, distorsiones y capas de sonido con la voz de Elias Bender
Rønnenfelt impregnándolo todo. Y un pepinazo como “Catch it”, que parece un
homenaje a “Venus in Furs”, como guinda del pastel. Por cierto que también
participa Sky Ferreira y ni molesta. Otro punto a favor para “Beyondless”. Pues eso.
Pascuala Ilabaca y Fauna “El Mito de la Pérgola”
De esta mujer ya os hablé aquí no hace demasiado. Fue con ocasión del concierto ofrecido por la Pascuala y sus
inseparables Fauna en la fonda del Trotamundos.
Como digo ahí, estamos ante la artista más destacada
dentro de la nueva generación de trovadores chilenos. Alguien que, si no se
tuercen las cosas, acabará siendo un clásico dentro de la música del país
trasandino. Lo que nos ofrece en este “Mito de la Pérgola”, es una fórmula bien
arraigada en el folclore, pero con ciertos aires de jazz, pop-rock y
alguna cosita más. Recogiendo influencias que pasan por todo el catálogo de
la chilenidad musical y que van desde la Violeta Parra hasta
Víctor Jara. Desde la cumbia al trote, sin saltarse la cueca. También evoca
lugares tan alejados de los Andes como puedan ser la India, México o el
Mediterráneo. Y todo ello en el marco de una investigación en torno a las
músicas e instrumentos populares que surgen en el contexto callejero. En
palabras de la artista: “Reivindicando a
la pérgola como un espacio que reúne al arte con la ciudadanía en el centro de
la plaza, en el centro del mundo”.
Will Haven “Muerte”
El retorno de estos jefes no
podría haber resultado mejor. Lo han hecho de la mano de “Muerte” y me atrevo a
decir que es su mejor trabajo hasta la fecha. Y estoy hablando de unos tipos
con una producción musical sostenida en la excelencia durante más de 20 años. ¿Qué
qué? Disco tremendísimo. Pesadísimo, ruidoso y muy directo. Con esos ritmos
constantes y contundentes que, junto a las atmósferas, llevan su sello. Y
derrochando energía hasta reventar. Ni melodías ni pollas. ¡Metal por un tubo! E
incorporando aquí alguna interesante colaboración. Especialmente la de Mike
Scheidt, vocalista de YOB. También anda por ahí Stephen Carpenter, guitarrista
de los otrora gloriosos y hoy comatosos Deftones.
The Beths “Future me Hates me”
Algo de la Bethany Cosentino, también
de Colleen Green y en menor medida de Courtney Barnett… A eso me suenan estos The
Beths. Cuarteto de Auckland, Nueva Zelanda, que ya contaban con un epé publicado con anterioridad. “Future
me Hates me” expone un interesante muestrario de pop-punk veraniego y juguetón, repleto de bonitas melodías y
enérgicos solos de guitarra. He leído por ahí que los cuatro miembros de la
banda se conocieron en la universidad en donde estudiaban jazz. Lo cual, supongo, habrá influido en la forma de facturar este disco. Al menos en lo que se refiere a sus elaborados arreglos.
Pero la verdad es que no lo sé. Se me escapa... Con todo, lo
mejor del debut son canciones como “Little Death”, “Uptown Girl”, “You
Wouldn’t Like me”, “River Run: LVL 1” y, por delante de todas la que da título al
álbum.
Baikonur “Nihil per Saltum”
Y ya para acabar, el sofomoro en
la aún corta trayectoria de esta banda santiaguina de rock instrumental. La expectativa
era elevada tras cinco años de espera desde que publicaran el fantástico “¿Quién vigila al
hombre cansado?”. Y en esas estábamos cuando, a finales del 2017, adelantaron
“Karellen”. A la postre, uno de los ocho cortes atmosféricos que integran este
“Nihil per Saltum” y con el que ya me pusieron los dientes largos. No era para
menos. Lo que vino después no solo está al nivel, sino que incluso anda por encima.
Pegadle una oída a “Versus Kaspárov”, “Petricor”, “Voight-Kampff” o “El fin de
la infancia” y a ver que opináis. Muros de sonido, sube-bajas escuela Explosions in the Sky, sus gotitas de distorsión
y un manto de oscuridad que lo impregna todo. Así se define este trabajo de
confirmación. Y no solo de Baikonur, sino también de Sudamérica -y de Chile en particular-
como meca del post-rock en los tiempos
que corren.
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