Tendemos
a enfatizar el hecho de que los dioses
de la antigüedad gozaran de poderes sobrehumanos, pero me parece
más esclarecedor el uso poco amable de los mismos, por decirlo de una manera suave. La
voluntad impuesta de Zeus, Wotan u otros mendrugos adorados por diferentes
culturas de aquí y allá resultaba, en no pocas ocasiones, caprichosa, egoísta y
lesiva. Supongo que es lo que tiene ser inmortal y disfrutar de las capacidades
de someter a cualquiera. Con todo, se supone que algunos usaron esos poderes más
centrados en aquello de hacer el bien –y lo que cojones signifique eso- que en lo
contrario. De ahí la responsabilidad de cada cual a la hora de declararse acólito
del Superman de turno. Y es que la
elección de deidad dice más de nosotros que de la propia deidad, que dejó
escrito alguien. En mi caso y si fuese capaz de pasar por alto mi ateísmo
militante, bebería los vientos por un Dios del tipo destroyer. Aunque puestos a pedir preferiría que los súper poderes
me los confiriesen a mí y ser yo el ungido… ¡Os ibais a cagar! ¿Habéis visto
“Chronicle” o “El hijo”? Una mariconá
al lado de lo que iba a ser esto...
Todo para
introduciros a la peña de La Orden, culto dedicado en cuerpo y alma a la
veneración de un Dios antiguo que se manifiesta como una oscuridad voraz. Los
miembros del mismo conocen a este Dios y le piden cosas chungas, porque en
general son más malos que un dolor de muelas. O que el coronavirus, que resulta
más actual. Cierto que esto de La Orden no existe en nuestra realidad, al menos
que sepamos. Es una invención terrorífica de Mariana Enríquez incluida en su
último libro “Nuestra parte de noche”. Una novela tremenda en la que valoriza
las supersticiones, los mitos góticos y las leyendas de los
pueblos originarios, que resulta siniestra, poética, tierna y hasta
política. ¿Qué no puede ser? Acábatela y después me cuentas.
La cosa
comienza con un padre y un hijo que atraviesan Argentina por carretera, desde
Buenos Aires hacia la frontera norte con Brasil y Paraguay. Son los
años del Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura que se instaló en la
patria del flaco Spinetta y Borges entre el golpe de estado de 1976 y el
gobierno de Alfonsín. Descubriremos que el padre trata de protegerlo del
destino que le ha sido asignado. Una condena heredada que seguramente le
arrastrará a él, médium del culto arriba mencionado, como ya se llevó por
delante a la madre, muerta en circunstancias poco claras. Al final “Nuestra
parte de noche” resulta ser una suerte de road
trip trasandina que incluye una reflexión sobre la paternidad en un sentido
amplio. Y es que el extraño vínculo entre los protagonistas principales y la
reflexión sobre si algunas cosas merecen realmente la pena, son con mucho lo
mejor de la novela.
Sin
olvidar que es un libro de la Enríquez y por lo tanto esencialmente una novela
de terror alla maniera di, es decir, vinculando
lo cotidiano y la realidad política de su país, con el consabido interés por lo
esotérico, los mundos paralelos y los rituales. Influida por la narrativa gótica
clásica, las novelas victorianas, las historias “juveniles” de Stephen King, el
viaje post apocalíptico dibujado por McCarthy en “La Carretera”, los mundos
mágicos del chalao de Jodorowsky, pero
también el rock y el cine. ¡Si hasta hay un cameo de Bowie!
La novela,
cuya única pega es que, quizás, sea excesivamente larga, está escrita de una
forma muy guay. Variando según las voces de quienes la protagonizan y hacen
de narradoras. Partiendo de un verso en un poema de Emily Dickinson, se
estructura en seis partes, reflejando puntos de vista diferenciados que abordan
diferentes épocas que van desde el Londres bohemio y libertino de los sesenta,
al Buenos Aires juvenil de los noventa. La verdad es que me ha parecido un
novelón en todos los sentidos. Lo del Premio Herralde me la suda, aunque supongo que a ella no, claro.
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