Ya
había llovido desde la última vez que vi “Stalker”, aquella cinta de culto dirigida
por el “escultor del tiempo” Andrei Tarkovsky. La primera vez, allá por el
periodo cuaternario, me pareció bastante aburrida. Sin embargo en la segunda,
ya inmersos en el terciario temprano, me percaté de que aquello era una
genialidad. Una puta obra maestra, vaya. Pero bueno, como soy un tipo reflexivo
a quien no le gusta llegar a conclusiones apresuradas (¿?), creí necesario darle
un tercer visionado y así desempatar. Eso fue ayer… Aunque de aquella manera.
Dirigida
en 1979, la película describe el viaje de
tres hombres a través de un enigmático paraje post-apocalíptico conocido
como “la Zona”, en busca de un espacio que tiene la capacidad de cumplir los deseos
más profundos de las personas. Y eso a pesar
de que el acceso al lugar, en el que alguna vez se produjo un desastre indeterminado,
está completamente prohibido. Pero existen unos personajes llamados stalkers
–acechadores- que se dedican a guiar a quienes se atreven a aventurarse a
cambio de un estipendio.
Basándose
en la novela corta “Pícnic extraterrestre” de Arkadi y Boris Strugatskiy, la cinta
difiere mucho del libro. En este aparecían numerosos “acechadores”, además de naves
y objetos misteriosos, mientras que en la peli solo aparece uno y con
propósitos bien distintos a los de la historia original. Y es que cuando el realizador
soviético ubicó a los hermanos para que le ayudaran con el guión, les pidió que
recortaran la historia y no solo desde el punto de vista temporal. Sacando todos
aquellos momentos en los que el libro evidencia la presencia extraterrestre,
además de otras cuestiones fantásticas. Dejando así una trama podada que
destaca por esos momentos enrarecidos o de inquietud metafísica que hoy
consideramos tan de Tarkovsky.
Al
final de la carrera y más allá de lo que yo opine sobre “Stalker”, el director consiguió
crear un mundo inmersivo, repleto de detalles materiales y atmósferas orgánicas.
Un espacio entre lo poético y lo meditativo que se abre a numerosas
interpretaciones y significados. Según leí en su momento, contiene una alegoría
religiosa, aunque también es reflejo de las ansiedades políticas de su creador.
En todo caso, supone una experiencia visual muy especial y sumamente grata. En
la que te tienes que sumergir de una, eso sí. Y hete aquí con el resultado del
partido de desempate.
Cuando
me refería a que esta vez la había visto “de aquella manera”, es porque vi una
versión fragmentada de “Stalker” y musicalizada en vivo por la banda de rock
instrumental La Ciencia Simple. Todo en un show fantástico celebrado ayer
tarde en la Sala Rubén Darío de Valparaíso e incluido dentro del ciclo
LeRock, del que ya os he hablado por aquí. Ante un auditorio casi repleto,
el quinteto santiaguino expuso una banda sonora alternativa a la compuesta
por Eduard Artemyev, adaptando alguna de sus piezas e incluyendo desarrollos ad
hoc. Todo eso mientras el proyector nos hacía participes de esas tomas largas e intensas que caracterizan el estilo
de Tarkovsky. Además de incluir algún interludio entre fragmentos que nos
permitió refugiarnos de la tormenta sonora. Escuchando las reflexiones y
poemas filosóficos que Tarkovsky puso en boca del stalker
interpretado por Alexandr Kaidanovsky. La verdad es que fue una puta pasada.
Así
pues, si os podéis acercar la semana que viene a Santiago, o después a Conce y
más adelante a Valdivia o Puerto Montt, ni lo dudéis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario