martes, 17 de marzo de 2020

“Nuestra parte de noche”, de la Enríquez


Tendemos a enfatizar el hecho de que los dioses de la antigüedad gozaran de poderes sobrehumanos, pero me parece más esclarecedor el uso poco amable de los mismos, por decirlo de una manera suave. La voluntad impuesta de Zeus, Wotan u otros mendrugos adorados por diferentes culturas de aquí y allá resultaba, en no pocas ocasiones, caprichosa, egoísta y lesiva. Supongo que es lo que tiene ser inmortal y disfrutar de las capacidades de someter a cualquiera. Con todo, se supone que algunos usaron esos poderes más centrados en aquello de hacer el bien –y lo que cojones signifique eso- que en lo contrario. De ahí la responsabilidad de cada cual a la hora de declararse acólito del Superman de turno. Y es que la elección de deidad dice más de nosotros que de la propia deidad, que dejó escrito alguien. En mi caso y si fuese capaz de pasar por alto mi ateísmo militante, bebería los vientos por un Dios del tipo destroyer. Aunque puestos a pedir preferiría que los súper poderes me los confiriesen a mí y ser yo el ungido… ¡Os ibais a cagar! ¿Habéis visto “Chronicle” o “El hijo”? Una mariconá al lado de lo que iba a ser esto...

Todo para introduciros a la peña de La Orden, culto dedicado en cuerpo y alma a la veneración de un Dios antiguo que se manifiesta como una oscuridad voraz. Los miembros del mismo conocen a este Dios y le piden cosas chungas, porque en general son más malos que un dolor de muelas. O que el coronavirus, que resulta más actual. Cierto que esto de La Orden no existe en nuestra realidad, al menos que sepamos. Es una invención terrorífica de Mariana Enríquez incluida en su último libro “Nuestra parte de noche”. Una novela tremenda en la que valoriza las supersticiones, los mitos góticos y las leyendas de los pueblos originarios, que resulta siniestra, poética, tierna y hasta política. ¿Qué no puede ser? Acábatela y después me cuentas.

La cosa comienza con un padre y un hijo que atraviesan Argentina por carretera, desde Buenos Aires hacia la frontera norte con Brasil y Paraguay. Son los años del Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura que se instaló en la patria del flaco Spinetta y Borges entre el golpe de estado de 1976 y el gobierno de Alfonsín. Descubriremos que el padre trata de protegerlo del destino que le ha sido asignado. Una condena heredada que seguramente le arrastrará a él, médium del culto arriba mencionado, como ya se llevó por delante a la madre, muerta en circunstancias poco claras. Al final “Nuestra parte de noche” resulta ser una suerte de road trip trasandina que incluye una reflexión sobre la paternidad en un sentido amplio. Y es que el extraño vínculo entre los protagonistas principales y la reflexión sobre si algunas cosas merecen realmente la pena, son con mucho lo mejor de la novela.

Sin olvidar que es un libro de la Enríquez y por lo tanto esencialmente una novela de terror alla maniera di, es decir, vinculando lo cotidiano y la realidad política de su país, con el consabido interés por lo esotérico, los mundos paralelos y los rituales. Influida por la narrativa gótica clásica, las novelas victorianas, las historias “juveniles” de Stephen King, el viaje post apocalíptico dibujado por McCarthy en “La Carretera”, los mundos mágicos del chalao de Jodorowsky, pero también el rock y el cine. ¡Si hasta hay un cameo de Bowie!

La novela, cuya única pega es que, quizás, sea excesivamente larga, está escrita de una forma muy guay. Variando según las voces de quienes la protagonizan y hacen de narradoras. Partiendo de un verso en un poema de Emily Dickinson, se estructura en seis partes, reflejando puntos de vista diferenciados que abordan diferentes épocas que van desde el Londres bohemio y libertino de los sesenta, al Buenos Aires juvenil de los noventa. La verdad es que me ha parecido un novelón en todos los sentidos. Lo del Premio Herralde me la suda, aunque supongo que a ella no, claro.   

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