Anteayer culminé la lectura de la
conocida como “Trilogía de la Frontera” de Cormac McCarthy. Para muchos
el opus mágnum de una de las pocas leyendas vivas que nos
quedan en el mundo de las letras. Y es que a cada libro que leo de este tipo
más aumenta mi estima por él. Lástima que estemos hablando de un personaje cuya
trayectoria esté tocando ya a su fin, por una cuestión de edad. Contentémonos
con que éste septuagenario conserve la suficiente lucidez mental para regalarnos
un par de obras maestras más antes de dejarnos.
Este majestuoso tríptico desarrollado en esa área de transición que es la Mexamérica
se compone de “Todos los hermosos caballos”, “En la frontera” y “Ciudades de
llanura” publicadas en 1992, 1994 y 1998 respectivamente. Las tres se
enmarcan en ese espacio rural caracterizado por un primitivismo extemporáneo
que viene a ser la seña de identidad en toda la obra de McCarthy.
La primera de las novelas, poco o nada tiene que ver con ese engendro diarreico
llamado “Todos los caballos bellos” dirigida en el año 2000 por Billy Bob Thornton. Vale que la película se basa –presuntamente- en la
novela, pero es que la adaptación es tan patética que llega hasta a ofender. La
historia de “Todos los hermosos caballos” se sitúa allá por 1949, en
la frontera entre Texas y México. Cuenta la historia de John Grady Cole, un
chaval de dieciséis años (¡no como el puto Matt Damon!) que tras la muerte de
su abuelo decide huir a México en compañía de su mejor amigo Lacey Rawlins. A lo largo de toda la novela los dos jóvenes se enfrentarán a un
mundo salvaje y hostil, debiendo sobreponerse a una marejada de violencia
gratuita. El romance entre John Grady y Alejandra (Penélope Cruz en el cine)
que lastra irremediablemente la película, no es más que un asunto secundario en
una novela que va de otra cosa.
El Segundo volumen de la trilogía se
titula “En la frontera” y
es, desde mi punto de vista, el mejor de los tres. En este episodio, McCarthy
nos remite a un tiempo inmediatamente anterior al de “Todos los hermosos caballos”, diez
años concretamente. Centrándose en la historia de dos hermanos adolescentes,
Billy y Boyd Parham, cuyas vidas darán un vuelco por culpa de una loba y de un
truculento suceso familiar que les obliga a vagabundear por tierras de México
en busca de lo que es suyo por derecho. Se trata por lo tanto de una extraña
narración épica, monumental en las formas, desgarradora en el fondo y con un
final inolvidable. De los que dejan huella.
La última de la saga, “Ciudades
de la llanura”, es además de la más corta la más floja de las tres. Si bien
proporciona la clave para entenderlo todo. En ella vemos reunidos a los
protagonistas de las dos primeras novelas, John Grady por un lado y Billy
Parham por el otro. Convertidos en dos antihéroes, con un pasado común de
desarraigo y verdadero exilio interior, se darán cita en 1952 en un rancho de
Nuevo México que está a punto de ser expropiado por el ejército. Con el mismo escenario
fronterizo al fondo, la vida de ambos se verá atravesada por la aparición de
unos valores en los que nunca encontraron acomodo. Condenados por una historia
que ya no cuenta con ellos, Billy y John Grady devienen así los verdaderos
supervivientes de un mundo en el que la lealtad, el valor, el esfuerzo y la
vida en contacto con la naturaleza son algo más que una reliquia.
Resaltar que, por encima de los
personajes humanos, los caballos tienen un protagonismo fundamental sin el cual no
se entendería la historia. En la primera
novela John y Lacey son dos jóvenes que trabajan en un rancho como
adiestradores de potros, mientras que en la segunda Billy y Boyd son dos
chavales que marchan a México a recuperar unos caballos robados. Como ya he
mencionado, en la tercera John y Billy se encuentran en un rancho fronterizo y
trabajan en la compraventa y adiestramiento equino. Lo gracioso es que
antes de leer estas novelas los caballos me importaban un carajo. Y eso que de
niño tuve alguna relación con ese mundillo que algún día os contaré. Lo cierto
es que ahora y gracias a Cormac McCarthy entiendo a los que se refieren a este
mamífero cuadrúpedo como noble animal.
En las tres novelas McCarthy narra sin prisa pero sin pausa y sin necesidad de
levantar la voz. Puede hacerlo a través de frases cortas, diálogos lacónicos, construyendo
párrafos extensos o incluyendo descripciones que de tan cinematográficas cobran vida propia. Tan destacable como la calidad literaria y la solidez narrativa es el respeto con el que trata a sus personajes. Incluso en los ambientes
más sórdidos. Ni la crudeza de la vida, ni la violencia salvaje de algunos
episodios apaga su esperanza, abriéndoles caminos insospechados. Y es que, a
pesar de la desolación que a veces les abruma, los tipos saben que “con
Dios no hay ajuste que valga” y, a la vez, son conscientes de
que Dios perdona todo “exceptuando la desesperación” “para eso no
hay remedio”.
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