miércoles, 8 de abril de 2009

15 años ya sin Cobain


Hoy se cumplen quince años de la muerte de Kurt Cobain. O mejor dicho, del día que llegó a mis oídos la terrible noticia de su suicidio. Tengo grabado a fuego ese momento, donde y hasta con quien estaba. Es jodido enterarse de que tu ídolo ha decidido volarse la tapa de los sesos con una escopeta de caza. Incluso doloroso. Aún hoy se siente como si hubiera pasado hace nada. Y es que desde entonces, ningún otro personaje de la cultura ha ocupado el hueco dejado por el rubio de Aberdeen. Los ídolos de adolescencia son irreemplazables. Marcan ese trayecto definitorio de la personalidad del futuro adulto, afectando a los valores, convicciones y metas. Así pues, espero no acabar pegándome un tiro a las afueras de Seattle.

Se han dicho demasiadas cosas sobre su trágico final. Es más, pululan algunos libros y hasta un par de documentales amarillistas que dudan de la versión oficial. Aquel atestado policial que determina que Cobain se suicidó. Hay quienes, todavía, creen en la existencia de un complot para asesinarle que estaría orquestado por su viuda Courtney Love. Desde ese momento elevada a la categoría de viuda negra del rock. El caso es que me da igual. Lo importante aquí es el legado musical, por encima del personaje y sus circunstancias. Casi todo lo demás es broza. Material de reality“The song, not the singer” que decía aquel periodista del Rolling Stone en relación a alguna banda que ahora mismo no recuerdo.

Uno se acuerda de cómo vibró la primera vez con “Smells Like Teen Spirit… También de tararear “Come as you are” hasta el hartazgo o repetir una y mil veces aquello de “Polly wants a cracker…”. Desgañitarse en el cuarto con “Rape me” y hasta hacer amagos de headbanging entre libros de derecho con “Negative Creep”. El impactó que me causó aquella primera escucha del “Nevermind” al completo, al poco de publicarse y a través de un casete que aún conservo en mi colección. Y de lo que me desesperaron los continuos retrasos en la fecha de lanzamiento de “In Utero”. O la rabia que aún me causa el recordar que no disponía de las tres mil calas que costaba la entrada al concierto en la Plaza de Toros. Un show al que no pude acudir y no me lo perdonaré jamás. Y es que Nirvana fue el primer grupo al que reverencié realmente. De hecho creo que es el único al que he venerado. Desde luego fue con ellos como me conecté definitivamente y sin reservas con esto del arte de las musas.

No se me caen los anillos al reconocer que solté alguna lagrimilla. Eso y que aún hoy día conservo los recortes de prensa de aquellos fatídicos días de abril de 1994. Y sí, aún me emociono al releer la crónica de Juan Cavestany para El País, titulada de forma lacónica “Kurt Cobain se ha suicidado”… ¡Qué putada mondieu! ¡De cuantos buenos temas nos privó el muy mamón!

Por lo que a mí respecta, le debo mucho a Cobain y a Nirvana. Porque al comienzo de todo, estaban ellos. Y aún hoy día permanecen a través de su corta pero imperdible discografía original. Sirva esta entrada pues como sincero homenaje a este ser atormentado, ídolo de mi generación. No tanto por lo que supuso para la música contemporánea, que también, sino por lo que significó y aún significa para quien suscribe estas líneas. Y eso que ya no tengo dieciséis años, aunque pagaría por ello. Así podría enmendar el error de no buscar la pasta necesaria para ver el bolo de Valencia, pegándole un tirón a alguna vieja o robando en la farmacia del parque si hiciera falta. Aunque hubiera sido más sencillo escalar las gradas del foso taurino. Me vale todo. Así me habría despedido del dios del grunge como es debido. A falta de una máquina del tiempo me conformaré con disfrutar de sus himnos forever & ever. Como está cajita en forma de corazón que contiene el mejor vídeo jamás realizado por Kurt y su tropa…

She eyes me like a pisces when I am weak
I've been locked inside your heart-shaped box for weeks
I've been drawn into your magnet tar pit trap
I wish I could eat your cancer when you turn back
Hey wait
I’ve got a new complain
forever in debt to your princeless advise...

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