martes, 27 de agosto de 2019

“Historias desde la cadena de montaje”, de Ben Hamper

Divertidísimo libro de memorias en el tajo el firmado por este anti-héroe de la clase obrera. El mismo tipo con bigote que salía jugando al baloncesto en una clínica mental y que acaba cantando el “Wouldn’t it be nice” al comienzo de “Roger y yo” (1989) de Michael Moore. Aquel aclamado documental sobre el desmantelamiento de la industria automovilística en Flint, Michigan, con el que se daría a conocer el orondo director de “Bowling for Columbine” (2002), “Fahrenheit 9/11” (2004) o “Sicko” (2007).

El tal Ben Hamper, también conocido como “Cabeza de Remache”, es un ex trabajador de la fábrica de camionetas y autobuses que General Motors tenía en Flint. De alguna manera se las ingenió para, tras currar los turnos correspondientes y ponerse hasta arriba de cerveza y otras sustancias, escribir esas “Impresiones de un Cabeza de Remache” por las que alcanzaría cierta fama. Al principio en el ámbito local y gracias al Flint Voice, después Michigan Voice. Más adelante en todo el país y a través del Esquire, del Wall Street Journal –que le dedicaría una primera plana-, también del Harper’s -que reeditó alguno de sus artículos- y sobre todo por la revista Mother Jones de San Francisco -uno de cuyos números abrió con él en portada-.

Estas “Historias desde la cadena de montaje” nos conducen a través de su delirante carrera como currito –o rata de fábrica, como él prefiere denominarse-. Mediante una prosa dura y sin concesiones, tirando de un humor negro que en ocasiones llega a la hilaridad, nos acerca a la realidad -más bien tragedia- de los blue collar. Llevándonos a través de ese inframundo que conocemos como cadena de montaje y que parece diseñado para negar toda individualidad y aniquilar cualquier atisbo de autoestima. 
“Me asignó un trabajo que era una puta locura: tenía que tumbarme dentro de las cabinas de las furgonetas, separar miles de juegos de cables enredados, fijarlos a lo largo del suelo del coche en cuatro posiciones muy concretas, y después doblarme y dejarlos caer por el tablero. Una vez hecho aquello, tenía que correr para insertar dos clips de plástico en la palanca de cambios de tracción en las cuatro ruedas. Y, una vez completado ese paso, debía apresurarme de vuelta a la cabina y atornillar la palanca con una pistola imposible de manejar que daba coces como una mula y que era tan grande como una desbrozadora.” 

Comenta Moore en el prólogo, que Hamper nació en Flint siendo hijo y nieto de obreros fabriles, como él mismo. De hecho su abuelo hizo autoestop desde Springfield, Illinois, hasta la Ciudad del Motor para pasar cuatro décadas trabajando en la planta de motores de Chevrolet. Así pues no se es rata de fábrica por casualidad. Se hereda aun cuando los padres lo hacían justamente para que sus hijos no tuviesen que sufrirlo. Pero como en tantas ocasiones, todo acaba reduciéndose a una cuestión de clase. Saber qué es lo que te toca hacer por una suerte de derecho natural de mierda. El propio Hamper lo expresa de forma un tanto socarrona, cuando escribe que pronto exhibió los síntomas que delatan al que está abocado al muelle de carga. “Casi era capaz de escuchar a mi abuelo aullando desde la tumba: ¡Otro no! Seréis capullos… ¿Ninguno quiere ser abogado?”.

Mola mucho el retrato de los chulos y charlatanes que pululan por la fábrica y que en algún momento fueron compañeros de Hamper. Un cúmulo de seres humanos atrapados en esa especie de laguna Estigia, “calabozo lleno de inadaptados sociales y descerebrados que tenían pinta de haber cometido homicidios triples.” Eso y las curdas que se agarraban todos para sobrellevar el ruido asfixiante, la monotonía y el disparate que suponía todo aquello. Luego está la cuestión de los ridículos planes de calidad puestos en práctica por la empresa. Con esas pantallas repitiendo eslóganes dignos de “Están Vivos” a todas horas, o con la aparición mariana de un impagable personaje de nombre Armando Cochuelos y todas las campañas asociadas al mismo. Para mear y no echar gota.

Y vaya que me ha encantado. Más aún en mi condición de almussafero hijo de currela de la Ford. Así pues, ¿cómo no me iba a interesar esta mierda? Además yo también pasé por la jodida cadena, aunque de forma un tanto efímera, por lo que muchas de las reflexiones de Hamper me resultan cercanas. Incluso en lo que tiene que ver con el retrato de personajes. Si bien, allí no era tan extreme y a Dios gracias…

Ben Hamper en la tele. 1986

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