viernes, 24 de abril de 2009

Todo está iluminado


Hace unos días me terminé “Todo está iluminado”, de Jonathan Safran Foer y pese a las buenas referencias, me dejó bastante frío. La misma tarde repasé la adaptación cinematográfica que Liev Schreiber filmó en el 2005 y me calenté un poquito (hasta quedar tibio, nada más). Ahora que lo pienso, eso es lo peor que se puede decir de esta y cualquier otra novela. Aquello de que la película resulta más interesante. Más aún cuando el responsable es un debutante en la dirección. Y no es cuestión de hacer sangre, pero me viene a la cabeza el abismo que media entre la trilogía de “El Padrino” de Coppola y las novelas de Mario Puzo. En este caso la diferencia de calidad entre uno y la otra no es tanta. Y se debe principalmente a que Schreiber ha atinado prescindiendo de algunas de las líneas argumentales de la novela, que son una puta mierda. Con todo, no os voy a engañar, tampoco es que le haya quedado una obra maestra del séptimo arte.

Jonathan Safran Foer publicó el que es su debut literario en el año 2002, cuando apenas contaba con 25 años de edad. El lanzamiento fue un éxito desde el comienzo. Al poco “Todo está iluminado” ya había sido traducida a un montón de idiomas, escalando hasta los primeros puestos en las listas de ventas de medio mundo. Además cosechó algunos premios como el National Jewish Book Award y el Guardian First Book Award. Y eso que el libro es cuando menos extraño. En principio va sobre una búsqueda desesperada: la del propio autor, quien vuela a Ucrania tratando de encontrar el origen de su familia con nada más que una fotografía de su abuelo. Allí, perdido en el interior del inmenso país que vio nacer al gran Sheva, buscará a la mujer que, supuestamente, le salvó la vida durante la guerra. En ese cometido Foer se relaciona con insólitos personajes, uno de los cuales terminará por convertirse en el verdadero protagonista de la historia. De hecho es a él a quien debemos la frase que da título y sentido a la novela…
“Todo está iluminado con la luz del pasado”.

Vaya, que solo la asunción del pasado sin tapujos - con plena conciencia del dolor que puede provocar-, es la forma de mirar de frente al presente y hacia el futuro. Una bonita reflexión, coincidente con la de otros muchos creadores judíos cuando abordan la cuestión del Holocausto. Y es que no lo he mencionado pero, en el fondo, la búsqueda del joven Jonathan -Jon-zen para los lugareños- es un pretexto para denunciar, por enésima vez, la represión del pueblo elegido a manos de los nazis.

Tal vez lo más original de esta novela sea el planteamiento esperpéntico y cómico empleado para mostrarnos la tragedia. Cuestión esta que se aprecia más en la película, donde el trabajo de Eugene Hutz y Boris Leskin en los papeles de Alex y del abuelo, es bastante bueno. Sin embargo, la sorpresa que nos pudiera producir su comportamiento en algunas de las situaciones, queda mitigada por culpa de Emir Kusturica. Vaya, por las surrealistas historias de gitanos y gentes de los Balcanes filmadas por el genio de Sarajevo. La sensación de deja vu es una constante y no cuesta imaginarse que esos parajes de la Ucrania rural podrían ser los de aquella Bosnia castigada por las bombas. Y las comparaciones siempre resultan odiosas. Ni os cuento en este caso. Pues eso nada más…

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