Esta mañana, mientras me tomaba
un café y hojeaba la prensa generalista, me ha sorprendido una de las
peores noticias del año. La sección de necrológicas recogía la muerte del
escritor norteamericano David Foster Wallace, con apenas 46 años. Calificado
como el mejor cronista del malestar de la sociedad norteamericana, apareció ahorcado en su domicilio la noche del pasado viernes. Y lo cierto es
que este terrible desenlace era hasta previsible, conociéndose sus fuertes tendencias suicidas. El propio escritor pidió no hace mucho que
lo internaran en una unidad de vigilancia hospitalaria, pues no se sentía capaz
de controlar su pulsión suicida.
Mi acercamiento al universo DFW es relativamente reciente. Me lo presentó un
buen amigo, entre cerveza y cerveza, mientras discutíamos sobre la obra de
Chuck Palahniuk, otro gran fabulador contemporáneo. Por este motivo comencé a
leer las historias de este magnífico autor, punta de lanza de una
generación literaria que incluye nombres como Richard Powers, Jonathan Franzen
o Mark Layner. Todos ellos con una forma radicalmente nueva de entender la
literatura.
Nacido en Ithaca en 1962, se trata de un personaje muy respetado tanto por el gremio de
escritores como en la comunidad universitaria, donde impartía clases de
escritura creativa. Wallace ejerció una influencia considerable
entre los jóvenes novelistas de su país, así como entre los europeos. Sus reportajes, entrevistas, ensayos y relatos se publicaron en todo tipo
de revistas, estando la mayoría de ellos traducidos al castellano. Destacando las
colecciones de relatos “La niña del pelo raro” y “Extinción” o
el ensayo humorístico “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a
hacer”. También son suyas las “Entrevistas breves con hombres repulsivos”, la
“Historia abreviada del infinito”, “Olvido” y “Hablemos de
langostas”. Aunque sin ningún género de dudas su obra más conocida y reconocida es “La
broma infinita”. Un monumental ejercicio narrativo de más de mil páginas, considerada
por la crítica como una de las novelas más audaces e innovadoras de los últimos
tiempos.
Somos muchos los que pensamos que lo mejor de David Foster Wallace estaba aún
por llegar. Y eso que aún no le he hincado el diente a su opus magnum,
que descansa en alguna de mis estanterías desde que otro de mis amigos me la
regalara por mi cumpleaños. Supongo que leerla ahora es el mejor homenaje que
le puedo hacer. Descanse en paz.
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