Me complica
abordar este tema y es que, ¿cómo coño elaborar una crítica sobre una novela de la cual se ha escrito tanto? El libro de moda, sin ningún género de
dudas. El que se ha leído medio mundo mientras el otro medio anda en ello. La
causante de que varias editoriales de medio pelo se hayan hecho de
oro repentinamente…
Pues bien, después de tragarme un montón de buenas críticas y observar el
revuelo montado en torno a la novela, me decidí a incluir “Los hombres que no amaban a las mujeres” en la lista de lecturas veraniegas. Si bien, más que las críticas
o las recomendaciones de amigos y compañeros de trabajo, lo que me animó fue
una tertulia literaria en el programa de Julia Otero. En ella, algún
especialista cuyo nombre no recuerdo, destacaba que lo que diferencia a las
novelas de Stieg Larsson respecto a otros booms literarios como “Los pilares de la Tierra” o “El Código da Vinci”, es que este sueco
escribía realmente bien. Prueba de ello -según el contertulio- es que mientras otras
novelas de temporada son leídas mayormente por gentes que a lo largo del año
tan sólo consumen un par libros, las de Larsson son devoradas por verdaderos aficionados
a la cosa literaria. Lo que vendrían a ser personas con un criterio propio a la hora de elegir.
En fin que, por todo eso y aprovechando que uno está de vacaciones y tiene
mucho tiempo libre, decidí ponerme a ello. Con muchísima curiosidad y una pizca
de desconfianza, que todo hay que decirlo. Al final me hicieron falta cuatro
tardes para acabarme el libro, lo cual no sé si es bueno o malo y me explico. Leerse
una novela de más de 650 páginas en cuatro ratos supone que la trama es amena,
sencilla, está más o menos bien escrita y que la intriga tiene su interés. Y
esa es la verdad con este libro, que uno se engancha con facilidad y no lo suelta
hasta llegar al desenlace final. Pero eso no quiere decir que sea una obra
maestra, ni tan siquiera significa que sea un buen libro.
“Los
hombres que no amaban a las mujeres” cuenta una historia de mentiras
encubiertas, incluye reflexiones de tipo moral y una violencia desmedida por
parte de aquellos que no estiman en demasía al mal llamado “sexo débil”. Pero
las mentiras son tantas y se tocan temas tan variopintos, que el equilibrio
general de la novela se resiente y mucho. Encima los personajes protagonistas
son inverosímiles. Especialmente la señorita Lisbeth Salander, una veinteañera
sin preparación y con Asperger que sin embargo es un hacha en el uso de
las nuevas tecnologías, siendo la investigadora más eficiente que uno recuerde
dentro del extenso mundo de la ficción literaria. Con todo, el secreto con el que
se inicia la novela es lo más interesante. Esa desaparición sucedida hace treinta
y tantos años en una pequeña isla sueca propiedad de una poderosa familia. Cómo a pesar del despliegue policial, no se encontró rastro de la
muchacha. Sin embargo el tío, empresario retirado de más de ochenta años, vive
obsesionado con resolver el enigma antes de morir. Para eso contrata a un periodista
de investigación en horas bajas que será quien en última instancia resuelva el
entuerto -en estrecha colaboración con la señorita Salander -. Esa
investigación es el hilo conductor de la novela y por desgracia, en torno a
ella, se desarrollan otros conflictos y surgen otros hilos argumentales que no
hacen sino enturbiar la trama. Y no es que me disgusten las novelas negras
que tiran de historias paralelas, flashbacks o incluso que incluyan Macguffins
–como es el caso de las protagonizadas por el inigualable Kurt Wallander-. Simplemente es que aquí, me parece demasié. Vaya, que tengo la sensación de que Larsson ha querido tocar
demasiados palos.
Al final de la carrera tampoco es que me haya disgustado. “Los hombres
que no amaban a las mujeres” cumplió con la función encomendada. Entretenerme en estos días de calor, que ya es algo. Eso sí, no es la obra maestra que nos han
querido vender, ni de lejos.
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