Fue
durante mis primeros años de Universidad, cuando iba loco recabando apuntes de todo
quisque para completar unos temarios que tenían más agujeros que la declaración
de la renta de Carlos Fabra. En algún momento y por recomendación de algún
compañero, aparecimos en aquella reprografía cutre en la que se prestaban a
fotocopiar no sólo apuntes, también libros enteros. Mientras hacíamos la cola
nos dedicamos a comentar los curiosos pósteres de películas que, en
forma de decoración, colgaban de las paredes del local. Nos pareció curioso el que,
a diferencia de la mayoría de negocios que se deciden por este tipo de motivos,
los carteles hiciesen referencia a films bizarros,
desde luego bastante desconocidos. Por encima de todos destacaba uno con el jetón de un rubiales y en torno a él, unas enormes letras rojas que rezaban “M O R T E N S E N”, en la parte superior, y “A M E R I C
A N Y A K U Z A”, en la inferior. Que si hubiera
sido P A C I N O o D E N I
R O -o cualquier otro actor más o menos célebre por aquel entonces- la cosa se
hubiera quedado ahí. Pero al colocar como reclamo a un tal Mortensen, a quien
no conocían ni en su casa cuando se acercaba a cenar, nos resultó cachondísimo.
El asunto es que gracias a eso se nos quedó grabado el título de la peliculilla
de marras y el apellido danés de aquel fulano. Y volvimos por allí un montón de
veces poseídos por el embrujo de Mortensen y sus yakuzas americanos, no
tanto para hacer unas fotocopias que podíamos agenciarnos más cerca y hasta barato.
La cosa es que “American Yakuza” alcanzaría así la categoría de película de culto
en nuestras mentes adolescentes. ¡Y eso que ninguno la había visto!
Pasados unos años y superada la edad del pavo, los complejos entresijos de la
función pública valenciana determinaron que servidor recalara en la localidad
alicantina de Petrer. Allí, durante mi primer mes de estancia, me alojaría en
una especie de apartotel bastante asequible, que contaba con el aliciente de la
tele por cable. Y mira tú por donde que, una tarde nada más volver del curro, se
produjo el reencuentro con “American Yakuza” y el gran Mortensen. Por fin, tantos
años después, conseguí ver esta joyita del cine de acción dirigida por un tal
Frank A. Cappello en 1993. La cinta cuenta la historia de un agente del FBI
–Mortensen- que se infiltra en una poderosa familia yakuza asentada
en los Estados Unidos, con la intención de acabar con ella. A raíz de esto, el
hombre se ve envuelto en una sangrienta guerra entre mafias. Vamos que hay
tiros a mansalva y muere hasta el apuntador.
Como habréis deducido ese tal Mortensen no es otro que “Aragorn, hijo de Arathorn, heredero de Isildur, señor de los Dunedain, heredero del trono de Gondor, apodado Trancos, Capitán de los Montaraces del Norte…” A quien la
fama le sobrevino al poco, así que mis colegas y servidor siempre podremos
decir que le descubrimos antes que el populacho. Por lo demás tan sólo apuntar
que “American Yakuza”, como película, es una mierda pinchada en un palo. Y
el desempeño de Viggo Mortensen, así como la del resto de chinos
esquizofrénicos que le acompañan en la aventureta, produce vergüenza
ajena. Así que, si no la habéis visto, cosa probable, tampoco hace falta que os
rompáis los cuernos buscándola… Dejadlo correr. En serio.
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PD. Por mucho que lo he intentado, no he podido dar con una imagen del cartel igual al que tenían colgado en la mítica reprografía. Me temo que alguno ya se habrá percatado… Y le sonará la música. Recuerdos
de juventud lo llaman. Bendita juventud.
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