El
tipo tiene mi edad. Bueno, no exactamente. Sería un mes mayor que yo
atendiendo a los exactísimos cálculos de longevidad de
mi señora madre. Lo que quiero decir es que Pablete es un pipiolo,
como este menda, pero su trayectoria cinematográfica ya es
equiparable a la de realizadores nacidos dos, tres y hasta cuatro
décadas antes que él. Pablo Larraín es hijo de Hernán Larraín,
senador y presidente de la UDI -los fachosos de Chile-, y de
Magdalena Matte, ex-ministra de Vivienda y Urbanismo en el gobierno
de Piñera. Sin embargo los mensajes de sus películas poco o nada
tiene que ver con muchas de las mociones secundadas por sus
progenitores. Y es que, antipinochetista declarado, no se corta a la
hora de manifestar que “la derecha es responsable directa de lo que
pasó con la cultura en esos años, no solo con la eliminación y la
no propagación de ella sino, también, en la persecución de autores
y artistas". O "la derecha en el mundo no tiene mucho
interés por la cultura y eso revela la ignorancia que probablemente
tienen, porque es difícil que alguien disfrute o se encante con
cosas que no conoce". No parece casualidad por lo tanto que el
cuarto largometraje del director chileno fuese “No” (2012).
Aquella cinta en la que Gael García Bernal interpreta a un
publicista que desarrolla la campaña en favor del no en el
plebiscito de 1988, para impedir que Augusto Pinochet continúe en el
poder. Emocionante película que supone una anomalía dentro de la
filmografía del realizador chileno. Y es que, a diferencia de lo que
ocurre en el resto de su obra, “No” despliega entusiasmo y
positividad, como no podía ser de otra forma dado la temática y el
mensaje a transmitir. Si bien, esa metáfora colorista de la
transición política chilena, no renuncia a la amargura del
recuerdo, para lo cual se sirve de imágenes extraídas de
documentales y programas televisivos de la época.
Más
allá de “No”, quizás su película más reconocida hasta el
momento, Pablo Larraín es responsable de “Fuga” (2006), “Tony
Manero” (2008), “Post Mortem” (2010) y “El Club” (2015).
También colaboró en la serie de televisión “Prófugos” (2011),
emitida por HBO Latinoamérica, y tiene previsto presentar el próximo
año un biopic sobre Pablo Neruda. A falta de visionar esa “Fuga”
que supuso el debut del santiaguino en la gran pantalla, tan solo
puedo afirmar que el tío es un fenómeno. Hay que rendirse a la obra
y al buen hacer de este hombre. Alguien por quien merece la pena
pagar la entrada del cine. Y cada vez quedan menos.
“Post
Mortem”, “Tony Manero” e incluso “El Club”, son películas
con un toque de desasosiego que difícilmente dejan a nadie
indiferente. La primera de las tres narra la historia de un empleado
en la morgue de un hospital de Santiago durante los días previos al
golpe. Es una película deliciosamente turbia protagonizada por un
personaje de esos que se recuerdan por siempre. Mario, un
administrativo cuyo cometido es pasar a máquina los informes de las
autopsias en el depósito de cadáveres del hospital. Un tipo que
fantasea con su vecina, una atractiva bailarina de cabaret, que
desaparece misteriosamente el 11 de septiembre. Además del
personaje, magistralmente interpretado por Alfredo Castro, también
destaca Antonia Zegers, a la sazón ex-esposa y madre de los dos
hijos del director.
Dos
actores que también participan en “Tony Manero”, posiblemente mi
cinta favorita de entre todas las mencionadas. Y la más sórdida de
todas ellas. Se sitúa, al igual que “Post Mortem”, en el difícil
contexto social que supuso la dictadura de Augusto Pinochet. Aquí el
protagonista es un tal Raúl Peralta -otra vez interpretado de forma
magistral por Alfredo Castro- que vive obsesionado con la idea de
remedar a Tony Manero, el personaje de John Travolta en "Fiebre
del Sábado Noche". Esas ansias de interpretar a su gran ídolo
y su anhelo por ser reconocido como una estrella del mundo del
espectáculo, le empujan a hacer lo que sea para cumplir su sueño.
Vamos, que quien se entrometa ya sabe lo que le espera. La película
es dura. Por momentos cercana al mal rollo. Sobretodo en un par de
escenas que no revelaré y que son de esas que dejan marca.
Ya
para acabar referirme a “El Club”, la última película
presentada por Larraín y con la que obtuvo el Oso de Plata en el
Festival de Berlín. En ella también participan el mencionado
Alfredo Castro, la Zegers y otros habituales del universo Larraín
como Jaime Vadell y Marcelo Alonso. La premisa es chula pero jodida.
¿Que hace la Iglesia con aquellos curas cuyas debilidades aconsejan
apartarles de la luz pública? Pues antes que entregarlos a la
justicia, que sería lo suyo, taparlos y taparse como institución a
través de la técnica del retiro. Vamos, que se les oculta en casas
de reposo, con sus cuidadores-controladores, sometiéndoles a una
serie de estrictas reglas de convivencia que, entre otras cosas, les
permita pasar inadvertidos ante los laicos residentes en el enclave
escogido. Allí habrán de pasar el resto de sus días todos estos
curas descarriados, colaboracionistas con regímenes con
comportamientos poco cristianos, cuando no directamente pedófilos. Y
de eso va "El Club". De una comunidad de este estilo sita en un remoto
pueblo costero del Chile actual. Del día a día de estos curitas en
ese retiro. De como purgan sus pecados y esconden sus miserias. Y de
como, algunas veces, ese terrible pasado vuelve y todo aquello que
parecía sólido se transforma en líquido cuando no en gaseoso.
Vean
el cine de Larraín, bien que merece la pena.
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