El
tipo tiene mi edad. Bueno, no exactamente. Sería un mes mayor que yo
atendiendo a los exactísimos cálculos de longevidad de
mi señora madre. Lo que quiero decir es que Pablete es un pipiolo,
como este menda, pero su trayectoria cinematográfica ya es
equiparable a la de realizadores nacidos dos, tres y hasta cuatro
décadas antes que él. Pablo Larraín es hijo de Hernán Larraín,
senador y presidente de la UDI -los fachosos de Chile-, y de
Magdalena Matte, ex-ministra de Vivienda y Urbanismo en el gobierno
de Piñera. Sin embargo los mensajes de sus películas poco o nada
tiene que ver con muchas de las mociones secundadas por sus
progenitores. Y es que, antipinochetista declarado, no se corta a la
hora de manifestar que “la derecha es responsable directa de lo que
pasó con la cultura en esos años, no solo con la eliminación y la
no propagación de ella sino, también, en la persecución de autores
y artistas". O "la derecha en el mundo no tiene mucho
interés por la cultura y eso revela la ignorancia que probablemente
tienen, porque es difícil que alguien disfrute o se encante con
cosas que no conoce". No parece casualidad por lo tanto que el
cuarto largometraje del director chileno fuese “No” (2012).
Aquella cinta en la que Gael García Bernal interpreta a un
publicista que desarrolla la campaña en favor del no en el
plebiscito de 1988, para impedir que Augusto Pinochet continúe en el
poder. Emocionante película que supone una anomalía dentro de la
filmografía del realizador chileno. Y es que, a diferencia de lo que
ocurre en el resto de su obra, “No” despliega entusiasmo y
positividad, como no podía ser de otra forma dado la temática y el
mensaje a transmitir. Si bien, esa metáfora colorista de la
transición política chilena, no renuncia a la amargura del
recuerdo, para lo cual se sirve de imágenes extraídas de
documentales y programas televisivos de la época.



Ya
para acabar referirme a “El Club”, la última película
presentada por Larraín y con la que obtuvo el Oso de Plata en el
Festival de Berlín. En ella también participan el mencionado
Alfredo Castro, la Zegers y otros habituales del universo Larraín
como Jaime Vadell y Marcelo Alonso. La premisa es chula pero jodida.
¿Que hace la Iglesia con aquellos curas cuyas debilidades aconsejan
apartarles de la luz pública? Pues antes que entregarlos a la
justicia, que sería lo suyo, taparlos y taparse como institución a
través de la técnica del retiro. Vamos, que se les oculta en casas
de reposo, con sus cuidadores-controladores, sometiéndoles a una
serie de estrictas reglas de convivencia que, entre otras cosas, les
permita pasar inadvertidos ante los laicos residentes en el enclave
escogido. Allí habrán de pasar el resto de sus días todos estos
curas descarriados, colaboracionistas con regímenes con
comportamientos poco cristianos, cuando no directamente pedófilos. Y
de eso va "El Club". De una comunidad de este estilo sita en un remoto
pueblo costero del Chile actual. Del día a día de estos curitas en
ese retiro. De como purgan sus pecados y esconden sus miserias. Y de
como, algunas veces, ese terrible pasado vuelve y todo aquello que
parecía sólido se transforma en líquido cuando no en gaseoso.
Vean
el cine de Larraín, bien que merece la pena.