Hace
un tiempo
ya, décadas o más allá, que este
menda gustaba
de sumergirme
en los mundos dibujados por Calvin Johnson, cabeza pensante de ese
maravilloso trío
de Olympia
que se hacía llamar Beat Happening. ¡Gratos
recuerdos! Y no solo recuerdos ya que
aún hoy día, tantísimos
años después, las melodías incluidas
en el “Jamboree”, el glorioso “Dreamy” o su no menos
fantástico álbum homónimo de debut,
afloran desde mi interior y en forma de silbido, más o menos
reconocible, actúan como banda sonora de algunos de mis
momentos de introspección gozosa.
Ese es el motivo por el cual, tras demasiado tiempo desconectado de
aquel indie-pop
americano primigenio (las etiquetas lo-fi,
twee pop nunca me gustaron),
no dudara en acercarme hasta el Magazine, para ver cual era el menú
con el que
don Calvin
pretendía alimentar a una
pequeña
congregación de
acólitos y nostálgicos empeñados
en recuperar los postulados del
calvinismo noventero.
Pero mi
gozo en un pozo... Los años no pasan
en balde para nadie, eso es evidente, pero si encima uno no le echa
ganas...
Vale
que, efectuando un análisis objetivo de lo acontecido, es justo reconocer que me
topé con algo que no fue malo del todo,
pero sí
lo suficientemente flojo como para dejar
aparcado,
quién sabe sí por siempre jamás, un credo demasiado tiempo
relegado al
más olvidado de mis
rincones. Y
es que en
lo que a música se refiere la objetividad cuenta bien poco. Tampoco
aquello de “soy
católico, pero no practicante”. Porque
aquí los
credos se profesan con pasión y hasta la mayor de las influencias
recibidas
acaba por desdibujarse con el paso del tiempo a
fuerza de no ejercer. Exceptuando
tal vez, dos,
tres o hasta cuatro referencias de
juventud. De aquellas
que te sacudieron cuando
las descubriste en tus
años mozos, de forma que,
lo quieras
o no, formarán parte de tu bagaje por
siempre jamás. Y
ese no es el caso de Beat Happening, a
quienes adoré, pero en un plano muy inferior al de otras bandas
como Nirvana, Sunny Day Real Estate, Songs:Ohia
o Pedro the Lion, por poner cuatro
ejemplos de lo que antes os hablaba.
Creo
que ya he dejado claro que mi
calvinismo se esfumó hace demasiado. La
plantita se secó a fuerza de no regarla y
ni siquiera recientes esfuerzos en
alimentarla
han servido
para nada más que para
darme cuenta de que
fue bonito mientras duró. Pero
es que encima el show
ofrecido en Valencia fue un poco estafa. Comenzando por la actuación de los
teloneros: Pequenyo Mulo y los Arcanos
Mayores y Sergi Alce, que si bien
pusieron de su parte, ni así les dio.
Los
Arcanos,
muy flojitos, tanto que no merece la pena ni comentarlo y Sergi too much cagapenas
for my body.
Y es que no
es necesario y mucho menos conveniente, comenzar cada
tema haciendo referencia a la tragedia personal en
la que te inspiras. Una vez tira que te va, dos
ya cansa y
tres... pues nada como eso para acabar
por desconectar a un público ya de por sí bastante escaso, poco atento e
insuficientemente alcoholizado como para pasarlo por alto.
A Calvin Johnson
decirle que,
por lo
menos, podría haber conectado la puta
guitarra. Ya no digo que
se hubiese hecho acompañar por una banda como
por ejemplo The Hive Dwellers, con
quienes acaba de grabar material (arriba lo tenéis incrustado). No creo que eso
sea pedir demasiado, la
verdad. Porque
al final todo resultó
bastante
pobre. Y corto, ¡tremendamente corto! Y triste.
Y eso
último es
lo peor, esa terrible sensación. No le salva ni su amplio repertorio
de gracietas y monerías variadas.
Ni siquiera
la incuestionable
categoría de las composiciones originales.
Ni el que, visto como comenzó la cosa,
al final saliéramos de allí con la
idea de que aún
pudo haber sido peor, ejemplo
prototípico de aquello de “el que no se consuela es porque no
quiere”.
Una
auténtica lástima. Hubiese
preferido ver a Mr. Johnson hace veinte
años, en plena
forma y con sus
compañeros en Beat Happening. Pero
ni él tuvo ganas de venir a mí,
ni yo pasta para ir a verle allá.
Eso
sí, hay que reconocer que su voz sigue impresionando como antaño.
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