“Descendía caminando la cuesta del puente atrás el edificio derruido, una oscura figura erecta y un extraño. Vengan aquí hasta que les diga. Dónde está el mar alto y los vientos suaves y húmedos y tibios, a veces manchados de sol, con la paz tan absurda por desear donde todo está dicho y habla. En una noche de invierno oí caballos en un camino rural, arrancando chispas a las piedras. Sabía que huían y que cruzarían los campos donde el repiqueteo de cascos llegaría a mis oídos. Y dije están corriendo hacia la muerte y lo hacen con cierto espíritu y sus ojos están locos y muestran los dientes”
Tenía
anotada
la
lectura de este novelón desde septiembre del año pasado, cuando
Kiko Amat consideró
que “El hombre de mazapán” reunía méritos suficientes para ser
libro
del mes en Bendito Atraso.
Y
vaya si tenía
razón.
No
estamos hablando de una
novela actual,
ni
siquiera reciente, sino
de algo
que se
publicó en
1965 e inmediatamente se vio envuelto
en la
polémica. Se trata del debut literario de James
Patrick
Donleavy, prolífico autor norteamericano de ascendencia irlandesa,
quien se enfrentó por su causa a múltiples acusaciones de
obscenidad. De hecho, por culpa de ello, las pasó canutas para
lograr
un editor. Al final encontraría acomodo en la editorial francesa
Olympia
Press,
que parece le cogió el gustillo a eso de publicar autores "obscenos".
Samuel Beckett o Henry Miller
son
buenos ejemplos de ello. El caso es que también gracias a eso
“El hombre de mazapán” terminó por convertirse
en un auténtico best
seller de
alcance mundial.
Incluida la beata Irlanda, donde transcurre gran parte de la trama y en donde produjo mayor escándalo.
No
en balde el libro estuvo prohibido durante más de veinte años en
aquel país.
Sebastian
Dangerfield es el
hombre de mazapán, prota
de esta historia. Un
vivales
borrachuzo,
seductor, aprovechado y más pobre que una rata, que malvive entre
las callejuelas de Dublín, tambaleándose de taberna en taberna y de
cama en cama. Un expatriado sin prejuicios y con mucha jeta que vive
consagrado al arte de no hacer nada, burlándose del mundo y
embaucando a señoras, a señoritas y a no tan señoritas. Un tipo
que, al final de la carrera, no es más que una caricatura de si
mismo, un pobre de espíritu que encierra dentro de sí una
personalidad bastante débil. De ahí lo del hombre de mazapán, ya
que la fortaleza de Sebastian, al igual que ocurre con esas galletas
de forma humanoide, se deshace en migajas con suma facilidad.
Un
libro libro guarro y salvaje,
pero también lírico y conmovedor. Una
historia rabiosamente
divertida.
Una
de las cien mejores novelas del siglo XX, según la Modern Library.
¡Y con unos personajes secundarios verdaderamente memorables!
Estupenda recomendación.
“Cuando estuve ahí traté de que Tony se interesara en tomar el Norte por la fuerza. Y Tony me contó de la vez que pasaron la frontera. Todos querían liquidar policías, era imposible contenerlos, estaban dispuestos a clavar la tricolor en el Norte. De modo que pasaron la frontera, los bolsillos llenos de bombas caseras, granadas de mano y gelinita. Se encuentran con un policía. Son cuarenta, y viene un policía y dice vamos, vamos, este es el país del Rey, de modo que compórtense o tendré que encerrarlos a todos. Tienen la cara larga, pliegan la tricolor, dejan las bombas y se meten en la primera taberna y se emborrachan, y el policía con ellos. Estuvo bueno. Sabes, no creo que jamás quieran apoderarse del Norte. Barney dice que son la mejor gente de la tierra. Mira, quizá el Norte podría apoderarse del Sur.”
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