Lo
primero que me llamó la atención de esta película, a parte de venir firmada por
el gran Thomas Vinterberg, fue su título en castellano: “Submarino”. No se
trata de ninguna traducción del inglés o del danés, sino que es el original, un título que enseguida me llevó a
pensar en Augusto Pinochet, la DINA,
en Villa Grimaldi y, así en general, en la salvaje dictadura chilena. Y es que
el submarino fue una de las formas de tortura aplicadas por esa panda de
salvajes sobre todos aquellos que de alguna manera se opusieron al alzamiento, si
bien, ni fue la única utilizada, ni la más terrible de todas ellas. El tema
está en sumergir la cabeza del torturado bajo el agua hasta
rozar la asfixia, para dejarle tomar entonces un poco de aire y volverlo a
sumergir, así varias veces hasta que éste hable, se retracte, delate a algún
compañero, asuma los cargos imputados o lo que coño persiga el torturador de
turno. Evidentemente, en muchas ocasiones el proceso termina con la muerte del
torturado. Hay que decir que no se trata de una tortura exclusiva del régimen
dictatorial chileno. Aún hoy día se práctica en diferentes cárceles del mundo,
para sonrojo de la comunidad internacional, como mecanismo para la obtención de
información relevante. También causa furor entre el mafioseo internacional, o al menos eso es lo que se desprende de
muchas películas en las que vemos su
puesta en práctica como método infalible para ablandar a aquellos que no
colaboran. En ocasiones se prescinde del agua y se emplea una versión en seco
de la tortura. Para ello nada mejor que colocar una funda de plástico en la
cabeza del sujeto, hasta que suelte prenda o que su propia respiración lo ahogue.
Pues bien, esta tortura
constituye una metáfora terrible de la que se sirve Vinterberg para explicar su
película. La historia de dos hermanos daneses a los que separaron siendo bien
pequeños por culpa de una tragedia que dividió a toda la familia y que hoy
viven marcados por la infancia oscura que tuvieron. La vida del mayor gira en
torno al alcohol y está plagada de violencia y la de su hermano pequeño, un
padre soltero, gira en torno a su adicción a la heroína y la necesidad de robar
y trapichear. Con todo, ambos se esfuerzan, a su manera, para salir del pozo. Sobretodo
el hermano menor que intenta, en la medida de sus posibilidades, proporcionarle
a su hijo una vida mejor que la que él tuvo. En el fondo estamos ante una
expiación coral por una desdicha que ha marcado para mal sus vidas y de la que
se sienten responsables, quedando absueltos de culpa al cargar con el
sacrificio de la pena.
La peli es dura de pelotas
y sórdida como ella sola, comenzando por el escalofriante retrato de sus
personajes y el entorno en el que se mueven, con mención especial para el actor
que interpreta al hermano mayor (¡soberbio!) y a la visión oscura y gris de un
Copenhague que se aleja muy mucho de las postales que nos ofrecen los spots del Ministerio de Turismo danés.
Hasta el punto que hay quien a acusado a Vinterberg de emplear una sordidez y un
tremendismo caprichoso, cuestión en la que no estoy nada de acuerdo, ya que me
parece que el reflejo de toda esa miseria y el empleo de ese tono
desesperanzado va perfecto con aquello que se nos está contando. Bien es cierto
que, si atendemos a la trayectoria cinematográfica del realizador danés, es
imposible negar que se siente muy cómodo en este tipo de terrenos pantanosos.
Pero creo que hasta ahora la galería de miserias humanas exhibidas en sus películas
está más que justificado en atención a los temas tratados y por las finalidades
buscadas.
Al principio del post me he referido
a lo acertado del título escogido por Vinterberg para su película. Y es que la
vida de los dos hermanos protagonistas consiste en algo semejante a la tortura del submarino,
en una constante busqueda de oportunidades para sacar la cabeza, para luego volver a
sumergirla por culpa de los fantasmas del pasado que lastrarán su existencia
de una forma irremediable. Gran película, sí señor.
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