Recuerdo cuando, aún siendo niño, me aficioné a esto del cine. Fue allá
por los hoy denostados ochenta y no tanto en las sesiones dobles del único cine
que, por aquel entonces, existía en mi pueblo. El flechazo se produjo en casa y
gracias a mi madre, cinéfila de postín. Y es que no hay película que la señora
no haya visto. Varias veces. Anda a preguntarle por alguna… Por aquel entonces solo contábamos con dos
canales de televisión en abierto. Pero cuidaban la programación o, cuando
menos, no basaban sus emisiones en packs de films comprados al peso a
algún intermediario alemán. Así fue como me nutrí de aquellos clásicos que se
emitían a media tarde durante los fines de semana. También de las pelis de “La
Clave”, que creo pasaban las noches de los viernes y siempre antes del debate
moderado por José Luís Balbín, al cual no llegaba por cuestiones de edad. Desde
“Trapecio” (C. Reed, 1956) a “A través del espejo” (R. Siodmak, 1946), pasando
por “Río Bravo” (H. Hawks, 1959), “El hombre que mató a Liberty Valance” (J.
Ford, 1962), “Fahrenheit 451” (1967, F. Truffaut), “Ultimátum a la
Tierra” (1951, R. Wise) o los tostones de Cecil B. DeMille y otros
exponentes del péplum clásico. Con el tiempo enriquecí este equilibrado menú
con sobradas dosis de comida basura. Muy
especialmente yendo a ver pelis, primero en sistema Beta o 2000, más
adelante en VHS, en casa de mis colegas. Lo de enriquecer es un decir ya
que, como sabréis si habéis tenido juventud, en esas quedadas se puede ver de
todo menos clásicos del séptimo arte.
Con todo, yo seguí a la mía y en algún momento subí la apuesta, agenciándome
algunas revistas especializadas y sacando libros sobre cine de la biblioteca
pública. Y en esas andaba cuando cayó en mis manos una guía cinematográfica,
cuyo autor no recuerdo, que resultó de gran valor. El librito de marras tenía
la gracia de incluir un buen puñado de referencias por género. Lo que me sirvió
para estimular mi ya de por sí voraz apetito. Y para devanarme los sesos
localizando las jodidas películas. No es necesario explicar cómo en aquella época
de videoclubs de barrio y VHS regrabados de la tele, me costó Dios y ayuda
llegar hasta muchas de las cintas. A algunas no accedería hasta muchísimo
tiempo después. El tema es que la guía partía de una clasificación, digamos,
clásica de los géneros. A saber: drama, comedia, noir, sci-fi, terror,
musical, histórica, bélica, documental, western… Y nada de diferenciar
entre crepuscular o espagueti western o entre terror distópico y cine
gore. Algo bien básico, pero muy útil para un cinéfago en ciernes. Nada
que ver con otras obras que pude leer de más adulto, como la reputada “Historia
del cine” de Román Gubern o el interesante librito de Rick Altman. Ese que
relaciona los papeles que desempeñan la industria, la crítica y el público en
la génesis y la redefinición de los géneros.
Y a esto último es a lo quería llegar. A lo de los géneros. Pero para
pasarme todas esas clasificaciones por el arco del triunfo, incluyendo la de
Gubern. Aprovechando que uno ya tiene una edad y un bagaje en estas lides, por
lo que también es capaz de establecer la suya propia. Eso y una madre con
criterio y sabiduría a la que es imposible hacer sombra en estas cuestiones. Y
es que, por mucho que me estrujara las meninges, jamás me saldría un listado de
géneros más completo que el suyo. Un Opus Teresiano que en la actualidad
consta de veinticuatro categorías bien diferenciadas incluyendo:
- Pelis de sustos.
Equivaldría al género de terror en la clasificación clásica, pero no exactamente.
Vaya, que ni siquiera incluiría a todas la pelis etiquetadas como tal. Por
ejemplo “Alien, el octavo pasajero” (1978, R. Scott) no entraría aquí y más adelante
veréis por qué. Ejemplos de pelis de sustitos serían cualquiera de la saga “Halloween”'
(1978, J. Carpenter), pero también toda esa broza pre y post adolescente que
surgió a finales de los 90 y de la cual participó incluso Wes Craven.
- De monstruitos.
Aquellas con uno o más bichejos que suelen ser la némesis del héroe. La arriba mencionada “Alien..." o su secuela “Aliens: El regreso” (1986, J. Cameron) serían el ejemplo prototípico. Luego están los “Gremlins” (1984, J. Dante), los “Ghoulies” (1985, L. Bercovici), los “Critters” (1986, S. Herek), los “Munchies” (1987, T. Hirsch), los “Hobgoblins” (1988, R. Sloane) y demás historias de mini-monstruos tan en boga en los ochenta. Pero la cosa no se agota aquí. Esta categoría admite hasta joyitas del celuloide como “Cabeza Borradora” (1977, D. Lynch) o cintas multipremiadas como “El laberinto del fauno” (G. Del Toro, 2006).
- De tiros.
Cualquiera de Bruce Willis. O perpetradores similares. No entran aquí
ni las de cowboys, ni tampoco las de guerra.
- Del oeste.
Las de vaqueros de toa la vida de Dios, vaya. Pero no solo las de John Wayne o Lee Marvin ni los western made in Almería de Sergio Leone. También “Que viene Valdez” (1971, E. Sherin) y el resto de morralla ofrecida en el mítico espacio vespertino de la desaparecida Canal 9 titulado “Cine de l’Oest”.
- De guerra.
Esta categoría se equipararía, más o menos, al género bélico. Si bien, algunas sobre la Guerra Civil se verían desplazadas a la sección “españolada”.
- De guasones.
Cintas de humor malo. De esas con las que te puedes partir el culo, pero
no dejan de ser malas. Aunque a veces ni para eso dan. Sirvan a modo de ejemplo
los “Torrentes”. También cualquier producción que cuente con Steve Martin o
Leslie Nielsen entre el elenco actoral. Cabrían incluso las de Monty Python que
son buenas, aunque no a ojos de la creadora de esta clasificación.
- De peleas.
Aquí entraría la extensa filmografía de Jean Claude Van Damme, Steven
Seagal, Jason Statham, Chuck Norris y demás maestros del guantazo. Mostros de
la cosa violenta de ascendencia occidental. La cosa asiática encontraría
acomodo en otro género que explico a continuación.
- De chinos.
Toda la gama de cintas de artes marciales protagonizadas por Bruce Lee o Bruce Li, Bruce Lai, Bruce Le, Bronson Lee, Dragon Lee y resto de la bruceploitation. También las pelis de Mizoguchi, Ozu, Kurosawa y hasta de Wong Kar-wai. Vaya, casi cualquier referente cinematográfico de Quentin Tarantino. Si bien, lo que menos hay ahí son chinos, entendiendo por chinos a los de la China popular. Espero que se entienda.
- De esas de negros
(wtf!?) Pues eso. ¿Qué queréis que os diga? Desde “Los chicos
del Barrio” (1991, J. Singleton) a “El príncipe de Zamunda” (J. Landis, 1988), pasando
por la egregia filmografía de Spike Lee. Si bien, la etiqueta le calza como un
guante a las primeras pelis de Eddie Murphy.
- Románticas.
Casi cualquiera que venga protagonizada por Romy Schneider antes de los 80. Engendros de los que participen Meg Ryan o más recientemente Rachel McAdams. También esas antiguallas ridículas con el guapín de Troy Donahue al frente. Cualquier otra en la que actúe el guachón de la temporada, especialmente si es aquel/aquella al que los medios han calificado como “el hombre más sexy del mundo” o “la novia de América”.
- De esas de llorar.
Que no necesariamente románticas... “El campeón” (1979, F. Zeffirelli), pero también “Love
Story” (1970, A. Hiller)… Un suplicio para el lagrimal.
- Basadas en hechos
reales.
Aquí entrarían todos esos films que siguieron la estela a “No sin mi
hija” (1990, B. Gilbert), con Sally Field como icono del engender. Cuenta la leyenda que hubo
un tiempo en el que la sobremesa de Antena 3 solo ofrecía cintas de este pelaje. Antes de la invasión alemana. Ahí también quien las llama “pelis de Lorreins”. Y es que
el apelativo Lorraine es tan común en estas cintas, como la eritropoyetina en
el ciclismo profesional.
- De dibujitos.
Pelis de animación sin distinción. Desde Miyazaki a Walt Disney, desde
“Akira” (1988, K. Otomo) a “Los Increíbles” (2004, B. Bird). Y bien que me
parece.
- De esas con letreritos.
Aka
subtituladas. No hace falta decir namás.
- Americanadas.
¡Uff! Una categoría que de tan amplia es hasta
difícil de explicar. Grosso modo serían aquellas historias filmadas a mayor
gloria del país de las barras y estrellas. Pelis patrioteras en las que la
bandera y la exacerbación nacionalista acaban siendo los verdaderos protagonistas. Ahí tendrían cabida truños como
“Independence Day” (1996, R. Emmerich) o “Armaggedon” (1998, M. Bay). De hecho
Michael Bay es un insigne representante de este género. También es el caso de “Top
Gun” (1986, T. Scott).
- Españoladas.
Las de Pajares, Esteso, los Ozores, Gracita
Morales, Paco Martínez Soria, López Vázquez, Alfredo Landa, Saza y demás tropa,
ya sabéis a lo que me refiero. “La Hoz y el Martínez” (1985, A. Sáenz de
Heredia), “Los Bingueros” (1979, M. Ozores), “Playboy en paro” (1984, T.
Aznar), “El donante” (1985, R. Fernández), “¡Vaya par de gemelos!” (1978, P.
Lazaga)… También las del fenómeno aquel conocido en España como “el destape”. Y
por extensión cualquier cosa emitida en aquel lamentable programa de TVE titulado
“Cine de Barrio”.
- Alemanas de sobremesa.
Esos telefilms plácidos y amables en los que nunca es invierno, protagonizados por familias rubias y pudientes. O cuando menos beneficiarias de ese modelo de bienestar europeo que aquí nos llegó a medias. Dramones dignos de un talk show y alguna intriga chichinabesca en los que la teutónica heroína siempre sale victoriosa. Y no solo eso, sino que acabará encontrando su destino junto a algún guapo heredero más soso que un salero boca abajo. Películas que ya cuesta diferenciar, incluso en sus nada imaginativos títulos y cuya compra, en lotes de a mil, venía entre las contrapartidas derivadas del rescate bancario autorizado por el BCE y frau Merkel.
- De Clin Irbu.
Lo que vendrían a ser thrillers escuela
“Harry el Sucio” (1971, D. Siegel) o “Harry el ejecutor” (1976, J. Fargo y R.
Daley), ande el señor Eastwood enredado en ello o no. Ande Sondra Locke de
víctima propiciatoria o tampoco. Lo que sí suelen haber son malosos con gafas de
cristales amarillentos.
- Del tío ese que hace
caras raras.
Esta categoría nació originalmente para
desacreditar cualquier película de Jim Carey. Si bien, con el tiempo, fue
incorporando a otra peña como Ben Stiller, Adam Sandler o su colega Kevin
James.
- De esas fantásticas.
Historias futuristas o de ciencia ficción en
cualquiera de sus variantes. Desde “Blade Runner” (1982, R. Scott) a
“Metrópolis” (1927, F. Lang), pasando por “La Guerra de las Galaxias (1977, G.
Lucas). Con una mención especial para las fantasías épicas rollo “Conan el
Bárbaro” (J. Millius, 1982).
- De romanos.
Aquellas cintas que están ambientadas en la antigüedad
grecorromana y suelen tener una duración próxima o hasta superior a las tres
horas. Pero no solo esas. También las aventuretas en el Egipto de
Cleopatra –“Sinuhé, el egipcio” (1954, M. Curtiz)- y las basadas en la Biblia
tan propias de Semana Santa–“Salomón y la reina de Saba” (1959, K. Vidor).
Vamos, lo que popularmente se conoce como el péplum y más socarronamente como
cintas de espadas y sandalias.
- De desgracias.
Aviones que se despeñan, rascacielos a punto de venirse
abajo, trasatlánticos que se piñan contra un iceberg, islas que van a
ser destruidas por un volcán con muy mala leche, ciudades arrasadas por
terremotos o maremotos, lugares sobre los que caen las siete plagas bíblicas…
Vaya, que no hace falta que os ponga ejemplos.
- De esas raras que te
gustan a ti.
Categoría ad hoc que comenzó a moldearse gracias a mi interés
adolescente por según qué historias. Con todo, viene a ser un cajón desastre en
el que cabe casi cualquier cosa, por lo que se hace difícil establecer límites.
De las últimas incluidas cabría citar “Origen” (C. Nolan, 2010) y antes “Primer”
(S. Carruth, 2004) o “Pi, fe en el caos” (D. Aronofsky, 1998). Esas y casi todas las de David
Cronenberg.
- De policías y ladrones.
Extensa categoría en la que caben desde clásicos
detectivescos escuela Humphrey Bogart, a cualquier adaptación cinematográfica
del policiaco sueco-danés de temporada.
Hasta aquí una clasificación que sigo a pies
juntillas sin cuestionamiento alguno. Aunque bueno, como habréis deducido,
se fue adaptando de a poquito y con el trascurrir de los años. Aún así y con
permiso de la Mamma, servidor ha añadido un par de géneros al listado:
- El
primero es reciente y tiene que ver con mi exilio ultramarino. Se trata de las chilenadas.
Categoría esta que, lógicamente, no podía estar recogida en la clasificación materna.
Y es que, como pasa con las españoladas, no son muy de cruzar el charco. Se trata de producciones malas de andar por casa. Si alguna vez cruzáis los Andes y en el
hotel seleccionáis cualquier canal de la televisión en abierto cacharéis
altiro.
- El segundo género que quiero añadir es el “cine de tacitas” tal
cual lo explica aquí Miguel López-Neyra y yo suscribo de pé a pá.
Y eso es todo. Creo.
¯\_(ツ)_/¯
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