jueves, 19 de marzo de 2020

Limónov, desde Dzerzhinsk al infierno

Dzerzhinsk es una ciudad rusa situada a unos ochocientos kilómetros de Moscú que debe su nombre al primer jefe de la NKVD -el temido departamento soviético de asuntos internos-. Fue además uno de los principales centros de producción de armas químicas de Rusia, con acceso vetado a los occidentales hasta hace cuatro días. Ahí mismito nació Eduard Veniamínovich Savenko, más conocido como Limónov, el escritor de esta macarrada y el protagonista de esta otra. Y no parece casual. Supone un comienzo perfecto en la vida de este aventurero, playboy y militante anarco-fascista -admirador de Stalin y la vez amigo de Karadzic o Le Pen padre- cuya biografía parece el guión de una peli de Tarantino. El fulano que creó y lideró a los nazbol hasta anteayer, cuando pasó a mejor vida. Y es que ya no podremos volar a Moscú y hablar con Limónov de sus planes de gobierno

Ícono underground, Limónov se dio a conocer a través de una serie de novelas en las que narra su exilio en los EEUU a mediados de los setenta – “Soy yo, Édichka”“Historia de un servidor” y “Diario de un fracasado”-. Si bien, mi puerta de entrada al universo del artista fue la fantástica biografía firmada por el rusófilo Emmanuel Carrère. Ya en plena década de los ochenta se mudaría a París, donde participará en varias revistas literarias. Sus trabajos en esa época, también autobiográficos, van más en línea de escandalizar a la plebe con sus historias sexuales –“El poeta ruso prefiere los negrazos”-. Regresaría a su país natal ya en los noventa, coincidiendo con la caída del régimen soviético, para centrarse en cuestiones políticas. Dando cauce a su verborrea delirante a través del periódico Limonka, a la sazón boletín oficial del Partido Nacional Bolchevique, fundado por él mismo. Acusado de terrorismo, conspiración por la fuerza contra el orden constitucional y tráfico de armas, acabaría dando con sus huesos en la cárcel. Pero eso no contuvo su actividad y, una vez fuera, montó La Otra Rusia para continuar esparciendo su mensaje político contradictorio, casi siempre opuesto a Putin, aunque menos hacia el final. Gracias sobre todo a su sesgo nacionalista en temas como el de la anexión rusa de la península de Crimea.

Un tipo que se desenvolvió en la vida como un pececillo de plata entre el papel impreso. No discriminando entre ídolos e ideologías. Capaz de navegar entre los textos de Lenin y Hallier, admirar las bondades del capitalismo para luego criticarlo y ensalzar el modelo soviético. Incorporando casi cualquier cosa al batiburrillo de cuestiones sin sentido y lecturas medio digeridas que había en su cabeza. También es verdad que, como dijo en una entrevista reciente, “cada cosa tiene su tiempo, eso es todo. Hay uno para las tetas y los muslos de Maggie, reina de la cocaína, y otro para el fusil de asalto Kalashnikov”. ¡Ea! Descansa en paz tío loco.

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