viernes, 26 de diciembre de 2008

Jou Jou Jou


Días de jolgorio, días de júbilo, días de regalos… A ello contribuye la ilusión que genera la oronda figura de Papá Noel. El personaje encargado de traernos aquello que le hemos pedido durante la madrugada del día 25. Eso sí hemos hecho los méritos suficientes durante el año. En caso contrario, la tradición dicta que bajará por la chimenea y nos dejará una bonita rusca de carbón. Estoy convencido de que no es vuestro caso y habréis recibido cientos de regalos. Más de lo que habéis pedido, por supuesto. Pero no a todo el mundo le fue tan bien. Y no hablo sólo por este menda. Me estoy refiriendo a, por ejemplo, esas nueve personas que fueron tiroteadas durante la pasada Nochebuena en una localidad de California. Parece ser que la muerte les sobrevino cuando Santa Claus irrumpió en plena celebración abriendo fuego. Luego incendiaría la vivienda lanzando varios cócteles Molotov. No contento, ese Papá Noel hijoputa y decadente decidió suicidarse, con lo que muchos niños californianos se quedaron sin su regalo pese al buen comportamiento durante el año. Otra cuestión sería conocer qué carajo habían hecho los asistentes a la fiesta para merecer tan terrible regalo.

Se intuía que un acontecimiento de tal magnitud podía sobrevenir en cualquier momento. Que alguna vez tenía que pasar, vaya. En este sentido, alucino con la labor de una ETT madrileña que gestiona ofertas de empleo para actores que quieran encarnar a un Papa Noel del palo. En la última convocatoria ofertaban dos plazas y citó a los candidatos a una prueba de dinámicas de grupo. Tras una serie de preguntas, se les planteó que planificaran una acción militar. En concreto la voladura de un puente, actuando como si todos formasen parte de un comando militar. Y vaya, que después nos extrañan noticias como la del Papá Noel pistolero. Que un gordo cabrón agarre una recortada y se ventile a todo bicho viviente, en un domicilio, en un estadio deportivo o un centro comercial, es casi lo menor que nos podría pasar. Y es que como dicta el refrán, “de aquellos lodos…”

Todo está viciado desde hace mucho. Casi desde el comienzo, cuando se perdieron los rasgos definitorios de una tradición asentada sobre la existencia real del tal San Nicolás -de Bari, para nosotros, de Mira, para los ortodoxos-  Obispo del siglo IV en el que, supuestamente, se inspira nuestro Papá Noel panzón, barbudo y rojiblanco -no por ello seguidor del Atleti-. Todas aquellas tradiciones paganas debidamente cristianizadas que confluyeron en el mito original -desde la Saturnalia romana, el Sinterklaas holandés, el hada Befana italiana o incluso el Olentzero euskaldún- y el tuneado al que le sometió Thomas Nast y la Coca Cola desde 1931, dieron como fruto este Santa Claus/Papá Noel supuestamente más humano y por lo tanto más patético. Algo que, a todas luces, no podía acabar bien. Y es que hacerlo más humano equivale a hacerlo más vulnerable y preso de sus bajas pasiones. Encima condenándolo a morar en los inhóspitos parajes de Laponia, con la única compañía de una camada de duendecillos asexuados y cuatro gigantescos renos. De ahí la transformación de un personaje que nació ridículo y sobrevino en sociópata. Un monstruo en potencia con forma humana que, como en el caso del Golem, acaba sublevándose contra sus creadores.

Por si la cosa no estaba lo suficientemente jodida, este año nos ha dado por decorar los balcones con papanoeles colgantes recubiertos de lucecillas. Indicadores de aquellos lugares en donde se espera al auténtico. Eso y las ETT formando comandos de Papanoeles con tácticas de marine… ¿Qué podría salir mal?

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